El cine y sus entresijos. Las relaciones cambiantes y modificadas por las circunstancias y las personalidades. La gran pantalla juega con las emociones y las ilusiones de los espectadores y, por qué no, de los personajes. Conflictos, tanto exteriores como interiores formados por unas estructuras tan complejas como como fácilmente resolubles en los filmes pero no tanto en la vida real. Sobre todo ocurre en las historias de romances. Un amor ante el que se oponen una serie de circunstancias que complican está relación.

Algo así podríamos aplicar a la relación entre Bradley Wiggins y el Team Sky. El ciclista británico se unió allá por 2010 a la estructura de su país, en lo que parecía el resurgir del ciclismo inglés. A pesar de que nunca ha tenido un gran esplendor, figuras individuales como las de Tom Simpson, Robert Millar o, más recientemente, David Millar, han destacado en el ciclismo mundial. Wiggo llegaba a Sky con una edad avanzada, a los 29 años, tras haber completado una carrera de madurez en equipos como Cofidis, con quien consiguió su primer gran triunfo en Dauphiné Liberé 2007, o Garmin-Slipstream, con quien cuajó un gran año logrando cinco victorias y destacando con un cuarto puesto (convertido en tercero tras la sanción de Armstrong), en el Tour de Francia de 2009 destacando no solo en las cronos sino en las jornadas de montaña.

Su primer año fue discreto aunque prometedor

Sea como fuere, Wiggins y Sky estaban destinados a unirse. Uno de los equipos con mayor proyección económica se unía al principal baluarte del ciclismo británico del momento. Su eclosión no iba a tardar en llegar y la polémica, tampoco. Llegar y besar el santo pues en la primera carrera con Sky, Wiggins logró, junto a sus compañeros, una victoria en la crono inaugural del Tour de Catar. Primera carrera y primera victoria. Luego de no completar un gran arranque de campaña y tampoco disputar muchas carreras, Wiggins se plantó en la salida del Giro, en Rotterdam, y se impuso en la crono inaugural. Eso sí, pasó sin pena ni gloria por la carrera italiana pese a que había tres cronos individuales y una por equipos. Su gran objetivo era brillar en el Tour de Francia aunque tampoco tuvo un rendimiento excesivo. Se limitó a hacer una carrera regular destacando en Mende y en la etapa con final en Arenberg. Fue noveno en la crono de la penúltima etapa y acabó vigesimosegundo en la general. Con el título de campeón de Gran Bretaña de contrarreloj despedía un año de toma de contacto, sin destacar pero dejando muchas expectativas en el aire.

El carácter de 'Wiggo' y el inicio de una rivalidad

Se abría 2011 con la ilusión de un año de éxitos. Poco a poco, Wiggins iba madurando sobre carretera, se iba conociendo, sus límites, sus habilidades. No era un contrarrelojista al uso. No arrasaba contra el crono, aunque destacaba, y subía con mucha potencia, algo extraño para un pistard. Supo aprovechar su momento, prepararse para la cita clave. Arrasó en Dauphiné aún sin ganar ninguna etapa, se impuso en los nacionales de su país y encaró el Tour de Francia en una forma perfecta. Eso sí, lo hacía con polémica. “No es bueno que un corredor que ha dado cuatro veces positivo esté en la carrera”, comentó el británico sobre la participación de Alberto Contador en el Tour de Francia, tras dar positivo por clembuterol en el Tour de Francia anterior. Wiggo no dejaba indiferente a nadie. Su porte señorial contrastaba con su carácter polémico y bromista en ocasiones.

Esas declaraciones a pocos días del inicio de la ronda francesa iniciaron la guerra. Wiggins saltó a la palestra por aspectos extradeportivos y todo el mundo puso sus ojos en este pistard británico que, no obstante, se veía obligado a abandonar en la primera semana tras una caída que le produjo una fractura de clavícula.

