Clásicos VAVEL: 'Lo que el viento se llevó' (1939)
Clark Gable y Vivien Leigh, una pareja de cine. (Foto (sin efecto): solocineclasico.blogspot).

Más de 2.400 extras, 50 actores en cartera, tres directores y una docena de realizadores auxiliares, un quintento de guionistas, casi 3.000 trajes y 1.230 uniformes del ejército confederado confeccionados al milímetro, 53 edificios y 3.000 metros de calles de decorado, cinco meses de rodaje, 170.000 metros de filme rodados, casi tres años de preproducción, y una inversión de 4 millones de dólares. Son solo algunos de los datos que reflejan la majestuosidad de una de las cintas más grandilocuentes que ha visto alumbrar Hollywood: Lo que el viento se llevó.

Georgia, 1861. En la elegante mansión sureña de Tara, vive Escarlata O'Hara, la joven más bella, caprichosa y egoísta de la región. Ella suspira por el amor de Ashley, pero él está prometido con su prima, la dulce y bondadosa Melanie. En la última fiesta antes del estallido de la Guerra de Secesión, Scarlett conoce al cínico y apuesto Rhett Butler, un vividor arrogante y aventurero, que solo piensa en sí mismo y que no tiene ninguna intención de participar en la contienda. La guerra y posterior reconstrucción de un país dividido unirá sus vidas sin retorno.

Basada en la novela homónima de Margaret Mitchell

En 1936, más de 1.000 páginas de amor y ambiciones con la Guerra de Secesión como trasfondo atrajeron la atención del productor cinematográfico David O. Selznick, quien se había encaprichado irremediablemente de la novela homónima de Margaret Mitchell, ganadora del Premio Pulitzer y cuya primera y única obra permaneció hasta 21 semanas en el número uno de los más vendidos de su país. Selznick sabía que detrás del éxito literario se escondía uno aún mayor cinematográfico y no cesó en su empeño de dar vida a todas aquellas letras a través de la magia de una cámara. Aunque para ello tuviera que toparse con los quebraderos de cabeza más intensos de su trayectoria.

De George Cukor a Victor Fleming

Primer paso, evadir la dura criba impuesta por el propio consejo de administración de sus estudios, Selznick International Pictures, que no veía con buenos ojos un proyecto de época con un reparto de peso mayoritariamente femenino, con temas candentes como la esclavitud y la Guerra de Secesión y que, además, suponía un desembolso excesivo para la época. Los nubarrones negros sobre la producción acababan de llegar para cebarse con ella durante todo su nacimiento.

Lo primero de todo era adaptar los más de 1.000 folios de la novela a formato cine, y para ello se terminó recurriendo a las manos de hasta cinco guionistas diferentes. En los créditos solo aparecería uno: Sydney Howard, autor del primer borrador. Jamás existió un guion definitivo como tal, sino pequeños bocetos y directrices que iban adaptándose a medida que pasaba el tiempo. Este descontrol en el libreto pronto encontraría continuidad en la silla de director, controvertida tras la inesperada destitución de George Cukor por Victor Fleming (El mago de Oz).

De izquierda a derecha: Selznick, Fleming, Leigh y Gable.

Algunos rumores de la época apuntaban a que Cukor, homosexual declarado, conocía el pasado turbio del protagonista, Clark Gable, y que éste, temeroso de lo que podía contar, obligó a la productora a rescindir su contrato con él. Otros a desavenencias con el guion y su sueldo. Sea como fuere, en los cinco meses que duró el rodaje, la dirección pasó por el ojo avizor de tres cineastas diferentes, sin contar con la visión de una docena de secundarios: Sam Wood, George Cukor y Víctor Fleming, este último sería quien se llevaría todos los honores al figurar en solitario en los créditos de la película. 

En busca de Escarlata O'Hara

La elección del reparto tampoco estuvo exento de obstáculos. Más de dos años le llevaría a Selznick encontrar a su Escarlata  cinematográfica. Tanto se retrasó su elección que algunas tomas de rodaje, como el caso de aquella famosa escena del incendio de Atlanta, tuvieron que grabarse con una doble que ocultaba su rostro con una manta. Más de 1.400 candidatas vistas en lo ancho y largo de Estados Unidos que no terminaron de convencer al productor, el cual no podía imaginar que al otro lado del Atlántico una joven actriz británica había decidido buscar agente en Estados Unidos (rechazando incluso un contrato con Paramount) para conseguir una cita con él y demostrarle que ella era Escarlata O'Hara, personaje por el que quedó fascinada nada más leer la obra original.

Vivien Leigh era, prácticamente, una desconocida en tierras hollywoodienses. Su nombre tan solo había llegado a la otra orilla envuelto en el sonado romance que mantenía en aquellos momentos con el también intérprete Laurence Olivier. Esto no fue impedimento para que la caprichosa y bella Escarlata tomara prestado el rostro y los gestos de por vida de aquella joven nacida en Bengala (India). Un papel que estaba destinado en un principio a una de las divas de la época, Paulette Goddard, favorita de la productora pero crucificada por la opinión pública por sus affaires con Charles Chaplin. También se barajaron los nombres de Katharine Hepburn, Barbara Stanwyck y Joan Crawford.

