Nunca antes había corrido un maratón, pero a los veinte kilómetros ya estaba justo detrás del líder, Jim Peters. A Emil Zátopek el ritmo que llevaba Peters le pareció excesivo y decidió preguntarle. "Estamos yendo despacio, Emil”, le respondió en tono irónico, así que Zátopek, acostumbrado a dar siempre lo máximo, aumentó el suyo. Invitó a Peters a unirse; que lo intentó, pero no pudo. Siguió solo hasta meta, y ganó su primer maratón con un gran gesto de dolor en su cara. Era el año 1952.

Había empezado a correr catorce años antes, con dieciséis años recien cumplidos. Emil trabajaba en un taller de zapatillas deportivas y fue obligado a participar en una competición de empresa para exhibir los productos que fabricaban ante posibles futuros clientes. Reticente a correr debido a su bajo estado físico y al desprecio que sentía por los deportistas, al fin aceptó. A partir de entonces no paró de despegar sus pies del suelo. Hasta se marcó unos entrenamientos basados en intervalos durísimos en los que intentaba contener la respiración hasta prácticamente desmayarse. Correr se convirtió en una auténtica droga para él.

De esa época en adelante todo fueron grandes logros. En 1951 rompió el record de una hora en 20.000 metros; y tres años más tarde el de veintinueve minutos en 10.000 metros. En los Juegos Olímpicos de Helsinki 1952 ganó en una semana las pruebas de 10.000 metros y maratón. También la de 5.000 metros. Solo una hora después de que su mujer, Dana Zátopková, ganara el oro en jabalina. Ambos, por cierto, nacieron el mismo día, el 19 de septiembre de 1922.

A lo largo de todas las competiciones recibió críticas por su peculiar estilo. Sus caras de sufrimiento extremo sorprendían a espectadores y jueces, acostumbrados a ver a corredores con un método mucho más pulido. Zátopek decía que el día en el que premiaran la imagen y no la velocidad cuidaría su estilo, así que siguió corriendo contorsionando todo su cuerpo al ritmo que sus pies le marcaban. Y le funcionó.

Su carrera como atleta fue igual de veloz que él. A los treinta y seis años ya estaba corriendo la que sería la última carrera de su vida: el Cross Internacional de Lasarte (Guipúzcoa) de 1958. Tras su retirada de las pistas comenzó su etapa más oscura. Simplemente se limitó a ser trofeo y estandarte de la Checoslovaquia de la época. Un país convulso aferrado a un régimen comunista inestable.

Hasta que en la Primavera de Praga de 1968, harto de las manipulaciones del estado y las críticas al capitalismo que se le atribuían en diferentes entrevistas, decidió que él también merecía tener voz propia. Las tropas soviéticas entraron en el país y Zátopek fue enviado a trabajar a las minas de uranio como castigo por pretender alzar su voz. Unos años después fue ascendido a basurero en un gesto de clemencia por parte del Estado.

Se convirtió así en el basurero más famoso de todo Checoslovaquia. Vitoreado por los ciudadanos que salían a saludarle al paso del camión de basura, de vez en cuando les deleitaba con pequeñas carreras, que los ciudadanos sabían agradecer con grandes ovaciones.

Su estilo y velocidad marcaron tanto a los habitantes de su país como a los aficionados al atletismo en general. Incluso a los más críticos con su forma de correr. Le apodaron la locomotora humana. Y es que nunca dejó de echar leña a su propio fuego.

Zátopek llega a meta con evidente expresión de sufrimiento. | Imagen: IAAF
Zátopek llega a meta con evidente expresión de sufrimiento. | Imagen: IAAF