El ciclismo es pasión, pasión por superar tus límites y por superar todas esas trabas que la carretera te va colocando. Ciclismo es hacer sentir al aficionado que, en la cuneta, tras horas y horas de espera, ansía ver pasar a su ídolo sobre la bicicleta, haciendo sufrir a sus rivales, o viéndole sufrir para darle ese aliento de energía que tanto necesita. Pasión también es un amor desenfrenado, algo que José Manuel Fuente, 'el Tarangu', confesó a su niña bonita: el ciclismo. Fue un sentimiento correspondido, ya que el asturiano logró encandilar a este deporte, a su gente, a sus aficionados, pero no le devolvió todo lo que 'el Tarangu', que significa descuidado en bable, dio al deporte de la bicicleta.

El ciclista de la época franquista solía ser una persona de clase baja, que un buen día montaba en bicicleta y no había nadie quien le siguiera la rueda. Ese espíritu incansable de lucha y de no rendirse se contagiaba de padres obreros, que trabajaban de sol a sol por un mísero jornal que apenas les daba para vivir, a unos hijos que encontraron en las ruedas la escapatoria ideal para salir de la pobreza, tanto ellos como sus seres queridos.

El Tarangu no se libró de esta desdicha, que a la postre le permitió ser recordado en la posteridad. Nacido en Limanes, Asturias, un pueblecito cercano a Oviedo, Fuente pertenecía a una familia humilde cuyos recursos económicos emanaban de la tierra y de los frutos que brotaban de ella. Apenas pudo estudiar, ya que a los catorce años tuvo que abandonar la escuela para ayudar a su familia trabajando. Previamente, con nueve años estuvo enfermo de escarlatina con afección a los riñones, lo que le dejó ciego durante once días.

Pese a todo, Fuente ya tenía algo grabado a fuego en su cabeza: la bicicleta. Con catorce años logró encontrar un trabajo de metalista, al que añadió la ayuda que prestaba a su padre en la recolección de frutos. Una jornada laboral de doce horas diarias no desgastaba al Tarangu, que logró, con el sudor de su frente, su primera bicicleta, una bicicleta de paseo que su padre le compró al maestro del pueblo por cincuenta pesetas.

Poco a poco esa afición de la bicicleta se convirtió en obsesión y el ciclismo fue conquistando, neurona a neurona, el pensamiento de Fuente. Sus ídolos eran Federico Martin Bahamontes, el Águila de Toledo, el único español que logró campeonar en el Tour hasta ese momento, y el mejor ciclista de la época, Jacques Anquetil. El Tarangu soñaba con ser algún día como ellos, a pedalear a esa velocidad, a fundirse con el viento en las cronos como lograba el francés, o a domar las duras rampas de los puertos más infernales de los Pirineos como acostumbraba a hacer el toledano.

Las piedras en el camino hacia un sueño

El sueño de Fuente se topó con un problema: no tenía suficiente dinero como para adquirir una bicicleta que le permitiese competir. En un primer momento la alquilaba cuando tenía alguna carrera, pese a que el precio era bastante alto. Poco a poco fue ahorrando y logró hacerse con una bicicleta de carreras de segunda mano, con la que pudo entrenar con regularidad y no perderse ni una competición que se celebrase en Asturias.

Más tarde, traspasó las fronteras astures y participó en carreras de provincias limítrofes, a la que acudía con cuatro o cinco amigos con los que se repartía gastos y premios. Solían ir en tren, aunque si el lugar de la prueba era muy cercano, se atrevían a ir incluso en bicicleta.

Pero no todo era tan sencillo para el Tarangu. En su casa no veían con buenos ojos que su hijo gastase tanto tiempo y dinero en acudir a carreras, en vez de echar una mano en casa. Entonces apareció la figura de José Luis Río, "Carretillo", un ciclista aficionado que le llevaba a las carreras, le ensañaba aspectos técnicos de la bicicleta, le daba dinero y, lo más importante, convencía a los padres de Fuente para que pudiera ir a competir.

El destino rizó el rizo para que Fuente tuviera aun más problemas con su carrera ciclista. El Tarangu debía realizar el servicio militar, pero no podía dejar su entrenamiento. "No me dejaban salir vestido ni ciclista, ni siquiera guardar la bicicleta en él, la tenía que dejar en el bar. Las horas de paseo eran escasas, si me cambiaba, no me quedaba materialmente tiempo para los entrenamientos, así que lo hacía con el uniforme militar", aseguraba Fuente.

