En lo que es la aparente despedida de los torneos cortos, el fútbol argentino vive una primavera inimaginada con partidos bien jugados, equipos ofensivos y goles. River es el que más se destaca, pero también salen a ganar, con más o menos éxito, San Lorenzo, Racing, Independiente, Boca, Newell’s, Estudiantes y Banfield. Para saber si esta no es sólo una excepción, habrá que esperar una o dos temporadas más.

Ahora, si nos olvidamos de las nueve fechas transcurridas del Torneo de Transición, el único calificativo posible para el fútbol argentino es el de horrible. Mi intención es la de develar la razón del deterioro del fútbol local, aunque la respuesta ya está en el titular de la nota: la culpa es de Bielsa. Sin dudas. Pero vamos a ver por qué.

Hay cuatro tipos de campeones. Esto lo decidí yo de manera caprichosa pero justificada. Están los grandes campeones, que han sido los mejores sin discusión, que han arrasado, que han demostrado una clara superioridad sobre el resto. Después están los campeones decentes, que son los que no serán especialmente recordados (salvo por los propios hinchas) pero que, de lo que había, eran lo mejorcito. A los decentes les siguen los campeones dignos, que no han mostrado superioridad sobre el resto sino que casi que se encontraron con el campeonato por ser menos ineficientes que los demás y, además, ganaron algún que otro partido para el recuerdo. Y por último, los campeones de la vergüenza, que salen campeones porque alguien tiene que ganar pero que lo mejor hubiese sido declarar el torneo vacante.

River campeón Torneo Final 2014 (F: Infobae)

Llevémoslo a la práctica. En el último torneo, River fue un campeón digno. En líneas generales habría que decir que fue un campeón vergonzoso: cuatro derrotas, sólo 37 puntos, un promedio de gol menor a 1,5 por partido (28 goles en total, de los cuales 9 los metió en los últimos tres partidos) y un juego bastante discreto para ser generosos. Lo que lo convierte en un campeón digno es haberle ganado a Boca en La Bombonera sobra el final y a Racing atajando un penal en tiempo de descuento. Cómo logró ser campeón con números tan pobres se explica exclusivamente por el rendimiento de los otros equipos. Por ejemplo, casi a la mitad del torneo, en la octava fecha, River estaba decimotercero. Una fecha después estaba quinto. Como ya mencioné arriba, terminaría siendo campeón. A dos fechas del final el único puntero era Gimnasia La Plata. Terminó el torneo en la quinta posición. En el camino inverso, con dos partidos por jugarse, Boca estaba octavo y terminó segundo.

Ahora, muchos coinciden en que un torneo con este tipo de características es una montaña rusa de emociones, un frenesí del corazón, un orgasmo de unicornio y que ese es el encanto del fútbol argentino. Yo no. A mí no me gusta que salga campeón cualquiera, quiero que salga campeón el mejor. Haciendo un paralelismo extraño, es como ir a un boliche y preferir terminar con cualquier mujer al azar, sin importar si es linda, simpática, inteligente o racista; antes que elegir la más linda, simpática, etc.

Pero para demostrar que la culpa de que todo esto haya ocurrido es de Bielsa, necesito remitirme únicamente a hechos y no a sensaciones. Para eso vamos a establecer que, para ser un gran campeón, un equipo tiene que haber alcanzado o superado los cuarenta puntos y haber convertido como mínimo una media de dos goles por partido; para ser un campeón decente tiene que haber cumplido con uno de esos dos objetivos; los campeones que no hayan alcanzado ninguna de las dos metas, serán insuficientes. Y vamos a establecer dos períodos de tiempo. Uno mientras Bielsa estuvo dirigiendo la Selección Argentina, es decir entre 1998 y 2004; y el otro después de que se quedó sin energía y renunció al Seleccionado, que va del 2004 en adelante.

Miren los números. Mientras Bielsa estuvo en la Argentina, de un total de doce campeones, sólo uno no llegó a los 40 puntos: el boca de Bianchi en el 2003. En la etapa post Bielsa, nueve de veinte campeones no alcanzaron ese número: el Newell’s de Gallego en 2004, el Vélez de Russo en 2005, el Lanús de Cabrero en 2007, el Boca de Ischia en 2008, el Vélez de Gareca en 2011, el Arsenal de Alfaro en 2012, el Newell’s de Martino y el San Lorenzo de Pizzi en 2013 y el River de Ramón Díaz en 2014. El caso emblemático es el de San Lorenzo que en 2013 salió campeón con solamente 33 puntos. El peor campeón de la historia.

San Lorenzo campeón Torneo Inicial 2013 (F: Olé)

Cuando vamos a analizar los goles, el efecto Bielsa se potencia. En la etapa posterior a su salida de la Selección, únicamente el Newell’s de Martino superó la media de dos goles por partido. Es lógico asumir, que dos goles por partido en diecinueve fechas es una exigencia demasiado alta. Sin embargo, del 98 al 2004, únicamente cuatro equipos campeones no alcanzaron ese promedio: el Racing de Mostaza Merlo en 2001 y el Boca de Bianchi en el 99, 2000 y 2003.