En La Vuelta 2011 empezó la rivalidad con Froome

Wiggo no quería irse de vacío en 2011, insistió, quería triunfar en una gran vuelta y puso sus miras en la Vuelta a España. Se recuperó a tiempo y se plantó en la salida de Benidorm con todo por ganar. Además, contaba con un nuevo gregario de lujo, un tal Chris Froome, poco conocido por aquel entonces más allá de competir en carreras menores y en alguna gran vuelta en sus primeros años con Sky. Decían que era un ciclista completo, buen contrarrelojista y con potencia en puertos largos y tendidos pero poco más. Wiggins pidió que estuviera a su lado en la Vuelta y así fue. Lo que no se imaginaba era que iba a ser el ciclista que le relevara como gran campeón británico.

Para su sorpresa, su joven gregario le superaba en la crono de Salamanca pero Sir Bradley, como más adelante le iban a conocer, pudo salir líder de la montaña gallega. Pero en el Angliru, la exhibición de Juanjo Cobo dejó sin fuerzas al líder que se vio superado por su compañero de equipo en meta. Relegado a un segundo plano, Wiggo ya no fue el mismo. Enfurruñado, enfadado aunque intentando evitar esa sensación, el británico asistió al duelo entre su compatriota y Cobo que acabó con victoria de El Bisonte. Él finalizó tercero, con una sensación de contrariedad por haberse visto superado por su propio gregario. Comenzaba aquí una relación agria entre dos compañeros y compatriotas entre los que la tirantez nunca se iba a marchar.

La polémica empaña su gran año

Llegaba 2012 y hubo conjura en Sky. Wiggins era el líder, Froome, su gregario. Y así fue. El líder del equipo británico se llevó París-Niza, Romandía y Dauphiné y se plantó en el Tour como gran favorito. Las ausencias de Contador y de Andy Schleck le allanaban el camino con Nibali como gran incordio, además de veteranos como Evans y jóvenes como Van Garderen y Pinot. Pero su principal rival iba a ser la discordancia con su compañero de equipo. Froome perdió casi un minuto y medio camino de Seraing y eso le dejó más libertad para buscar victorias de etapa. La tensión era palpable aunque, desde el coche de equipo, intentaban mantener juntos a los dos grandes exponentes del nuevo ciclismo británico.

A pesar de que Froome bien pudo dejar atrás a su líder en más de una etapa, solo le picó segundos en su victoria en Planche des Belles Filles y en La Toussuire, donde se reavivó la polémica. Froome saltó hacia adelante pero el pinganillo le ordenó bajar el ritmo para no crear suspicacias. Al final fueron solo dos segundos diferencia pero quién sabe lo que podría haber ocurrido. De ahí en adelante, a pesar de la polémica, los rumores y la desconfianza, Froome se portó como gregario y ayudó a Wiggo a mantener el amarillo. Pudo dejarle atrás en Peyragudes pero el ciclista de procedencia keniata no hizo más por avivar el fuego de la polémica. Un amarillo que fue afianzando con la victoria en las cronos Bessançon y Chartres y un amarillo que le iba a llevar a la gloria en París. Victoria pero, ¿mereció Froome más que su líder? ¿Qué hubiera pasado sin pinganillos? Eso nunca lo sabremos.

Pocos días después de la finalización del Tour, Wiggins volvió a tocar la gloria ganando el oro en los Juegos Olímpicos de Londres. Victoria en la modalidad contrarreloj y en casa. Era el momento de Wiggins. El ciclista de moda. Todo el mundo miraba a Gran Bretaña, allá donde nació el ciclismo y la bicicleta, allá donde el ciclismo estaba siendo un nicho de grandes éxitos.

Lenta caída desde el cielo

A partir de ahí, Wiggins no fue el mismo. Su relación con Froome, convertido en líder paralelo del equipo, fue a peor. Palos por las redes sociales, malas caras, malos gestos, incompatibilidad en carrera… Froome se había ganado su protagonismo y Brailsford apostó por él de cara al Tour de 2013 y no se equivocó. Froome emuló a su compañero de equipo venciendo en Romandía y Dauphiné, además de finalizar segundo en Tirreno, para acabar llevándose el Tour de Francia de manera incontestable. El divorcio fue evidente, sus caminos se separaron.

