La Copa del Rey 2016 ya está en marcha, pero es la de 2014 la que continúa en la mente de la afición aurinegra. Han transcurrido ya dos años desde que el Iberostar Tenerife logró su histórica clasificación para el torneo, pero, lejos de disfrutar de la experiencia, esta acabó siendo fatídica. De hecho, su derrota ante el Barcelona es historia del baloncesto español.

Invita Estudiantes

El Santiago Martín se vistió de gala para acoger el partido que debía pasar a la historia del club dando a los chicharreros la clasificación para la lucha por el primer título de la temporada. Los cálculos eran simples, pues un triunfo ante Manresa bastaba para que el equipo se ganase su billete a Málaga, pero en nada se pareció lo que ocurrió a lo que se esperaba. De hecho, el partido decisivo se disputó a más de 2000 kilómetros de la isla.

Tras un apretado final, el conjunto catalán dio la sorpresa y logó hacerse con el partido, lo que, además de llevar una enorme decepción a la grada canarista, puso todos los focos en el Palacio de los Deportes de la Comunidad de Madrid. Allí, Estudiantes y Gipuzkoa Basket se medían en un choque que acababa de adquirir una importanca trascendental. Ahora era el cuadro vasco quien dependía de sí mismo para clasificarse para la Copa.

No obstante, los donostiarras también desperdiciaron su oportunidad y concedieron a los chicharreros una clasificación menos emocionante pero igual de válida que la que esperaban lograr por la mañana. Fue extraño, pues la isla ya tenía la vista puesta en otras cosas, pero la noticia no dejó de ser bien recibida. Finalmente, el Iberostar estaría en Málaga.

Un Barcelona imperial

El azar decidió que fuese el Barcelona, único equipo al que los tinerfeños no habían vencido en su regreso a la ACB, quien se midiese a los de Alejandro Martínez de cuartos de final. Parecía un rival muy complicado, pero ninguna de las otras opciones parecía mejor. Tocaba bailar con una de las más feas, pero ya les hubiera gustado a otros tener la oportunidad de saltar a semejante pista de baile. El premio era estar en Málaga; algo más era tan impensable como bienvenido si llegaba a darse.

Sin embargo, las malas noticias empezaron a llegar antes siquiera de que arrancara el partido. Pocos días antes de que comenzase el torneo, Blagota Sekulic, MVP de lo que había transcurrido de temporada y principal causa de que los chicharreros estuviesen en Málaga,  abandonaba el conjunto aurinegro. No hubo ni siquiera tiempo de encontrar un sustituto. No empezaba ni mucho menos con buen pie lo que debía ser un acontecimiento para la historia del club.

Como se esperaba, fue un acontecimiento para la historia, pero no solo para la del Iberostar, sino para la de la ACB. Los catalanes, que necesitaban mostrar músculo tras su irregular inicio en la Liga Endesa, no tuvieron piedad de los aurinegros, y les endosaron la que hasta la fecha es la mayor paliza de la historia del torneo. 102-60. 42 puntos de diferencia. Sangrante y doloroso. Demasiado para lo que debería haber sido una auténtica fiesta para los chicharreros.

Nunca antes se había ganado antes un duelo copero por 42 puntos o más

Solo en el primer cuarto los chicharreros pudieron aguantar la ofensiva del Barcelona, pero tras el 32-18 del segundo parcial los de Xavi Pascual llevaron la diferencia por encima de los 20 puntos al descanso y dejaron el choque visto para sentencia. Poco quedaba por hacer más que intentar que la paliza no fuese especialmente abultada, pero ni siquiera eso puedieron hacer los de Alejandro Martínez. Quizás lo único bueno fue el bonito detalle del técnico de dar a todos los jugadores de la plantilla, incluidos Niang y Sergio Rodríguez, la oportunidad de disputar el que quizás sea el partido de sus vidas. Más allá, poco tuvo de positivo aquel partido para el Iberostar Tenerife. Quizás solo el recuerdo de haber logrado formar parte, aunque fuese solo por un fin de semana, de la élite del baloncesto nacional.

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Sobre el autor
Aitor Darias Oruezabala
Proyecto de periodista. Amante del fútbol desde pequeño y enamorado más tarde del baloncesto. De qué sirve vivirlo si no puedes contarlo.