"El deporte tiene el poder de cambiar el mundo" fue el mensaje que dejó Nelson Mandela alguna vez, y no se equivocó, porque en 1995 aprovechó el Mundial de rugby y la pasión de sus seguidores para eliminar definitivamente la cultura del apartheid y reconciliar a una Sudáfrica dividida. Visionario, luchador y realista, le enseñó al mundo a soñar y a observar la vida de una manera distinta, sin violencia ni discriminación.

Muchos saben que Mandela fue un héroe, pero hay quienes desconocen el por qué. Lo cierto es que ese morochito con cara de bueno y pelo blanco logró ponerle fin al apartheid, un sistema de segregación racial vigente durante varias décadas en Sudáfrica.

Tal vez se pregunten cómo lo hizo, aunque no le fue nada fácil, porque le trajo consecuencias muy severas. Por sus ideas de integración e igualdad y su fuerte ideología nacionalista, antirracista y antiimperialista estuvo 27 años preso, sufrió torturas de todo tipo y recibió una inmensidad de humillaciones. Pero pese a eso resistió. Como resisten los grandes, los fuertes, los ganadores.

En 1990 fue liberado y tres años más tarde recibió el Premio Nobel de la Paz. Ya en 1994 fue electo presidente de Sudáfrica y en 1995 surgió su principal estrategia, la de unir a la población a través del deporte.

En ese entonces, el rugby era considerado un juego para blancos, por eso la mayoría de los habitantes negros estaban en contra. Sin embargo, Mandela organizó el Mundial en su país, se reunió con el capitán de la selección sudafricana, Francois Pienaar, y sorpresivamente esto generó un quiebre en la sociedad.

Desde ahí, todos alentaron por lo mismo, y como un sueño hecho realidad se pudo ver a la población unida por el sentimiento. Aplaudiendo a los Springboks, festejando el título de Sudáfrica campeón, y no solo del rugby, sino también de la vida.  Porque la lucha fue efectiva, porque la espera tuvo sus frutos y porque se pudo gritar a los cuatro vientos que se consiguió la libertad.