Un relámpago deslumbró al mundo desde Berlín la noche del 16 de agosto de 2009, hace hoy seis años. Usain Bolt, fenómeno de la naturaleza, jamaicano a cinco días entonces de cumplir los 23 años, había dejado una cuenta pendiente consigo mismo y con el atletismo exactamente la misma noche de un año antes, muy lejos de Alemania, en Pekín.

Respondió en parte una de las grandes preguntas de la historia del deporte y de la biología: ¿En cuánto tiempo es capaz el hombre de recorrer los 100 metros lisos? Si en los Juegos Olímpicos de Pekín, en 2008, llevó el tope a 9,69 segundos, tres centésimas menos que su propio récord (9,72s) meses antes, el 31 de mayo en Nueva York, y cinco que los 9,74s que mantenía Asafa Powell del año anterior, en el Mundial de Berlín lo rebajó 11 centésimas, un abismo, un brutalidad sideral en una plusmarca que se había rebajado 21 centésimas en cuatro décadas. En menos de diez segundos, Bolt aplastó la historia.

La portentosa exhibición de Bolt se contrastó inevitablemente con la duda que abrió un año antes cuando, exultante ante su aplastante dominio, feliz como un niño por verse campeón olímpico, el jamaicano solo dio su máximo hasta los 70 metros. Después extendió los brazos, miró al tendido y se golpeó el pecho, celebrando la victoria antes de la meta como si de un maratoniano se tratase. Esos dos segundos que corrió por inercia dentro de los 9,58s de la carrera resumieron el impacto causado y permitieron una foto para la historia, el de un superhéroe del hectómetro volando con los brazos abiertos, feliz, mientras por detrás, a una distancia sobresaliente, los demás mostraban sus rostros crispados por el máximo esfuerzo. Una imagen nunca vista en una final olímpica de los 100 metros.

La exhibición de Bolt en 2008 dejó una duda durante un año: ¿Hasta dónde podría llegar sin celebrarlo antes de tiempo?

Y eso pese a que la salida de Bolt no resultó la más brillante, algo que sucede con frecuencia. Su inusual altura, 1,95 metros, rompe con el tópico de los velocistas bajos y potentes, amasijos de músculos concentrados. En el cuerpo de Bolt, todas las fibras aparecen más repartidas. Eso le sigue dificultando su relación con los tacos, pero le da vuelo con la carrera lanzada. Así ocurrió en la eléctrica noche pekinesa, hora de la siesta española. El trinitobaguense Richard Thompson, a su derecha, por la calle 4 y su compatriota Asafa Powell, más a la derecha, por la 6, aparecieron destacados. Tardaron en perder el privilegio el tiempo que tardó el astro jamaicano en erguirse del todo y mostrar su enorme zancada, unos 40 metros. En ese tramo central, a la máxima velocidad, cercana a los 45 kilómetros por hora, Bolt aplastó a todos y acumuló la suficiente ventaja como para empezar la fiesta.

El atleta y el personaje nacidos en segundos

Usain siguió corriendo la curva, se dirigió a la grada, celebró el triunfo con sus compatriotas, bailó, se enfundó la bandera e hizo el arquero. Los espectadores seguían sin dar crédito. Bolt acababa de entrar en otra dimensión y ya estaba cimentando el carisma que le convertiría en el máximo exponente del atletismo hasta hoy. Había llegado a Pekín como la gran novedad refrescante del hectómetro tras su récord de mayo, pero todavía compartía protagonismo en un cartel tríptico con el norteamericano Tyson Gay, doble campeón del mundo en Osaka un año antes, y con Asafa Powell, a quien robó la plusmarca. El primero naufragó en semifinales minutos antes, el segundo sufrió la habitual presión de las grandes finales y tan solo pudo acabar quinto. Thompson (9,89s) y el estaounidense Walter Dix (9,91s) se apretaron en un podio en el que la figura de Bolt ensombrencía todo.

