París-Roubaix es una prueba que no deja indiferente a nadie y, menos aún, a un debutante. El júnior leonés Pablo Benito se estrenó en el Infierno del Norte con un notable 36º puesto que le colocó como mejor español clasificado. Así ha relatado Pablo Benito su experiencia en el pavés del norte de Francia para los lectores de VAVEL.com:

Viernes, mi vuelo llega a Bruselas y me encuentro con mis compañeros Kiko, Cassu, Cañellas, Elosegui y Pablo, al principio se denota la falta de confianza, pero nada que no pueda solucionar entrenar todos juntos, ¿hay algo que nos una más que pedalear juntos? Lo dudo. Al principio todo perfecto, los coches nos ceden el paso, te respetan, la gente te anima, te sorprende y se agradece.

Sábado. Mi primer desamor respecto a la cultura ciclista europea cuando los júniors salimos a entrenar dirección Roubaix. Una vez en carreteras generales y ciudades estresantes, se acabaron la mayoría de las gentilezas que tanto nos habían impresionado el día anterior.

Domingo, es el día, bajamos todos juntos a desayunar, compartimos hotel con Noruega, Dinamarca e Italia, sabemos que son ruedas a vigilar. Terminamos de desayunar y dejamos libres las habitaciones y las maletas en la puerta, nos ponemos el mono de trabajo, los dorsales y vamos directos a la habitación del seleccionador esperando la táctica. “Sabemos quién va a controlar la carrera, no perdamos su rueda y tenemos media carrera hecha. Cuidad el material y tendremos otro cuarto de carrera ganada, el resto será la carretera quien dicte sentencia.” Bajamos y cargamos las maletas. De camino a la salida comparto furgoneta con el seleccionador, me pregunta que si estoy nervioso y me recalca “los primeros 70 km son clave, hay que estar adelante”. Estas palabras no pararían de repetirse en mi cabeza durante toda la carrera.

Llegamos a Saint Amand les Eaux, punto de salida, tomamos el avituallamiento previo, firmamos, calentamos, masaje y a la línea de salida… Todo es silencio y palabras serias por parte de los corredores, exceptuándonos, claramente, a los españoles, sabemos que estamos aquí para disfrutar.

Suena el silbato, se da la salida, esto es una locura, hacemos cualquier cosa por conseguir un buen puesto, saltas aceras, adelantas por las cunetas, prados, rotondas, cualquier hueco vacío que haya que suponga ganar un puesto, ni lo pienses, ocúpalo. Cassu, Kiko y yo decidimos no separarnos, yo voy en cabeza y ellos a rueda, nos colocamos en cabeza de un pelotón del que no hace falta que ningún equipo tire, la lucha por la posición ya le da suficiente ritmo. Oímos caídas, llamamos a los nuestros, contestan todos, eso es bueno, no nos preocupamos.

Km 28’7, tal como dice la chuleta que llevo en el cuadro, empieza lo bueno: 3km de pavés de categoría 4 (sobre 5), uno de los tramos más largos y duros. Nada más entrar notamos cómo el resto de selecciones se conocen los tramos de memoria de tanto entrenarlos, saben por dónde hay que tomarlos, esquivarían los socavones con los ojos cerrados, ¿cuántas veces habrán realizado el recorrido? Nosotros llegamos sin haber visto ni un kilómetro de pavés. “No puede ser, qué me pasa, ¡pero vamos! Pfff… Como empiece así mal voy, ¡vamos! Vaya carrera me espera, me noto vacío, en cuanto acabe el tramo a comer y beber, no puedo ir así de mal, agacha la cabeza, coge la fila buena de adoquines y hasta el final. Ahí está, ya la veo, la pancarta de final de tramo, solo quedan 15”-es lo único que se pasa por mi cabeza-.

Me reencuentro con Cassu, “¿Cómo vas? Jodido, ¿tú? Igual” Oímos un arrastrón a nuestro lado, un belga, se cae “mierda, me lleva con él”-pienso- su bici se engancha con la mía, la suelto como buenamente puedo mientras la llevo a rastras, empiezan los problemas, me ha abierto el cierre de la rueda trasera justo antes de otro tamo y no me he enterado, además me ha arrancado uno de los tronillos de los portabidones, arranco el que queda y lo tiro, me quedan 80km con un solo bote. Salimos del tramo y me llama Cañellas, “¡Benito! Llevas la rueda abierta”. La cierro en marcha pero la rueda queda mal puesta y va frenada.