En ese patrón está la respuesta.

Marcelo Bielsa cree por sobre todas las cosas que el fútbol es para ganar y la única forma de ganar es haciendo goles y para hacer goles hay que atacar la mayor cantidad de tiempo posible con la mayor cantidad de gente posible. Y en esto tuvo éxito. Fue campeón en Newell’s, llegó a jugar finales continentales, fue campeón en México y en Vélez, llegó al fútbol europeo cuando pocos lo hacían y reinventó a la Selección Argentina: la convirtió en un equipo con identidad y reconocimiento que ya no iba a ver qué pasaba, sino que iba a marcar territorio donde fuere.

Mientras fue el conductor de la Selección, Bielsa fue el norte, el modelo a seguir, el paradigma de la época. Los entrenadores moldeaban sus equipos a su imagen y semejanza. Quizás no lograban plasmar lo mismo, pero en el intento alcanzaban versiones bastante ofensivas de fútbol. Hasta que en el Mundial 2002, la Argentina fue eliminada en primera ronda. La fuerza de su revolución futbolística le dio impulso para seguir, pero ya todos lo miraban de reojo. En 2004 no pudo sostener su propio paradigma y renunció agotado.

(Bianchi) Era la opción obvia. Y la antítesis de Bielsa

Muerto el rey, viva el rey. Tras el fracaso de Bielsa, había que buscar un nuevo modelo que seguir y quién era más exitoso que Carlos Bianchi: campeón local con Vélez y Boca, más cuatro Libertadores entre los dos equipos y tres títulos mundiales. Era la opción obvia. Y la antítesis de Bielsa. El principio fundamental de Bianchi era que si no te metían goles, en el peor de los casos empatabas (y que con Palermo tenía un gol por partido garantizado). Sólo en uno de sus títulos locales con Boca superó la media de dos goles por partido.

Así que hacia allá fue el torneo argentino. Los equipos empezaron a cuidarse más y a atacar menos y se valoraban empates de visitante con Gimnasia de La Plata. Directores técnicos como Falcioni, Alfaro o Caruso Lombardi, pasaron a ser considerados exitosos y hasta llegaron a dirigir a equipos grandes. Hasta entrenadores que antes eran ofensivos, como Ramón Díaz, se reinventaron como cultores del cerismo (la ideología que marca como hecho fundamental del fútbol mantener el cero en la propia valla).

La prensa también celebró el cambio. No los llamaba defensivos, los llamaba inteligentes. Ilustro. El torneo pasado River recibió a Newell’s en el Monumental. La estrategia del local consistió en convertir a Carbonero (un mediocampista ofensivo) en un lateral derecho para armar un 5-4-1 y así bloquear las llegadas de Newell’s. Los comentaristas del partido lo definieron como una táctica genial y consideraron que River se había recibido de equipo. El cambio en la forma de juego fue cultural, ahora inteligente era llenar tu área de gente para sacar la pelota.

El cerismo casi alcanza su summum en el último mundial. La Selección Argentina arañó su tercera copa sin haber convertido ni un gol en los últimos trescientos veinte minutos. O desde que se lesionó Di María, que es lo mismo. Gol de Higuaín a Bélgica a los ocho minutos del primer tiempo y nada más, ni en el resto del partido, ni contra Holanda, ni contra Alemania. Eso no detuvo a la Argentina, que fue finalista después de veinticuatro largos años y forzó el alargue en el último partido. Sólo le faltaron cuatro minutos y los penales para demostrarle al mundo entero que no hace falta meter goles para ser campeón.

Palacio frente a Neuer durante la final del Mundial (F: La Gaceta)

Mientras en la Argentina íbamos de un fútbol ofensivo a uno defensivo siguiendo el modelo de Carlos Bianchi, en Europa iban en el camino contrario. Ligas como la española y la alemana, clásicamente rústicas, se convirtieron en escuelas del fútbol bien jugado. Cada una con su propio estilo, pero siempre cuidando la pelota. Desde España surgió el Barcelona de Guardiola como nuevo paradigma del fútbol. Los equipos de todo el mundo empezaron a tomar este modelo para sus primeros equipos y sus divisiones menores. Y acá hay algo curioso. Si bien se repite el esquema de copiar al que tuvo éxito, este parte del otro extremo. Guardiola tomó como bases para su modelo a la Holanda de los 70s y a la Argentina de Bielsa. Dos ciclos que no dieron ningún título y que son recordados como grandes fracasos.

Hay esperanza: en el torneo actual se ha marcado una cifra récord de goles.

La culpa de que el campeonato argentino sea tan malo es de Bielsa porque al no poder salir campeón del mundo se convirtió en el fracaso y le dejó el lugar del éxito a Carlos Bianchi en soledad. Pero hay esperanza. En el torneo actual se ha marcado una cifra récord de goles y un número importante de equipos salen todos los partidos a atacar. Justo el torneo en que a Bianchi lo echaron de Boca.

* Francisco Cássery es redactor publicitario. Entre sus trabajos más reconocidos se encuentra Riquelme Está Feliz para Pepsi + Lay’s.