El ciclismo es un deporte de gestas y jornadas heroicas, que engancha a los aficionados mientras más de un centenar de corredores nos brindan horas de esfuerzo sentados sobre un sillín y impulsados por sus piernas hechas a base de kilómetros y más kilómetros de entrenamiento. La heroicidad típica del ciclismo se volvió superlativa gracias a la Lieja - Bastoña - Lieja de 1980, que llevó al límite a unos inocentes corredores que solo querían acabar el ciclo de las Ardenas con una carrera tranquila, pero que, ese día, se encontraron un verdadero infierno.

Para Bernard Hinault, ese 1980 no era un año apropiado para corres las clásicas de las Ardenas. Tenía la intención de conquistar su primer Giro de Italia y hacer doblete en julio con el Tour, añadiendo que el Mundial de ese año se celebraba en su Francia natal, en Sallanches, y que también quería llegar con un buen estado de forma para hacer también una buena carrera. Un calendario con tres picos de forma al que el propio Hinault no quería añadirle un cuarto con la disputa de las Ardenas, pero que decidió hacerlo gracias a sus buenas actuaciones en las clásicas anteriores: 5º puesto en la Amstel Gold Race, 4º en la París - Roubaix y un 3º en la Flecha Valona (que en ese momento se corrían por ese orden). En Lieja, no quería ser segundo, lo que quería era llevarse la victoria y repetir su éxito en la carrera belga tras el cosecha en la edición de 1977.

Un día que salió muy feo, con abundantes nubes sobre las cabezas de los 174 corredores que salieron de Lieja y que no imaginaban lo que les esperaba. A los pocos kilómetros, empezó a nevar con fuerza y la temperatura bajó drásticamente, produciéndose los primeros abandonos y convirtiendo la clásica belga en una carrera de supervivencia en vez de una carrera ciclista. Hasta el mismo Hinault pensó en abandonar, queriendo no arriesgar su futura participación en el Giro de Italia, pero fue convencido por su jefe de equipo y siguió en carrera. La dureza de la carrera fue tal que en el primer avituallamiento de la carrera, de esos 174 corredores que habían salido de Lieja ya se habían retirado alrededor de 110. Pocas veces se había visto en el mundo del ciclismo que se retiraran tantos corredores en un día de competición.

Por delante, los únicos valientes, y en ese día más valientes aún, que se habían atrevido a intentar una fuga fueron Ludo Peeters y Rudy Pevenage. A falta de poco más de 80 kilómetros para el final y aprovechando el ascenso a la cota de Stockeu, el francés cambió el ritmo y abrió hueco con mucha facilidad con los otros corredores que a causa del frío tuvieron que subir la cota a pie. Hinault atrapó al último escapado en plena ascensión de Haut-Levée y se quedó solo antes incluso de coronar. Empezó una bonita batalla con casi 80 kilómetros por delante, pero no entre el francés y el pelotón, o lo que quedaba de él, sino entre Hinault e Hinault, una crono de 80 kilómetros entre la cima de la Haut-Levée y la meta, situada en el boulevard de Sauvinière.

Una batalla que ganó el francés, que, desde su ataque, había incrementado su diferencia poco a poco, pero no sin antes haber sufrido en los últimos kilómetros de la prueba y sin celebrarla en la línea de meta a causa del nivel de congelación con que se presentaba en la meta. Más de nueve minutos le había metido al segundo clasificado en meta, el holandés Hennie Kuiper y al tercero, el belga Rony Klaes. Pero daba igual a qué distancia entrabas respecto a Hinault, el haber llegado ese día a meta ya te convertía en ganador.

Giuseppe Saronni, uno de los favoritos que se había retirado a principios de carrera y que no dio crédito a lo que habían visto sus ojos aquel día, se rindió ante la exhibición del francés, que antes que premios y galardones por su gesta quería una ducha de agua caliente. Las secuelas de haber pasado un frío infernal se notaron más tarde en el corredor francés: Hinault tardó más de tres semanas en recuperar la total movilidad en los dedos y hoy en día aún arrastra una pérdida de sensibilidad en los dedos de sus manos. Fueron las consecuencias de haber llevado su cuerpo al límite de lo humanamente posible.

Lo que se vio en Lieja ese día no solo fue una exhibición de fuerza y resistencia por parte de Hinault, aquel día también se vio una exhibición de pasión por el ciclismo, de esos 21 supervivientes que llegaron a meta como héroes y de todos los aficionados que aguantaron en meta y en los bordes de las carreteras pese al mal tiempo.

Fotos: pedaleoluegoexisto.blogspot.com / cyclingtips.com.au