La pelota está en el aire, como un avión de aerolíneas que empieza, de a poco, a tomar vuelo. Los corazones de cada uno de sus observantes se detienen en cuestión de milésimas de segundos. El piloto de esa nave anticipa que no se llegará a destino fácilmente, habrá turbulencias previas. Ese elemento que estaba librándose a la libertad es, probablemente, el último lanzamiento de Kobe Bryant en el AT&T Center. Y, como la mayoría de las veces de su carrera por esas tierras, la suerte no le juega una buena pasada. Quizás también hubo algo de egoísmo con sí mismo y el equipo, porque Julius Randle tenía un mejor margen de acierto si el balón llegaba a sus manos. Pero, ¿quién puede discutir al enorme Kobe?
Como si se tratase de algo irrevocable, la última vez de Bryant en cancha de los Spurs no podía ser de mejor manera. O sí, porque allí no estuvieron Tim Duncan (duelo personal entre él y el 24) y aquél argentino que en su primera temporada en la NBA, precisamente en Los Angeles, tuvo la obligación, demandada por Popovich, de marcarlo. Claro, Tim arrastra una molestia en su bendita rodilla y Emanuel Ginóbili recibió un golpe en sus testículos en el partido ante New Orleans Pelicans, lo que derivó a una operación y será baja por un mes.
Lo cierto es que la última vez de Kobe en casa de San Antonio tuvo todos los ingredientes de la idea madre: un gran partido. Con muchas variaciones en el marcador, un Kobe (25 puntos) que, por momentos, parecía aquél de 27 años y, una vez más como en los últimos dos cotejos, LaMarcus Aldridge volvió a ser el goleador de los suyos, relegando a Kawhi Leonard, que también tuvo una actuación perfecta.
Finalmente, fue victoria 106-102 de San Antonio Spurs (43-8) sobre Los Angeles Lakers (11-42). Ahora, los Spurs volverán a ver acción el próximo martes ante los Heat, en Miami.