En la vida, es difícil ponerse de acuerdo. Todos tenemos nuestras preferencias: ya sean trivialidades, como gustos de helado, o temas de mayor "seriedad", como ideologías políticas, cuesta encontrar lugares de común entendimiento. En el deporte -más cerca de la categoría "trivialidad", por más que a veces no lo parezca- el debate es una necesidad vital.

Si todos los periodistas gráficos, cronistas radiales o panelistas televisivos opinaran de igual forma, el deporte perdería su cualidad emocional y sorpresiva, que tantas pasiones despierta en personas de distintas razas y nacionalidades.

En este contexto tan complejo, con Twitter al alcance de la mano y con 80.000 páginas web que deben ofrecer contenido durante las 24 horas del día -a veces, sin importar la calidad de dicho contenido- todo punto de análisis parecería ser debatible.

Sin embargo, todavía existen algunas anomalías. Equipos, jugadores o dirigentes, que mantuvieron su estatus a lo largo del tiempo, generando una admiración universal tan irrefutable que ni el más rebuscado de la tribu de bocones se atrevería a cuestionarlos. Esta semana, el deporte se despidió de una de las anomalías más singulares que se hayan visto: Timothy Theodore Duncan.

No hace falta que se enumeren las estadísticas que depositan a Duncan como uno de los mejores jugadores que alguna vez pisaron una cancha de básquet. Ponganle el mote que quieran: 'Mejor ala-pívot en la historia", "top 5, top 10 en la historia de la NBA", da más o menos lo mismo.

El punto es que el '21' de los Spurs logró, sin quererlo, lo que cualquier atleta desea: el consenso de la prensa y los aficionados del baloncesto. Pero hay algo más: reconocer y elogiar su talento y sus logros dentro del parquet es quedarse corto a la hora de hablar de Duncan.

5 anillos, 3 MVPs en las Finales, 2 MVPs en temporada regular y cualquier cantidad de récords en cuanto a porcentaje y total de victorias ubican al nacido en Islas Vírgenes en la verdadera élite de la NBA. Que todos estos reconocimientos hayan ocurrido en una misma franquicia lo convierten en una rareza aún más difícil de encontrar (Abdul-Jabbar consiguió uno de sus seis anillos en Milwaukee Bucks y hasta Jordan jugó un par de temporadas en Washington Wizards). Y, por último en orden aunque no en importancia, su carácter lo define como un profesional consumado. El diamante más preciado dentro de la joyería más exclusiva.

Da hasta algo de vergüenza utilizar las palabras de uno para describir a Tim Duncan. No hay que mirar demasiado lejos, tampoco: la rueda de prensa de Gregg Popovich, único entrenador que conoció Duncan en toda su carrera, ilustra a la perfección los valores que ambos sostuvieron durante dos décadas:

"Es la persona más consistentemente genuina que conocí en mi vida. Ha sido el mejor compañero que un jugador puede pedir. Hemos conseguido muchos logros simplemente por el ambiente que él creó. Nunca se quejó de nada, siempre llegó temprano y se fue tarde. Estuvo presente para cualquier persona que necesitó de su ayuda. Por todas esas cualidades, es irremplazable". Pop, quebrado como nunca, lo cuenta como nadie más puede.

Qué decir de alguien que, siendo universalmente reconocido como una leyenda, se retira sin emitir una palabra. Kobe Bryant se arrastró durante 82 partidos, recibiendo (merecidos) elogios en todas los estadios y cerrando su brillante carrera con miles de cámaras apuntándolo. Está perfecto. Kobe, otro monstruo del deporte, se ganó el final que siempre quiso. Duncan -de nuevo, sin quererlo- le puso un moño poético a 19 años de altruismo, sacrificio, títulos, exigencia, nobleza y competencia.

Para la ciudad de San Antonio, su silencioso prócer y el atleta más importante de su historia. Para la NBA, el ícono de una generación que ostentó a Bryant, Shaquille O'Neal, Kevin Garnett, Dirk Nowitzki, Jason Kidd, nuestro amado Manu y tantos otros. Para el deporte, el principal responsable del período más exitoso para cualquier equipo, en cualquier disciplina.

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