‘La mujer del chatarrero’: franqueza pura
Fotograma de la película: Nazif, Senada y su hija más pequeña (Foto (sin efecto): hoyesarte).

Nazif es chatarrero; es lo único con lo que puede solventar la economía de su familia. Senada, su mujer, empieza a encontrarse mal. Está embarazada. O puede que ya no. Sandra y Semsa, las hijas de ambos, sólo quieren ver la tele y pintar. El invierno, la nieve, la marginación y la ignorancia también conviven en la aldea gitana de Poljice (Bosnia-Herzegovina).

La mujer del chatarrero -Epizoda u zivotu beraca zeljeza (An Episode in the Life of an Iron Picker)- convierte al espectador en un miembro más de la familia, conviviendo con ellos en una casa que comparte cocina y salón en un pequeño y único espacio, acompañado de una minúscula televisión que se ve a duras penas; acompañando a Nazif a por leña con una sierra manual o a por chatarra con un desusado carrito infantil para mantener su hogar; asistiendo junto a él y las niñas en la sala de espera de un hospital y sufriendo con Senada su aborto natural y el precio de la marginación.

El conflicto se desparrama en numerosas vertientes, siendo Senada en centro neurálgico de todas ellas. El dinero, la chatarra, la luz, el coche estropeado, la organización familiar y, sobre todo, la sanidad son los complementos que no podían más que empeorar una situación límite. Y lo peor –o lo mejor- es que todo está basado en un hecho real. No es ficción.

Una realidad hiriente

La estructura de la cinta es circular, empezando y acabando con las mismas escenas. Y tanto el principio como el final, sólo con ellos, el espectador puede empatizar y vislumbrar la situación de esta aldea olvidada. El momento en que Nazif va a buscar leña con una primitiva sierra manual o que termina por deshacerse de su coche para conseguir dinero, son sólo los ejemplos más cotidianos de la marginación. La sanidad, imposible para todo este gremio, se convierte en el mayor y vital problema a la que estos olvidados pueden enfrentarse, ignorando si se trata o no de un riesgo insalvable.

Por ello, no podemos esperar de La mujer del chatarrero un final feliz. Ni siquiera podemos afrontar la cinta como una película, sino como un documental de una realidad que existe, aunque no lo parezca.

(Cinedor)

Una gran historia sin medios

The Hollywood Reporter definía la película como un “estudio de la pobreza y del racismo en los márgenes de la Europa moderna, rodado sin florituras, mezclando la fuerza emocional con la severidad estética”. En este sentido, hay que destacar que el trabajo de Danis Tanovic no puede ser más real y austero. Grabado con una Canon 5D Mark II, protagonizada por sus protagonistas reales –a excepción de los médicos- y en el propio medio donde años atrás se había desarrollado la historia.

El propio director lo explica así: “Tratándose de una historia real, me esforcé en ser lo más fiel posible. Nazif me describió todas las escenas y rodamos tal y como las recordaba. No teníamos guión. No me pareció necesario dramatizar la situación, ya era bastante increíble de por sí”.

A pesar de todo ello, la cinta ha conseguido brillar consiguiendo dos Osos de Plata en el Festival Internacional de Cine de Berlín: Gran Premio del Jurado y Mejor Actor.

La humanidad de Tanovic

Este largometraje no es sino el quinto de un director que desde sus inicios se ha mostrado siempre del lado de lo que no se ve, de lo que se ignora y de la denuncia. Procedente de Bosnia-Hercegovina, grabó durante sus primeros años los años de la guerra bosnia. Material que, por cierto, se ha reutilizado en numerosas películas posteriores, ajenas al director. Cirkus Columbia, Triage, El infierno o En tierra de nadie (Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa, entre otros tantos) son los otros títulos que el director a dedicado al lado más humano de la realidad, especialmente centro en la guerra de su país.

De hecho, en La mujer del chatarrero, a pesar de que se encuentra ubicada en la actualidad, no se olvida la guerra que azotaba Bosnia a principios de los noventa. En este sentido, se establece una paradoja –que casi podía ser una moraleja– sobre la evolución o no de una humanidad que, a pesar de haber sufrido los horrores de un conflicto, sigue sin prestarse a la ayuda de sus iguales, ni aún en riesgo de muerte. El mismo director se pregunta “cómo puede ser que quince años después de la guerra, durante la que fui testigo de actos de valentía sin par y la gente arriesgaba su vida para salvar a un desconocido, vivamos ahora en una sociedad que vuelve la espalda a los desamparados y se comporta como si no viera el horror que nos rodea”.

En definitiva, La mujer del chatarrero es un documental más real imposible. Una delicia que más que entretener, informa y abre conciencia. Una obra social de la mano de un director más interesado en mostrar la realidad que en hacer dinero.

(FOTOGRAFÍA DEL CUERPO DE TEXTO: cinedor).

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