En el análisis del circuito ATP, uno diría que fue otro año intrascendente para los tenistas argentinos. Sin figurar en el top 10, sin ganar un torneo importante, solamente rescatando los títulos de Federico Delbonis y Juan Mónaco en ATP 250, no se podría decir que el 2016 fue una buena temporada para Argentina. Esa sensación se mantuvo hasta el 7 de agosto, cuando la historia daría un vuelco inesperado para dibujar una sonrisa en los amantes del deporte blanco y celeste.

Llegaron los Juegos Olímpicos de Río, con una Argentina meramente ilusionada, pero consciente de las escasas chances de un logro. La gran apuesta era Juan Martín del Potro; no por su nivel actual, perjudicado por la serie de lesiones en sus muñecas, que casi lo relegan del tenis para siempre; sino por su historia, por la imagen que la Torre de Tandil refleja en el tenis argentino. Sorteo y desazón, el tandilense debía enfrentar a Novak Djokovic, número uno del mundo, en primera ronda. “Espero que no me pase por arriba”, fueron las palabras de Delpo al enterarse su rival.

A veces la vida te da la espalda, te suelta la mano, te llena de ilusiones y las destruye en un segundo. Podes pasar cuatro años luchando por un sueño, y un día se acaba y el sueño se aleja. Pero el domingo 7 de agosto no fue ese día, al menos no para Argentina. Del Potro se disfrazó de héroe para ganar un infartante partido por 7-6 y 7-6. Pasaron los partidos y siguió avanzando, el resto de la historia se conoce.

El drive de Juan Martín se volvió por esas semanas el chofer del micro con destino a la gloria. Agotado, exhausto, Delpo jugó con el amor propio, sacando fuerzas del pueblo argentino presente en Río, y los millones que lo seguían desde su patria. Finalmente, tras vencer en un partido que no parecía terminar nunca, frente a Rafael Nadal en una batalla de dos astros del tenis digna de oro, el tandilense llegó a la final. Con su último suspiro no pudo frente al británico, Andy Murray, que le arrebató el sueño olímpico y se quedó con la presa de oro. Pero Delpo ya había ganado, había recuperado su tenis y se llevó dos medallas, una de plata, y otra de honor.

Con la primera mueca de felicidad pintada en las caras de los argentinos, transcurrieron 33 días, 792 horas, para que la Torre tenga su dulce revancha. En el medio una gran actuación en US Open, llegando a cuartos de final por primera vez en cuatro años, donde quedó eliminado por Stanislas Wawrinka, el suizo del mejor revés del circuito. Luego Stan se consagraría campeón al vencer a Djokovic. El 16 de septiembre fue el primero de los tres días que quedarán grabados en la memoria de los argentinos. Glasgow, Escocia. No hay una butaca vacía en el Emirates Arena, cientos de argentinos palpitando la semifinal de La Ensaladera, millones prendidos al televisor desde Argentina. Llegaron las nueve de la mañana, y el principio del sueño.

Daniel Orsanic hizo una apuesta importante, que puede definir el futuro del tenis argentino. Juan Martín del Potro enfrentaría a Andy Murray en el primero de cinco duelos. Nuevamente la Torre teñiría de celeste y blanco los medios de comunicación del mundo entero. Delpo hizo magia golpeando la verde, no con la raqueta, sino con el corazón. Rompió todos los pronósticos y ganó el primero de la serie. Tuvo su dulce revancha, en la casa del escocés. Murray no pudo doblegar la excelencia de Juan Martín. Las cinco horas y siete minutos más largos y felices de la historia argentina. El tandilense se aferró a su derecha majestuosa, a su saque penetrante y dio el primer grito con las manos en alto, cerrando el partido con un ace. “Ole ole ole, Delpo Delpo” se escuchó entre la multitud.

Minutos más tarde, otro desafío. Posiblemente el más importante en la carrera de Guido Pella. Del otro lado de la red, estaba Kyle Edmund, el novicio de 21 años en pleno auge. El bahiense se vistió de Top 10 deslumbrando con su juego. Pella hizo un partido perfecto, obligando a su rival al error, siendo agresivo y contundente. Cuatro sets, fueron los que tardó Guido para doblegar al sudafricano nacionalizado inglés. “Ver jugar a Del Potro me inspiró”, dijo al culminar el encuentro y estirar la ventaja argentina. La serie quedó 2-0.

