Una de las razones por las que triunfa la NBA es por su facilidad para encumbrar nuevas figuras, rodearlas de una aureola magnánima y vender su imagen a riesgo de caer en la sobrevaloración. No hay más que comprobar el cambio de perspectiva de Jeremy Lin desde que dormía en el sofá de su primo en Nueva York hasta su llegada a Houston, colapsado más tarde por la barba de Harden. Tal fue la catapulta de la Linsanity que el de origen taiwanés pasó de cobrar menos de medio millón de dólares en 2011 a ganar más de ocho este año para detrimento de los Rockets, quienes no han saboreado ni los bordes del emparedado que convulsionó el Madison la campaña anterior (en Houston anota menos puntos y reparte menos asistencias de promedio, pero coge 0,1 rebotes más). Es una buena vía para pegar el braguetazo.

El caso de Stephen Curry es diferente. Los cuatro millones que cobra por temporada son correspondidos con números de jugador-franquicia gracias a los 22’9 puntos por partido, a lo que hay que sumar cuatro rebotes y casi siete asistencias en los 78 partidos disputados en la campaña regular. Una mina de oro si comparamos el carbón de Joe Johnson en Brooklyn, con casi 20 millones cada año y una acusada ausencia en las eliminatorias frente a Chicago. El base estrella de los de San Francisco sostiene a su equipo con una fineza tan pulcra como mortífera es cada una de sus picaduras, y todo ello bajo el enigma que sugiere apoyarse sobre unos tobillos de cartón piedra, motivo causante de que Curry no nos haya engañado en años anteriores con esa cara de no saber qué es un pecado.

Pese a ello, los entrenadores no vieron conveniente su presencia en el All-Star de Houston, bien para exhibir un irraciocinio inexplicable de la liga aun con mil mandamientos o bien para incentivar la explosión de Stephen en estos playoffs. Las dos son ciertas, pero será más productivo hablar de la segunda para evitar que la NBA se sienta más orgullosa de su propia inopia. Hay cosas que ni la competición puede obviar: batió el récord de triples en una misma temporada que firmó Allen en 2006 (con 269), dejándolo en 272 y habiéndolo intentado 53 veces menos que Ray. Y tiene 25 años.

Esta vez no correspondería a tópico utilizar el adjetivo “impensable” en relación a las posibilidades de los de Mark Jackson (sextos en conferencia oeste) atesoraron contra los Denver Nuggets (terceros). Más si cabe en el fortín Pepsi Center de Colorado, que había presenciado únicamente tres derrotas en toda la temporada regular. Según los expertos, una hormiga tendría más posibilidades de sobrevivir frente a una pisada cuando, además, David Lee se despedía de la eliminatoria por un desgarro en el primer partido (y posterior derrota). Pero no contaban con la atómica. Comenzaba entonces el baile de Curry, brillante entre diamantes, para desestabilizar a Denver con 23 triples en toda la serie y ser mermelada entre Faried y McGee.

Lo impensable ahora viajaba hasta San Antonio. Y se cumplió en el último cuarto del primer partido, cuando los Warriors remontaron 16 puntos y fueron fenestrados por Manu Ginóbili en el perímetro que invalidaban los 44+11 de Stephen. Dos días, después, la serie está empatada a un tanto y de camino a San Francisco con más nublos que certezas de los texanos.

Puestos a sonrojar a quien no confió en él, se ha propuesto canonizar su propia figura en la postseason, donde su rendimiento ha provocado el frote de ojos hasta casi causar fuego en párpados de incredulidad. Noche tras noche, Curry pedía bola y, con una inusitada eficiencia, convertía en puntaje todo lo que lanzaba, independientemente de quien pretendía perpetrar el tiro. Incluso ha engordado sus estadísticas en playoffs hasta los 26’5 puntos por partido, 4’3 rebotes y 8’9 asistencias. La incidencia en el juego se traduce en que anota uno de cada cuatro puntos de Golden State en las eliminatorias, esto es, el 25% del cómputo anotado.

Inexplicablemente, los Warriors han arribado en las apuestas con un machete y han destrozado cualquier tentativa que discutiera sus aspiraciones. Nadie quiere enfrentarse a un quinteto cuyas expectativas se han cimentado en base a la confianza y la falta de presión, sin preocupaciones. Suponen una zancadilla en el camino, un obstáculo que no contento con verte caer, te extiende la mano para volver a empujarte una vez estés de nuevo erguido. San Antonio peina canas mientras Golden State disfruta de una juventud madurada.

Pero hay algo de hipnotismo en ellos. Incitan a la improvisación y empatizan con el público externo, caen simpáticos. En terrenos inesperados, Curry alcanza lo extraordinario. Fue el único ‘Jugador del mes’ (abril) que no consiguió ninguna mención como ‘Jugador de la semana’, lo que se une a la exclusividad de convertirse en el primer baloncestista de la historia NBA que consigue anotar 250 triples y repartir 500 asistencias en una sola temporada.

Al principio del curso baloncestístico, Stephen se comprometió con la ONU para donar un mosquitero por cada punto que anotara más allá del perímetro, lo que prevendría enfermedades a cientos de familias. Al término, fueron 816 redes las que viajan hacia esas zonas de peligro. Lo importante no radica en la cantidad, sino en el gesto. Ayudar fuera y dentro de la cancha. Le magnifica compartir parte de su mina.

Ah, y es de Akron, Ohio. Como LeBron.