Era algo que se podría prever. O tal vez no. Porque Manu había anunciado, hace poco menos de un año, que participaría con la Selección Argentina del Mundial de España en el 2014. Sin embargo, una lesión inoportuna lo tuvo a maltraer y el crack argentino no llegó a sumar ni un minuto en el país europeo.

Es por eso, por ese "sí" en aquel momento, que soñábamos con ver a Gino con la casaca pintada de celeste y blanco, con el inconfundible e irrepetible número 5 colgado en su espalda disputando, nuevamente, las mínimas chances de clasificar a los Juegos Olímpicos (irán dos sobre diez). Esos mismos que en el 2004, en Atenas, los amantes de este deporte y todos los argentinos, porque de defender nuestra patria se trata, nos sentíamos identificados con los Jugadores Dorados, pero específicamente con él como nuestra bandera, nuestro emblema.

Sin él todo es utópico. Todo se hace cuesta arriba. "Si hay alguna esperanza de volver a ver a Manu en la Selección, lo ideal sería clasificarse a Río", expresó la Oveja Hernandez, entrenador de la Selección, en diálogo con Uno contra Uno. Todos los pronósticos están dichos y listos para hacerse realidad. Ginóbili no jugaría más con la Selección y la última imagen, nuestra, de él portando, como nadie, esa camiseta sería la de Londres 2012 con la cara entristecida y lágrimas en los ojos, después de caer de pié con la poderosa Rusia en el cotejo por el tercer puesto.

Pero hay un detalle, un karma, una enfermedad sin cura, un evento que no puede ser cancelado por nadie: los años. Si el bahiense se decide a jugarlo, su documento establece la leyenda de 38 años. Una edad inpropia para realizar este deporte a la máxima competencia. Por más que nos remitamos a las últimas finales de la NBA, aunque recordemos ese volcadón suyo por encima de una especie como Bosh, Ginóbili envejece. Para Río, de clasificar, tendría 39. Su estrella ya no brilla como antes. Su aura es cada vez más tenue.

Nuestra ilusión es casi nula, y no nos queda más que decir: Gracias Manu, gracias por todo, gracias por las alegrías, gracias por las emociones, gracias por los llantos también, porque la debilidad nos enseña la fortaleza, gracias por representarnos como nadie, gracias por dejarnos ver al mejor jugador de básquet en la histora argentina, porque sería una realidad mágica, un hecho que no encontrará explicación alguna, un sueño sin precedentes, volverte a ver, con la celeste y blanca.