"Where amazing happens" ("Donde lo increíble ocurre"), decía la NBA sobre sí misma en un exitoso spot publicitario que publicó hace unas temporadas. Pocas ligas pueden afirmar algo semejante con esa seguridad sin miedo a equivocarse, pero si hay una competición a la que no se le puede discutir, esa es la del baloncesto norteamericano.

Los playoffs son territorio de valientes, reservado para aquellos que no temen a mirar al abismo bajo sus pies si al saltarlo pueden tocar la gloria. Ya en semifinales, la primera ronda ha dejado atrás a equipos sin grandes aspiraciones, proyectos de gigantes que se han quedado en un intento e incluso a los vigentes campeones, San Antonio Spurs. La postemporada no perdona, y cada segundo cuenta.

Esa última frase lapidaria ha sido durante los últimos tres días de competición el gran lema de la NBA. Viernes, sábado y domingo han presenciado tres grandes proezas, tres obras de arte que se salen del lienzo para clavarse en la retina del aficionado. Pocas cosas son más espectaculares en el baloncesto que un tiro ganador sobre la bocina cuando el reloj muere para no volver. Y en los días 8, 9 y 10 de mayo, tres privilegiados del deporte de la canasta dejaron su firma en la extensa lista de buzzer beaters para siempre. Derrick Rose, Paul Pierce y LeBron James: un trío de ases para tres jugadas que son mucho más que simples canastas.

La mirada de quien nunca se fue

Después de cuatro temporadas acosado por las lesiones y luchando contra su cuerpo, ser la eterna esperanza de Chicago para volver a besar el oro del Larry O'Brien Trophy es un reto que solo luchadores con hielo en las venas como Derrick Rose son capaces de afrontar. Puede tener altibajos, puede caer víctima de un nuevo problema físico y puede intentar sin éxito alcanzar esa imperial versión de sí mismo que le hizo ser el MVP más joven de la historia en 2011. Pero si en la Ciudad del Viento, urbe curtida en mil batallas baloncestísticas y experta en este deporte, sigue siendo un ídolo, es porque siempre acaba volviendo.

Las semifinales de la Conferencia Este han cruzado a los Bulls de Rose con unos Cleveland Cavaliers que, desde el fichaje de LeBron James en verano, aspiran sin excusas al anillo. En el tercer partido de la serie, con 1-1 en el cómputo global, la contienda llegó a los últimos tres segundos con empate a 96 en el marcador y posesión para Chicago. Todo el United Center sabía quién debía dictar el destino de los de Illinois. Con el '1' de líder a la espalda, Rose buscó su espacio, lanzó a la desesperada y, con la inestimable ayuda del tablero, anotó. Bocinazo, fin y, entre la locura general, la gélida mirada del base mirando a un punto muerto, impasible.

Si una mirada dice más que mil palabras, la de Rose equivalió a ríos de tinta. En sus ojos se veía la rabia serena del luchador invencible y la infinita y silenciosa clase que le elevó al Olimpo del baloncesto. Y de paso, se dirigió a su público con su gesto inalterable: que nadie piense que la camiseta de Rose ya era una reliquia vintage, porque nunca se ha ido.

¿Que por qué estoy aquí?

Hace una temporada, Paul Pierce emprendió el viaje más difícil de su vida. Tras 15 temporadas dedicado en cuerpo y alma al equipo de su vida, Boston Celtics, The Truth cambió de aires para apostar por el multimillonario proyecto de los Nets. Los Orgullosos Verdes veían partir al hombre que les hizo volver a creer en su grandeza, que les devolvió el honor perdido ganando el anillo en 2008, 22 años después del último. La vida de Pierce ahora estaría rodeada de las paredes de ladrillo de Brooklyn, el dinero del Barclays Center y la exigencia sobre un proyecto construido frenéticamente a golpe de talonario.

Esta introducción es fundamental para entender la etapa que atraviesa una leyenda en activo como Pierce. Ya no es una estrella de primer nivel, pero nadie más que él es apodado The Truth. La Verdad es innegociable, La Verdad siempre tiene razón. No anota como antaño, pero está ahí cuando hasta al más endiosado le tiembla la mano por la tensión del momento. No, a Pierce no le asusta nada. Nadie está más curtido que él dentro y fuera de la cancha -las 11 cicatrices que le dejaron las puñaladas que recibió en 2000 y casi le matan así lo atestiguan-. Tuerce el gesto, extiende el brazo y dice: "Dámela a mí, chico".

En su primer y único año en los Nets, dejó una imagen para el recuerdo. Tras matar a los Raptors en el partido inaugural de la primera ronda de playoffs con un cuarto periodo espectacular, gritó: "Por esto me han traído aquí". Un año más tarde, volvió a sentenciar al mismo rival, pero vistiendo la camiseta de unos Wizards por los que fichó en el verano de 2014. "Por esto estoy aquí", dijo cambiando el discurso ligeramente. El pasado sábado, con 1-1 en las semifinales contra Atlanta Hawks y sin la gran estrella, John Wall, no tuvo que reivindicarse hablando en alto. Agotó el reloj con 101-101, y con dos defensores encima, miró al aro con decisión. Como Rose, el tablero fue su aliado, y puso a la capital estadounidense bajo sus pies cuando el balón atravesó la red. Es la historia del Paul Pierce actual: los años pesan y no volverá a ser el que era, pero La Verdad seguirá vigente hasta su último día. Que le den la bola a él, y nadie mirará a la presión con más valor.

Rey solo hay uno

Criticado y amado a partes iguales cuando cambió Miami, donde consiguió dos anillos, por su Cleveland natal, LeBron James vive ahora para llevar a Ohio el primer campeonato de la historia de los Cavaliers. Lo ha ganado todo en el baloncesto, pero en la NBA nunca es suficiente cuando hay nombres como Michael Jordan con los que compararse. Es lo que tiene querer ser The King, o como él mismo lleva tatuado en la piel, The Chosen One.

Los enemigos de LeBron James han cambiado. San Antonio Spurs, los que le privaron de su tercer campeonato, están eliminados. Indiana Pacers, sus últimos grandes rivales en el Este, ni siquiera se han clasificado para la postemporada. Esta vez, Chicago Bulls son su rival a batir. Después de esa canasta espectacular de Rose en el tercer partido de la serie, el cuarto enfrentamiento también llegó a los compases finales con igualdad total en el electrónico. Pero El Rey también quería reclamar su legítimo momento de gloria.

A veces el baloncesto es mucho más fácil que pizarras y jugadas meditadas durante horas. Todo puede reducirse a poner el balón en las manos adecuadas. Cuando restaba un segundo y medio para el final y reinando un empate a 84, David Blatt trató de explicar la estrategia acordada para el tiro definitivo a sus jugadores. Entonces, James dio un paso adelante que solo él tiene derecho a dar en los Cavaliers. "Solo dame el balón, habrá prórroga o ganaré esto para nosotros", dijo The King a su entrenador, según él mismo ha reconocido. ¿En qué condiciones recibió el esférico? Desde una esquina, en movimiento y con la marca de Butler ahogándole. Pero, ¿qué importa eso cuando se viste el mágico dorsal '23'? Sin recurrir al tablero como Rose y Pierce, clavó su tiro y empató 2-2 una serie que, si hubiese fallado, podría haberse ido a un letal 3-1 para Chicago. Y así, el domingo también pudo contar con su maravilla personal.