Una personalidad forjada en la infancia

Con todo este pasado, es fácil entender el carácter competitivo y luchador del Tarangu. Todas las piedras que tuvo que apartar de su camino hacia el ciclismo profesional, hacia el estrellato, hacia la leyenda, fueron calando en él para lograr crear un carácter duro y aguerrido que tanto le daría en competición.

En su primera oportunidad para demostrar su valía en un escaparate de nivel mundial, no defraudó. Era 1970 y la Vuelta a España había creado un nuevo premio: el maillot tigre al mejor neoprofesional de la carrera. El Tarangu, que corría con el equipo Karpy, se hizo autoritariamente con este galardón y levantó el interés del KAS por contratarle.

Un año después comenzó su idilio con su carrera favorita: el Giro de Italia. Con los colores del KAS, asistió a la Corsa Rosa, donde se llevó el maillot de la montaña, clasificación en la reinaría durante cuatro años seguidos, y una victoria de etapa en Sestola. En esta temporada corrió las tres grandes, aunque en la Vuelta no tuvo un papel muy relevante. No fue así en el Tour de Francia donde, en su debut, logró dos triunfos de etapa consecutivos: Luchon y Superbagnères.

Esto solo fue el inicio de una carrera corta, pero intensa. Dos triunfos en la Vuelta, un segundo puesto en el Giro y un tercero en el Tour adornan su palmarés, además de una Vuelta a Suiza. Tres etapas de la Vuelta, nueve del Giro y dos del Tour completan un repertorio espectacular para un ciclista que tenía una virtud que, a la par, era un defecto: no podía pasar desapercibido.

El revolucionario del pelotón

El Tarangu, tras esa infancia tan dura, se convirtió un rebelde del sistema establecido. La normalidad provocaba cortocircuitos en su mente, por lo que trataba, por activa o por pasiva,de acabar con el sosiego. Demarraje a demarraje, aceleración a aceleración, se ganó el respeto, e incluso el temor, de gran parte del pelotón. Incluso el mismísimo Merckx se rindió a Fuente, a su carácter, a sus piernas, a su personalidad: "Es el ciclista que me pone en más dificultades".

Impredecible, como su triunfo en la Vuelta de 1972, y difícil de sujetar, lo que le valió problemas internos en el KAS con Lasa, definen a la perfección a Fuente. Estas dos cualidades regalaron al ciclismo vibrantes luchas, teniendo su clímax en el Tour de 1973, en su etapa reina.

Estaba compuesta por casi 240 kilómetros con La Madeleine, Telegraphe, Galibier, Izoard y el final Les Orres como testigos de la página dorada del ciclismo que allí se iba a escribir. En el Telegraphe, a 150 kilómetros para meta, Fuente comenzó a disparar su arsenal de ataques, a los que cada vez respondían menos corredores, hasta que solo uno pudo seguir su rueda: Luis Ocaña.

En Galibier hubo un reagrupamiento, en el que Ocaña, belicista como pocos, se puso en cabeza para tratar de poner calma en este grupo. Pero el Tarangu no aceptó el pacto y volvió a demarrar, lo que crispó al conquense tanto que le respondió con un durísimo ataque restando más de 130 kilómetros para el final.

Desde este momento, Ocaña hizo todo el gasto mientras que el asturiano no daba ni un relevo, algo que enfadó al maillot amarillo por aquellos días. Ocaña forzaba el ritmo entre insultos a Fuente por no querer colaborar, más aun cuando en Izoard, planeando poner nervioso al conquense, sprintó para llevarse el premio de la montaña.

La mala suerte le hizo una visita en el descenso de este puerto y el asturiano pinchó, lo que supuso una oportunidad inmejorable para la venganza de Ocaña, que se lanzó a tumba abierta sin esperar por el Tarangu. Finalmente, el manchego fue el vencedor de la etapa, pero la entrega y el duelo que ofrecieron ambos ha pasado a ser uno de los mejores capítulos del Tour.

Tres años más tarde, en 1976, tuvo que dejar de pedalear para siempre. Una enfermedad renal obligó al Tarangu a dejar la práctica del ciclismo y a cerrar el capítulo de su leyenda, de la historia de un corredor asturiano que en tan solo cinco años en el primer nivel mundial conquistó el corazón del aficionado. Su garra y su coraje quedaron para la posteridad y, después de su muerte en 1998, perdura en el recuerdo de este deporte, tan falto de aventuras sacadas de las entrañas del ciclista. Fuente era el hombre que se subía a la bicicleta y no solo pedaleaba con las piernas, también con el corazón.