Se fue el Tour de Francia y vino agosto. Con él llegaron los mejores ciclistas del mundo en tierras vascas con un objetivo: la Clásica de San Sebastián. El recorrido y los inscritos hacían augurar una preciosa carrera a ojos del espectador. Sin embargo, lejos de ser bella, fue más bien surrealista. Indignante, incluso.

Poco destacable pasó en los primeros 150 kilómetros, pero al acercarse el tramo decisivo, una avería en el avión que servía de enlace para la retransmisión de la carrera tuvo que aterrizar de emergencia dejando a los telespectadores sin carrera. La carrera continuaba, sí, pero sin noticias de la misma, al menos de forma visual. Aquello sólo había hecho más que empezar.

No fue hasta que los ciclistas estaban subiendo Bordako Tontorra, la última y decisiva subida de la Klasikoa, que se recuperó la conexión. Y con este puerto llegó el caos. Las duras pendientes y la cantidad de vehículos y aficionados provocaron que una motocicleta arrollara al belga Greg Van Avermaet (BMC), entonces cabeza de carrera en solitario.

Por detrás los máximos favoritos dudaban, por lo que el británico Adam Yates (OGE) buscó fortuna. Atacó en persecución de Van Avermaet. Sin embargo, éste último acababa de abandonar. Yates perseguía a un fantasma.

Y el resto es historia

El joven ciclista del Orica-GreenEdge bajó Bordako Tontorra a toda velocidad mientras el resto de favoritos volvía a dudar. Entró el británico en Donostia, solo por las amplias calles de la ciudad vasca que le llevaron hasta la recta de meta. Consultaba sin parar la radio, la cual pareció no funcionar, pues no fue hasta cruzada la línea de meta cuando supo que había ganado.

El segundo es el primero de los perdedores”, dijo una vez Ayrton Senna. Esta vez no fue así; el 'segundo' era el vencedor.

Philippe Gilbert (BMC), segundo en carrera, tampoco fue el primero de los perdedores. Sin duda alguna, el gran perdedor de la 35ª edición de la Clásica de San Sebastián fue su organizador. Dramático.