Las condiciones se presentaban adversas para los días siguientes. La Torre no terminó su partido en un estado físico óptimo para la definición, y pidió jugar el dobles. Orsanic accedió y paró a Leonardo Mayer a su lado. El Yacaré volvía a las canchas para representar la bandera de nuestra Nación. Enfrente se paró una dupla intratable, Andy y Jamie Murray. Los británicos fueron muy inteligentes, buscando constantemente al correntino. Conocían el gran nivel del tandilense. Ganaron rápidamente el primer set, arrasando 6-1. Un hilo de ilusión nació cuando los argentinos ganaron el segundo, pero la jerarquía de los hermanos escoceses le dio el primer punto a Gran Bretaña. El domingo Andy Murray, jugaría su tercer partido consecutivo, frente a Pella. El número dos del mundo ganó su partido con su orgullo intacto, en sets corridos. La serie quedó igualada y quedaba un solo partido.

Federico Delbonis parecía ser el candidato a reemplazar a Delpo, quien no se encontraba en condiciones de disputar el partido. Daniel Orsanic confesó estar desorientado. El capitán tomó una decisión, arriesgó por Leo Mayer: “Lo vimos en un nivel muy bueno en el dobles y decidimos confiar en él”. Esa misma mañana el Yacaré se enteró de que era el elegido, y aparecieron los sentimientos encontrados: “No me sentía listo, pero nunca juego tan bien como en estos partidos. Representar los colores de Argentina le dan un plus a mi juego”. Daniel Evans fue la apuesta británica, otra de las grandes promesas del tenis mundial.

Fiel a sus palabras, Mayer desplegó excelencia a lo largo y a lo ancho de la cancha del Emirates Arena. Impecable, astuto. Los corazones latían 130 veces por minuto, costaba respirar, los ojos inundados y no se escuchaba nada más que el sonido de la pelota picar. Algunas de las sensaciones en Mayer, su equipo, los argentinos en la tribuna y los millones detrás del televisor. Cayó en el primero, tropezón para Argentina. Pero como dice la frase, “no te des por vencido ni aún vencido”. Mayer se levantó, con más fuerzas de las que nunca había tenido. Ganó el segundo, el tercero, y batalló hasta el final en el cuarto.

Entonces el momento llegó, tres días de juego y el momento más importante se redujo a unos pocos segundos, 5-4, 40-0, triple match point. El tiempo se detuvo. Leo focalizó su objetivo, mordió su labio inferior, dobló todo su cuerpo levantando su mano izquierda hasta que la redonda abandono sus dedos. Eterno reflote de la verde en el aire, fue el centro de atención de los ocho mil presentes en Glasgow. Comenzó a bajar, y el Yacaré la golpeó con la fuerza de millones. Servicio esquinado, preciso y potente. Evans se estiró para salvar el ace, pero quedó desprotegido.

El correntino se paró a 6,40 metros de la red, en la soledad, esperando la pelota. No la dejó picar, y conectó una volea, con una raqueta agarrada por las manos de un país entero. La ubicó a su izquierda, en la otra punta de donde estaba Evans, que solo pudo observar. No pasaron dos segundos para que Mayer deje de estar solo, para que todo su equipo invada el cuadrado. Para que las lágrimas puedan salir, para que las gargantas puedan gritar, para que Argentina pueda festejar.


Una vez más, Argentina a la final. Una vez más, el tenis une al pueblo argentino y lo llena de felicidad.Queda un último desafío, 68 días de espera. El último paso para cumplir el eterno sueño celeste y blanco. El sueño que no dejó dormir a históricos tenistas como Guillermo Vilas o David Nalbandian. Sueño que podrá definirse el 27 de noviembre. En otro país, en Croacia, pero no de visitante. Argentina tiño el mundo entero de celeste y blanco.