San Lorenzo volvió a ser el de la Copa Libertadores. Pero no por su juego o su hambre sino porque encontró la victoria en un momento clave. Frente a Olimpo de Bahía Blanca le costó generar peligro. Tuvo la posesión de la pelota siempre pero no consiguió lastimar al rival, bien plantado. En una propuesta monótona se encontró con una acción puntual para adelantarse en el marcador, cuando todo parecía diluirse.

Edgardo Bauza apostó a un sistema de juego diferente al habitual. De ese 4-2-2-2 se decidió a un 4-2-3-1, borrando de su idea el doble 9 y añadiendo detrás de este, un enlace. Mauro Matos como punta; Pablo Barrientos de enganche. El resto no varió demasiado teniendo en cuenta a los extremos Héctor Villalba y Gonzalo Verón, por derecha e izquierda, respectivamente.

La dupla de la mitad de cancha Mercier - Ortigoza, debió esperar varios minutos para afirmarse. Si bien la tenencia era la premisa del Ciclón, la pareja no logró establecer la ruptura de la misma para dar un paso adelante. Luego de que Mercier filtrara esa pelota y más tarde Ortigoza convirtiera su penal, fueron vitales para manejar la ventaja a favor.

La poca participación de Barrientos en la primera parte resaltó aún más las funciones de los dos mediocampistas centrales, siendo ejes del equipo. Cuando la pelota iba de un lado al otro mientras el reloj corría, Cauteruccio ingresó por el "Pitu" para jugar, posicionalmente, de la misma manera detrás de Matos (luego entró Blandi). El esquema continuó respetando posiciones y el resultado fue el respaldo donde el mismo se recostó, ante la inferioridad futbolística del rival, estático e irresoluto.

Ese gol de Matos, tras pase de Mercier, fue lo que rompió el partido a la mitad. Lo quebró y dejó de lado lo hecho previamente a eso, en los restantes 41 minutos. Con otro ánimo, con otra perspectiva, apreció un penal para el 2-0 que fue la sentencia final, siendo tan temprano.

El equipo se soltó, jugó con su propia confianza y con los nervios del rival, que no hallaba respuestas. Los valores individuales comenzaron a crecer y la ventaja se pudo ampliar. A partir de una jugada, aislada, donde Mercier, un protagonista inesperado, filtró una excelente pelota en un momento gris (y por otra parte Matos hizo lo suyo), todo tomó color.