Momentos antes del instante más esperado un cielo gris cerró con un aullido eléctrico, una tormenta que cayó a plomo sobre el Estadio Luzhniki, en ese espacio de tiempo en el que la velocidad se disfraza de humano, Usain Bolt apareció como siempre con aires meditabundos y una naturalidad que nos asusta. Con las primeras gotas comenzó a escuchar la "Broadway Melody”, y como es costumbre en el jamaicano, interpretó su número sobre el empapado tartán moscovita. Haciendo un brindis al cielo y a la historia de una película que hizo historia, sacó su paraguas imaginario y comenzó a coreografiar. Cuentan que el cine musical no ha vuelto a ser lo que era desde que Gene Kelly dejó de coreografiar, dirigir y bailar. Y a 101 años del nacimiento de este actor, otro brillante actor del deporte como Usain Bolt nos deja idénticas sensaciones, que nos llevan a la conclusión de que después del jamaicano la velocidad en el atletismo no volverá ser lo que es hoy en día. Cuando Bolt, deje de correr, de coreografiar sus zancadas, sus apoyos, en definitiva de dirigir y bailar sobre la pista con semejante e insultante superioridad.

Pues para Bolt la carrera más apasionante del atletismo es un musical, y el estadio de Luzhniki un estudio de grabación. Solo el jamaicano podía convertir su lucha por el cetro mundial en una carrera de cine, en una escena legendaria en la que no necesitó más pareja de baile que el chaparrón, el paraguas y las farolas de sus piernas volando por el tartán.

Con el pistoletazo de salida Bolt comenzó a bailar a sus rivales, con un smoking de superatleta ajustado a su sobrenatural morfología. Al sentir las gotas de lluvia sobre su rostro creyó sentirse Gene Kelly, y para recuperar el título mundial en los 100 metros, perdido en la final del campeonato mundial de 2011 por una salida en falso, bailó como siempre y como nunca en Luznhiki.

En esta ocasión no concedió rendija al error y absorbiendo toda la explosividad posible de sus cinco puntos de apoyo, salió en el arco temporal de seguridad, unas décimas después de Gatlin, pero controlando en todo momento la situación. Extensión del muslo, extensión de la pierna, flexión plantar del pie, anteversión del muslo, flexión de la pierna, flexión dorsal del pie…

Y la música comenzó a sonar, su capacidad motriz básica puso en alerta todas y cada una de las fibras musculares de su cuerpo, en especial las fibras blancas o rápidas para bailar sobre la lluvia. Superando a todos sus rivales con sus kilométricas piernas, con ese poderoso e inacabable tren inferior que le convierte en poco menos que un extraterrestre. Con esos 1,96 m. de altura que le permiten cubrir los míticos 100 metros en 41 pasos, alargando infinitamente una zancada absoluta que posiblemente jamás volvamos a ver. Cubriendo en términos absolutos más pista con cada paso, optimizando al máximo las dos variables, la frecuencia y la longitud de cada paso y sobre todo pisando con todo su peso durante el tiempo en el que sus zapatillas entran en contacto con la pista, aquello que le diferencia del resto y le permite generar más fuerza en cada pisada.

Sus extremos distales, transmitieron toda la propulsión y aceleración, escribiendo en la calle seis con la punta de sus pies y gruesas gotas, otra página histórica del atletismo. Y el animal más veloz de todos los atletas, una maravilla de la ingeniería anatómica, volvió a dar una exhibición de cine. Con un paso sobre el otro, una zancada sobre otra, el piso del tartán azul del estadio moscovita pareció el lienzo de agua de una piscina. Las ocho calles de una pista de baile en las que Bolt fue dejando atrás al estadounidense Justin Gatlin, que con una rápida salida, se llevó la plata con 9,85 segundos, y al jamaicano Nesta Carter, que ganó el bronce con 9,95. Bailando, corriendo bajo la lluvia, sin necesidad de más pareja de baile que el chaparrón y marcando un registro de 9,77 segundos al atravesar el manto de agua que hizo de improvisada cinta en la línea de meta. Luego los truenos dejaron de sonar y Bolt cerró su paraguas para poner broche de oro a I’m running in the rain, una escena que permanecerá para siempre como imagen icónica de la historia de los cien metros lisos.