Abandonó el Giro en la 13ª etapa por una infección pulmonar

Wiggo se conformó con un plan alternativo. El británico iba a por el Giro de Italia. Su acercamiento fue bueno. No era el gran dominador de la temporada pero cuajó buenas actuaciones en la Volta y Trentino. Aun así, su cabeza no estaba tan centrada como el año anterior, no era el mismo. Llegó al Giro y su desconfianza era palpable. Los descensos, las etapas en mojado, las caídas tontas… Al final, en la decimotercera etapa y tras varios sufriendo por una infección pulmonar, Wiggins abandonaba el Giro de Italia, su última gran carrera por etapas.

Acabó la temporada con más pena que gloria. Resultados buenos, victorias en algunas cronos, pero muy lejos de su nivel en 2012. Fue segundo en la crono del Mundial de Florencia. Se obsesionó con ese título, el oro mundialista y encaminó 2014 hacia ese objetivo.

Pensando en otros objetivos...

Froome y Wiggins llevaban dos años sin hablarse

El declive había comenzado. Al menos en las vueltas por etapas. Wiggins no era ni el 50% de lo que fue en ese 2013 para el recuerdo. Eso sí, encontró un resquicio de ilusión. El noveno puesto en París-Roubaix le abrió los ojos aunque eso será otra historia. Las especulaciones sobre su participación o no en el Tour de Francia fueron cortadas de raíz por el propio Brailsford que reconoció su apuesta abierta por Froome de cara al doble en París. Nuevo resquicio de polémica aunque la madurez de Wiggo, convertido ya en Sir Bradley, le permitió superar esta situación sin mayores rencillas, a pesar de reconocer que llevaban más de dos años sin hablarse. “Si quiero correr el Tour tendrá que dejar Sky”, admitió un mes antes del inicio de la ronda gala.

Su acercamiento al Mundial le dejó la victoria en el Tour de California, el oro en los nacionales de Inglaterra y una tercera plaza en el Tour de Gran Bretaña. Wiggo se plantó en Ponferrada. Muchos le daban por acabado, le descartaban, pero el recorrido le venía al pego para acabar con la soberanía de Tony Martin. Y así lo hizo. El británico supo aprovechar la dureza de la crono para lograr un objetivo que tenía marcado desde hacía años. Oro olímpico, Tour de Francia y oro mundialista. ¿Algo más?

Roubaix, punto y aparte

Pues sí. A partir de ahí su reto emigró hacia el norte. Tras hacer top 10 en 2014, reconoció que su último objetivo en ruta iba a ser la París-Roubaix. “Intentaré ganar París-Roubaix”, dijo en noviembre. Y encaminó todos sus esfuerzos hacia ese objetivo. Roubaix y los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016, ya en la modalidad de pista, eran sus grandes objetivos para el futuro. Además, formar su propio equipo continental y superar el Récord de la Hora. Pero de cara a la ruta, Roubaix y poco más. Su camino hacia el Infierno del Norte fue bueno como gregario aunque malo como líder. Ayudó a sus compañeros cuando pudo y logró una victoria en la crono de La Panne. No desentonó pero tampoco destacó. Llegó a Roubaix y acabó en un discreto 18º puesto para rematar su carrera en ruta. “Tuve el placer de terminar entre los 20 primeros”, reconcía emocionado al final de la carrera. Su última parada, eso sí, será el Tour de Yorkshire, con su propio equipo ciclista, para retirarse de la carretera y centrarse en la pista.

Como se ha podido observar, la aventura de Wiggins en Sky ha sido un vaivén, una montaña rusa de resultados, emociones, polémicas, sensaciones… Sir Bradley, un talante polémico, capaz de lo mejor y lo peor. Wiggins ya ha pasado a la historia en el ciclismo británico. Primer ciclista en ganar el Tour de Francia lo demás será recordado como anécdota, como gracia o como esa parte negra que todo gran deportista tiene. Amado u odiado. Sir Bradley se despide de Sky y en breves de la carretera con una sonrisa que le ha acompañado durante años. Su legado será lo más importante…