Su irrupción, que luego se alargaría con otras tantas exhibiciones y récords en los 200 metros y el relevo 4x100m, daba inicio a una semana de atletismo con cinco plusmarcas mundiales en El Nido. Pocas horas antes, esa misma mañana en Pekín, la otra gran estrella de los Juegos Olímpicos, el nadador Michael Phelps había logrado el séptimo oro en la piscina tras un milagroso y polémico sprint con el serbio Milorad Cavic en 100m mariposa. A primera vista, el mundo observó la victoria del europeo, pero el marcador de la pared, infalible, dijo otra cosa. A la mañana siguiente, aún con la resaca de Bolt, Phelps lograría el octavo oro, la mayor cosecha de un deportista en unos mismos Juegos, superando a Mark Spitz, sin apenas despeinarse, en el relevo de estilos junto al equipo de Estados Unidos. Era otro deporte, es cierto, pero en un mismo escenario, el de los Juegos, que en ese momento desprendían un aroma extraterrestre. Apiladas en apenas 24 horas, el milagro de Phelps para salvar su cosecha, la forma salvaje de batir el récord de Bolt y el récord medallístico del pez de Baltimore aportaron razones suficientes para declarar ese día como uno de los más señalados en la historia del deporte mundial. En ese ambiente de ciencia ficción nació el fenómeno 'boltiano'.

El hectómetro de Bolt coincidió en el día con las últimas hazañas de Phelps. El ambiente de ciencia ficción recorría los Juegos de Pekín

Pero el relámpago de Kingston, sin embargo, había abierto el debate con su exhibición incompleta. ¿Cuánto valía Bolt sin apertura de brazos, sin golpes en el pecho, sin mirar a los lados, a dónde, en definitiva, podría llegar si se tomaba la carrera en serio hasta el final? Hubo que esperar exactamente un año para conocer la respuesta. En otra calurosa y apenas ventosa, ideal para la velocidad por tanto, noche berlinesa, en un escenario carente de la electricidad del Nido pero con el peso y el poso de la historia del Olympiastadium, la impresionante obra arquitectónica que Adolf Hitler mandó construir para los Juegos de 1936, el mismo lugar donde Jesse Owens desafió y cabreó al fuhrer, Bolt sí se vio exigido por Gay y Powell.

Berlín: la exigencia de Gay y Powell

El primero dio lo mejor de sí, en la mejor carrera de su vida, un chute de orgullo tras el hundimiento en Pekín, y el segundo por fin se mostró competitivo en una gran final sin los focos alumbrándolo. En 9,78s, bronce, terminó Powell. En 9,71s entró Gay, plusmarca de Estados Unidos, una marca que habría sido un gran récord solo 16 meses antes. Pero Bolt había cambiado todas las reglas y lo volvió a hacer en Berlín. Esta vez apenas tardó 30 metros en sacar primero la cabeza, aún a medio erguir. A su derecha, en la calle 5, el aliento de Gay, unas piernas guiadas por un robot a una frecuencia insuperable, empujaba a Bolt, que contrastaba la figura del norteamericano con su mayor amplitud de zancada, su menor frecuencia, esa que le hace parece esforzarse menos.

El caribeño esta vez no celebró antes de tiempo. Corrió los 100 metros, o al menos 95, a muerte. Solo miró a la izquierda, tan pendiente de su marca, en la misma línea de meta, mientras confirmaba un salto en la evolución histórica jamás conocido. Más de una décima en un año, de 16 de agosto a 16 de agosto, una marca a la que Bolt solo ha conseguido acercarse cuando la ocasión lo requería, en la fresca y húmeda Londres durante los Juegos Olímpicos de 2012 (9,63s), una vez que una salida nula por exceso de entusiasmo le apartara del camino del oro en el Mundial de Daegu en 2011. 

Bolt es un hombre de grandes campeonatos: desde 2009 solo se acercó a su récord en los Juegos de Londres, con 9,63s

Desde entonces, Bolt, un hombre de grandes campeonatos, también campeón de 100 metros (y de 200 y 4x100m, claro) en Moscú 2013 no se ha acercado a su récord en el hectómetro. Hay razones de sobra para pensar que no lo hará. Los 29 años recién cumplidos con los que a partir del próximo sábado competirá en Pekín corren en su contra. Allí Bolt volverá a encontrarse con Tyson Gay y Asafa Powell, después de que una sanción por dopaje los apartara del Mundial de hace dos años. El máximo peligro, sin embargo, responde al nombre de Justin Gatlin, el campeón mundial hace diez años, sospechoso por ser capaz de igualar sus mejores registros (9,74s) este año a sus 33 años, después de pasar cuatro años desde 2006 fuera de las pistas por doparse. Ante ese plantel de turbios rivales, Bolt vuelve al escenario donde comenzó su leyenda, siempre un 16 de agosto.