Las apariencias engañan, por Sergio Leone
Foto: dailygrindhouse.

Hasta que llegó su hora es una película italiana de 1968, la penúltima de Sergio Leone tras haber finalizado su trilogía del dólar. El genial director y productor italiano cansado de los espagueti western se acababa de enfrentar a Erase una vez América, otra gran película, pero el éxito de taquilla que le había proporcionado el formato western le convenció para volver a lo más puro de su cine, y en está ocasión dando un paso más allá. De esta forma nació, Once upon a time in the West, cuyo guion surgió de la cabeza de un genio como Darío Argento, uno de los impulsores del género de terror italiano, acompañado junto a Leone en la dirección por Bernardo Bertolucci, por lo que difícilmente podría salir algo malo de la conjunción de genios que se reunieron en torno al histórico film de 1968.

Sin duda una magnífica película, un western crepuscular, distanciado de los convencionalismos norteamericanos, con la banda sonora de un maestro como Ennio Morricone, que compuso una partitura previa de la que luego se elaboraron las imágenes, cambiando así por completo la tradicional forma de trabajar de músicos y cineastas, acostumbrados a hacer justo lo contrario. Una obra maestra de Morricone…

Dotada de una estética y belleza cinematográfica absoluta, con un transcurrir pausado y casi tres horas de duración, podemos deleitarnos con el buen hacer de Leone, la característica danza de la muerte, los pasos previos del duelo al sol. Geniales los primeros planos sosteniendo la mirada, la cámara es mero testigo que acompaña a los personajes. Una película que transmite varios mensajes, la llegada del ferrocarril, la codicia, la ambición humana, muy poderoso el que se identifica en el personaje que interpreta Claudia Cardinale, pues podemos captar a una Jill McBain, que en un principio es todo inocencia fragilidad, pero que luego es capaz de enfrentarse, rebelarse, armarse y defenderse por sí misma, sin necesidad de nadie, haciendo una alegoría muy clara del despertar y el papel cada vez más fuerte de la mujer en la sociedad.

Una música para cada personaje, que se identifica perfectamente con la personalidad de cada uno de ellos. La historia del asesinato de un granjero irlandés y sus dos hijos por unos criminales a sueldo. La búsqueda de ese asesino, Claudia Cardinale en el papel de Jill McBain, Henry Fonda en el papel del villano y asesino Frank, Jason Robards en el papel de Cheyenne, al que intentan cargar el mochuelo y Charles Bronson interpretando a Harmónica, en la búsqueda incesante del asesino. Un villano llamado Frank e interpretado maravillosamente por Henry Fonda, el hombre justo, bueno, cándido por excelencia. Aquel que previamente había encarnado a Wyatt Earp, también al joven Lincoln en un film de John Ford. Un tipo que transmitía nobleza, el americano noble, de ojos azules como el cielo y andares de príncipe, un actor mitificado en su país. El actor más agradable de todo Hollywood, absolutamente identificado con el papel de bueno del cine.

Por ello cuando Leone le envió a Fonda el guion con el papel que le ofrecía, pensó que el italiano debía estar loco. No se lo podía creer, almorzaron juntos y Fonda que no había visto sus películas recelaba mucho del director italiano, pero Leone organizó una proyección y enseñó a Fonda la trilogía que hizo con Eastwood. La estrella norteamericana observó que en una de ellas aparecía un actor amigo suyo y lo llamó. Este le dijo: “No lo dejes escapar, al infierno con el guion, te enamorarás de él, es un genio” “Acepta”

Y Fonda aceptó, pero durante los meses previos al rodaje no dejó de pensar en cómo demonios iba a interpretar a ese tipo duro sin escrúpulos. Por ello fue a un optometrista y le hicieron unas lentillas para que sus ojos fueran marrones. Se dejó bigote, patillas y perilla y se tiñó el pelo de color negro, parecía el tipo que había disparado a Lincoln. Su intención era la de parecer un auténtico hijo de perra, que por apariencia lo consiguió. De esta forma llegó a los estudios de Roma y cuando Leone lo vio, pensó que no era lo que quería, pero lo dejó correr y con delicadeza propuso su entrada en escena, cada vez desprendiéndose de los superfluos elementos con los que pretendía ocultar su bondadosa y agraciada apariencia. Finalmente le dijo: “Por qué no te quitas esas lentillas, hace que tus ojos parezcan fijos, monótonos, quiero tus expresivos ojos azules”

Fonda no lo entendió hasta su primera escena de la película: cinco o seis tipos con caras de muy pocos amigos a los que no se les presupone nada bueno, apareciendo con rifles y pistolas. Escenificando el horrible momento del asesinato de una familia. Todos caminan hacia ti, la cámara enfoca al chico, petrificado que ve cómo se le acercan los tipos y delante del chico aparece una figura. La cámara gira muy despacio detrás de Fonda, casi para asustar y con un plano circular revela que ese terrible asesino es nada menos que Henry Fonda. Entonces como el gran actor que es acierta a comprender las razones de por qué Leone le ha elegido.

Fonda de manera divertida solía comentar cómo pensaba que Leone le había elegido porque imaginaba a los espectadores diciendo ¡Oh Dios! ¡Ese es Henry Fonda! Leone había conseguido lo que perseguía, eligió a Fonda de una forma absolutamente consciente y premeditada, pues normalmente los ojos azules pertenecen al bueno y sin embargo en la vida cotidiana hemos conocido ojos azules terriblemente malvados, ese azul pálido que te mira con un amor infinito solo para apuñalarte por la espalda en la primera ocasión.

Simplemente maravillosa película y genial lección con la que un maestro del cine llamado Sergio Leone nos advierte de que jamás debemos fiarnos de las apariencias, pues el infierno no se encuentra en aquellos lugares en los que nuestra mente manipulada por los prejuicios suele identificar el peligro y relacionar con la maldad, pues en la mayoría de las ocasiones el diablo te atraviesa con ojos azules y viste de Prada, para apuñalarte con mayor facilidad.

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