Cuando nos disponemos a competir en un deporte – sea el que sea –, lo primero que exigimos es que sea en igualdad de condiciones. Lo que tiene que decantar la balanza hacia un lado u otro son el esfuerzo y la calidad. La combinación de ambas cualidades determina el ganador, salvo contadas excepciones.

Si nos centramos en el ciclismo, no hay ni campo ni árbitro. Los rivales se cuentan por decenas y el equipo es importante pero no siempre es decisivo. Este deporte aúna el compañerismo de los deportes en equipo con el protagonismo personal de los deportes individuales.

Los corredores contemplan bellos paisajes desde las carreteras que las atraviesan. El público se agolpa en los márgenes del recorrido para aplaudirles a su paso. Pero no todo es tan bohemio en este deporte. Es una competición y, como en todas ellas, la gloria es para el ganador.

Algunos, cegados por su afán competitivo, recurren a sustancias prohibidas por la UCI para mejorar su rendimiento. Son demasiados los ilustres que han caído en la trampa del dopaje. El heptacampeón del Tour de Francia, Lance Armstrong, está siendo objeto de todas las iras tras la acusación en firme de la Agencia Antidopaje de Estados Unidos (USADA). Los aficionados al ciclismo estamos viendo cómo el espectáculo que hemos presenciado se pone en duda – en el mejor de los casos – o se convierte en una farsa.

Respecto al caso de Armstrong diré tres cosas. La primera, que en el ciclismo – y en la sociedad en general – hemos olvidado un principio jurídico muy importante, la presunción de inocencia. La segunda, que en caso de ser ciertas las acusaciones, es absurdo que se cambien los ganadores de los Tours del americano; todos se han visto salpicados por el dopaje. La tercera, que el retraso con el que actúan las agencias antidopaje demuestra que el sistema no funciona, no cumplen con su cometido.

Normativa confusa

Con una normativa que cambia de un año para otro, que prohíbe el uso de antigripales, de los medicamentos contra la picadura de avispas y abejas, o del conocido Ventolín, queda patente que el reglamento es un tanto estrafalario.

Para superar un problema de esta magnitud es necesario remar todos en la misma dirección. Las normas deben estar claras y tener un mínimo de lógica. Si un ciclista está enfermo, habrá que curarle.

Debería considerarse sustancia dopante aquélla que pueda suponer un beneficio en la cantidad necesaria y que haya sido introducida en el cuerpo del ciclista de forma intencionada. Además, debería primar la presunción de inocencia, y no que sea el ciclista el que tenga que demostrar que no se ha dopado, como le pasó a Contador.

El aficionado quiere ver a sus ídolos ganar las carreras en la carretera, no en un laboratorio ni en un juzgado.