Crítica de 'Mientras seamos jóvenes'
(Foto (efecto bob): filmmunch.com)

El cada vez más apreciado realizador de Frances Ha o The squid and the whale está tomando un camino de trabajador incansable, pero que por moverse por circuitos independientes, con cierto estilo propio que no deja de sorprender a la crítica, sus trabajos se dejan ver bastante tarde por nuestro país. Por suerte, no por ello el número de copias es inferior, y esta película (que hasta hace poco estaba en las salas) llegó a bastantes ciudades. Tres o cuatro meses después que en USA, pero llegó. Una estrategia muy acertada de los cines, para beneficiar a que el espectador se decante por verla por descarga ilegal en muy buena calidad. Algo que ya les debió de pasar con Magia a la luz de la luna, cuya mastodóntica calidad para el guion de comedia romántica de su realizador se pone en comparación con las historias de Baumbach. Pero por Woody Allen siempre merece la pena pagar. Porque es él. Vamos ahora a hablar de quién es Noah Baumbach, en virtud de cineasta.

(Foto (sin efecto): es.web.img1.acsta.net)

Mientras seamos jóvenes habla de aquello que define a las personas; lo que uno desearía ser, lo que es, y lo que debería ser. El tiempo, el dinero, y todo aquello de lo que dependa la vida y la muerte de alguien, perfilan los deseos, las frustraciones y las contradicciones de esas personas que, conforme más saben que el mundo no les pertenece (tal y como dicen tantos vídeos y spots motivacionales), más se sorprenden de todo lo que viene detrás y que pretende eclipsarlos y representarlos como aquello que ellos ya fueron. En el caso de esta película, arranca con un matrimonio, Josh (Stiller) y Cornelia (Watts) en cierta crisis de los 40 que se niegan a afrontar la “responsabilidad” biológica de tener un hijo. Por consiguiente, esto les hace estar fuera de “la onda” de sus demás amigos, cuyas vidas ya giran en torno a la respiración, el hambre y el llanto de sus hijos. Unas gotitas de sueño americano contagian y venden la posibilidad de ser las personas más felices del mundo creando la vida a través de la simbolización más explícita del amor en una pareja. Y parece que no hacer esto es de ser un poco egoísta, ¿verdad?
¿Es que acaso no tienes un hijo porque eso te jodería tus planes para viajar, salir los fines de semana, pagarte comidas caras o tener sexo a alto volumen? ¿Es que acaso no es legítimo que tú pases por lo mismo que pasaron tus padres, y cumplas así la ley reproductiva que posibilitó tu evolución?
Vale, omites todo eso. Lo aplazas. Qué necesidad hay, con lo bien que estás ahora. Y con lo bien que funcionas con tu pareja improvisando planes, según lo que surja. Sin condicionar tu vida. Cumpliendo hasta la última meta que te puedas permitir antes de acabar dependiendo de un bastón, de una enfermera, o directamente al nicho.

(Foto (sin efecto): culturamas.es)

En la vida actual, el posmodernismo y la ironía crean círculos viciosos que arrollan a los jóvenes hasta hacerles ser algo contradictorio, hipócrita, procurando desde la tendencia buscar la propia identidad, hasta gastar los anglicismos que los catalogan en una marabunta de modas sociales. Lo hipster, lo mainstream o lo kitsch son conceptos que acaban por perder el sentido, difuminarse, unirse y retroalimentarse de manera absurda. Y la mera decisión de algún tipo de representación concreta a través de un estilo actual solo parece servir para tapar una serie de carencias, deseos o hipocresías que camuflen a la persona. Es el caso de la pareja que conocen los protagonistas, Jamie (Driver) y Darby (Seyfried).

Baumbach juega con los elementos de lo moderno, lo outsider, lo desfasado y lo acomodado para crear un reflejo de aquello que un día fueron los protagonistas, a través de la representación de Jamie y Darby en la película. Como dice uno de los diálogos, es como si ellos tuvieran todo aquello que un día tiramos a la basura. La lucha joven de Josh y Cornelia por conseguir lo que más ansiaban permaneciendo fieles a sí mismos ha terminado ya hace años. Madurar físicamente mientras la vida “va tirando” ya no es sinónimo de crecer como persona, sino de hacerse viejo. Ya has despertado de tu letargo. Tus responsabilidades no te van a cambiar el lugar que ocupas en el mundo. Aplazas tus sueños, o bien los alargas en el tiempo y los pones a convivir contigo. Esto le sucede a Josh durante la película.

Comienza siendo una extraña amistad marcada por una química inexplicable, con ciertos gags que comparan el mundo acomodado, descuidado y monótono de Josh y Cornelia, frente a la forma de comerse el mundo de Jamie y Darby, con gran vitalidad, energía, y, sobre todo, pronunciada por lo retro. Lo que en la juventud de los protagonistas era algo actual y habitual en la rutina, actualmente eclipsado por las nuevas tecnologías, se convierte en piezas de coleccionista dentro del mundo de la pareja joven. A los personajes de Watts y Stiller se les aparece esta pareja a modo de alerta ante el incansable paso del tiempo. La nostalgia de creer ser optimista, y verlo con el paso del tiempo como una fantasía, una utopía, un sueño.

(Foto (sin efecto): oxfordkarma.com)

La historia toma otros derroteros al revolverse sus reflejos jóvenes contra sí mismos. Pasando por alto los enredos amorosos que se producen, el discurso de Noah Baumbach en la película acaba teniendo hasta connotaciones de Irma, la dulce de Wilder, con la usurpación de la identidad propia del protagonista por alguien que no deja de ser quien fue Josh de joven. El problema parecer ser que ser un joven ambicioso hoy día conlleva cierta actitud de caradura, saber aprovechar los handicups de la vida, así como las debilidades de la gente. Vender una buena fachada, no aferrarse a principios que tomarse muy a pecho. El realizador aprovecha este contexto para trazar lo que parece un paralelismo entre los jóvenes occidentales que aspiran a marcar su hueco como visionarios de lo audiovisual, y la actitud de Jamie en la película. Todo esto, aderezado con ciertos momentos tan enrarecidos y de risa inesperada como Baumbach ha hecho otras veces, como en The squid and the whale, por ejemplo.

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En conclusión, Mientras seamos jóvenes es una extraña perspectiva de hacerse mayor. Es una frustrante y posmoderna parodia de dos generaciones; una que siente que todo va a una velocidad cada vez más alta (no solo por hacerse mayores, sino por cómo trata la sociedad el entorno), y otra que de tan lejos que procura marcarse de lo convencional, a veces peligra con quedarse hueca por dentro, pero falsamente estimulada por fuera. Noah Baumbach reflexiona de manera agradable, a ratos lúcida, siempre extravagantemente divertida, aunque agridulce sobre entrar en los 40, soñar a los 20, y en general, sobre el paso del tiempo, tanto del tiempo humano como del social.

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