Vivien Leigh fue elegida entre 1.400 candidatas

Todo lo contrario en el caso del protagonista masculino del filme, el seductor Rhett Butler, cuyo primer pensamiento de los estudios siempre fue para Clark Gable. Su estatus de mito del cine clásico había comenzado a forjarse tan solo unos años atrás con títulos como Sucedió una noche (1934) (por la cual estuvo nominado al Oscar), Rebelión a bordo (1935) o San Francisco (1936). Su nombre, asociado a uno de los galanes más deseados de la época, era el mejor aval posible, pero con lo que no contaban los estudios era con el vigente contrato que unía a Clark Gable con la Metro Golden Mayer. 

Selznick quería a Gable sí o sí en el casting final, y es por ello que no dudó en poner sobre la mesa una jugosa contraprestación a cambio: permitiría a la Metro distribuir su película. Esta decisión, lejos de solucionar el problema, lo agravaría aún más, dado que los estudios de Selznick a su vez estaban vinculados hasta finales de 1938 en materia de distribución con United Artist (compañía creada por Charles Chaplin). Finalmente, e inflando aún más un presupuesto, ya de por sí abultado tras la decisión de filmar en technicolor toda la película, los estudios deciden esperar hasta finales de 1938 para comenzar el rodaje y de esta forma evadir el vínculo contractual que les unía con la United Artist y, por ende, formalizar el fichaje de Gable.

Un technicolor en pañales

La primera película filmada en Technicolor a tres bandas fue La feria de la vanidad, de Rouben Mamoulian. Una técnica muy pocas veces usadas en Hollywood hasta ese entonces que respondía al intento desesperado de la industria de dejar atrás el blanco y negro, tal y como lo había logrado anteriormente con el cine mudo. El technicolor conseguía a través de la filmación simultánea de tres películas dentro de la misma cámara, cada una de las cuales contaba con filtros para que fuera impresionada solo por un color. Después, tras un proceso de tintura, se extraía una sola copia que al ser proyectada mantenía los colores de la realidad. 

La banda sonora fue obra de Max Steiner, quien durmió solo 15 horas en 4 semanas para tenerla lista antes de su estreno

Así, con una técnica en pañales y con los decorados más grandes construidos hasta la fecha, comenzó el rodaje de Lo que el viento se llevó. Fue el 26 de enero de 1939, tan solo mes y medio después de que Selznick iniciara los rollos de película con la grabación del gran fuego de Atlanta, que curiosamente se grabó con la quema de los decorados de algunas producciones de la época como King Kong o Rey de Reyes. El 1 de junio se pondría fin al mismo, aunque algunas tomas fueron repetidas en días posteriores.

Al final, más de seis horas de metraje que tuvieron que acortarse a poco más de cuatro y que daban forma por aquel entonces a la película más cara y larga de la historia. Los encargados del montaje no fueron los únicos que realizaron un ejercicio titánico para sacar adelante la película. Max Steiner, encargado de la banda sonora, durmió solo 15 horas en 4 semanas para tener lista la música a tiempo para el gran esteno previsto para el 15 de diciembre de 1939 en el Gran Teatro Loews, de Atlanta. Se dice que los grandes preestrenos actuales beben del espectáculo que supuso para la época el estreno de Lo que el viento se llevó. Y es que tal era la expectación que levantó su alfombra roja que el gobernador de Georgia declaró el día de su estreno como festivo. 

 

Vivien Leigh junto a Hattie McDaniel, la primera actriz de raza negra en ganar un Oscar

Esta presentación por la puerta grande solo era un pequeño termómetro de la buena acogida que tendría la película en taquilla, la cual recaudó cerca de 400 millones de dólares en todo el mundo, casi la mitad solo en Estados Unidos. Además, la Academia de Hollywood se rindió ante ella otorgándole 13 nominaciones a los Oscar, de las cuales ocho se tradujeron en premio (incluido mejor película, guion adaptado y actriz para Leigh), además de dos premios honoríficos (uno de ellos por el uso del technicolor). Recordar que además, una de las estatuillas fue a parar a manos de Hattie McDaniel, Mejor Actriz de Reparto por su personaje de la entrañable Mammy, convirtiéndose en la primera de raza negra en recoger un reconocimiento de la Academia.

Diez Oscars para una película que redefine la mejor cara de la época dorada del cine americano. Un clásico con una de las heroínas más fuertes, rebeldes, independientes, y atípicas que la cinematografía mundial nos ha regalado; con uno de los protagonistas más carismáticos que se ha puesto delante de una cámara. Dos personalidades contraopuestas (las malas lenguas afirman que no se llevaban bien lejos de los focos) en estado de gracia ante uno de los amores más universales, revisionados y queridos de la gran pantalla. Sin olvidar a un cartel de secundarios estelares, un guion perfectamente hilado que, sin profundizar en la división de norte-sur y en la problemática de la esclavitud, nos enseña la peor cara de los perdedores, de aquellos sureños a los que solo les quedaban sus raíces. Como aquella Tara desierta y polvorienta a la que Escarlata se aferra en una de las frases más icónicas de la historia del cine: "A Dios pongo por testigo que jamás volveré a pasar hambre". Palabras inmortales. Película inmortal. Cine en mayúsculas. 

Fotos del cuerpo de texto:cine. enfermosdecine, wikipedia,apocalipticointegrado.

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