Pero el ritmo ha aumentado tanto que no puedo parar, empiezo a ir bien, dejo la mente en blanco “vete restando tramos”. Voy volando sobre el adoquín, algo así como hace mi segundo bote, y junto con él, el segundo porta botes. Intento no preocuparme “ya encontraré algo”, pienso iluso de mí, son 70 km los que quedan y no tengo agua, por lo que tampoco puedo comer.

Y aquí llega mi segundo y gran desengaño con el ciclismo europeo, ningún auxiliar ni padres de otras selecciones te dan agua. Ni un trago los propios corredores, algo impensable para mí; Resulta que juegas en un liga inferior a ellos, y no debes interferir en su juego. Sinceramente, en España no tenemos nada que envidiarles, se me ha dado la misma situación en Copas de España y campeonatos (las pruebas más importantes de nuestro calendario) y he dado botes a mis enemigos al igual que ellos me los han dado a mí. “Esto no es ciclismo, esto se hace en otros deportes, no en el mío...”-pienso como el chico al que acaban de romper el corazón-. Qué fraude, me siento totalmente engañado, quiero volver a España y correr con gente que se respeta y ayuda, no con dioses del Olimpo que han decidido deleitarnos con su presencia.

Paso los siguientes 10 tramos sin problemas, incluso metiéndome en alguna escapada que me parece decisiva, pero la falta de entendimiento hace que no fructifiquen. Se ha aumentado el ritmo y esto me viene bien: Ritmo continuo y exigente. No puede ser, hasta adelanto gente sobre los adoquines, ahí va el holandés que se acordó de mi madre de mala manera cuando le quité el sitio, “ahí te quedas” pienso, y me alegro, por qué negarlo.

Pero algo cambia en el tramo justo anterior al Carrefour de l‘Arbre, el ritmo baja entre tramos y cambian el ritmo sobre el adoquín, eso me mata, además el no comer y no beber, me está pasando factura, llevo 2 geles, uno me lo he tomado hace 5 minutos esperando evitar esto, me tomo el otro pero no tengo nada sólido en el estómago y pasa factura. Veo un espectador bebiendo de un bote de agua, le pego una voz y me lo da, solo queda un trago, “mejor que nada”-pienso-, a mi lado un estonio en mi misma situación me pide un trago, ¿hago lo mismo que ellos me han hecho o me comporto como un auténtico ciclista? “Fifty-fifty” le digo, mi minúscula dosis de agua se ve reducida a la mitad, lo acabo y lo tiro.

Entramos en el Carrefour, un pinchazo delante y el tapón que ello provoca, hay que esquivarles, pierdo la fila buena de adoquines y eso me hunde: “Un tramo de 5 estrellas y tengo que ir por la peor parte”. Vuelvo a la fila en cuanto puedo y veo dos italianos pasando como aviones, “a por ellos, seguro que me llevan de vuelta a cabeza”, dicho ritmo les dura 500m, de repente paran y no tengo por donde pasarles, las fuerzas tampoco acompañan llegados a este punto.

Se acabó. Pierdo contacto con cabeza y son 15 kilómetros los que quedan hasta meta con otros dos tramos que no sé ni cómo estoy superando, solo quiero llegar a meta, no puedo más… Solo quiero comer, beber… “¡Qué pajarón!”-se repite en mis pensamientos-. Pero ahí está, el velódromo de Roubaix “¡Dios, sí, por fin!” Consigo ganar una posición en el sprint, y me tumbo sobre el césped, encadeno dos coca-colas y difícilmente me levanto para irme a cambiar, una vez vestidos, directos de vuelta a Bruselas, y de vuelta a España, se acabó el sueño y vuelvo con una sensación de sabor agridulce. “Quiero demostrar que soy capaz de más”, este pensamiento sigue dando vueltas por mi cabeza a día de hoy, espero tener la oportunidad de enmendar los errores cometidos por la inexperiencia, me siento como después de mi primera carrera. He vuelto a ser el novato con ganas de mejorar.

La carrera más dura de mi vida, estoy reventado, exhausto… Y quiero volver.