'Spotlight': la oportunidad del periodista está infravalorada
Foto: framepoint.wordpress.com

Escrita por Josh Singer y Thomas McCarthy, y dirigida por el último, Spotlight aplica todo lo llevado a cabo por la veracidad, la rigurosidad y la honradez del periodismo innato. Guión conciso, sin excentricidades, con la maquinaria industrial pero con el estilo independiente. Guión que limpia en lugar de emborronar con sentimentalismos innecesarios. Para el gran público resultará tibia, pero lo cierto es que ninguna película había captado la esencia del periodismo de tal forma, más allá de la historia que narra con bastante habilidad, y desde una perspectiva que se antoja más profesional que Nightcrawler (Dan Gilroy, 2014) y menos fatigosa que The Newsroom (Aaron Sorkin, 2012). Un completo acierto formal y conceptual.

Esquivar los baches del sensacionalismo, la mediatización o la propia Iglesia son algunas de las hazañas que McCarthy ha atropellado con un ensamblaje magnífico entre guión y reparto, entre periodismo de investigación y un drama que congela las lágrimas. Si los periodistas culpables de uno de los mayores y más impactantes descubrimientos, sobre los abusos cometidos por algunos sacerdotes en parroquias de Boston, corroboraron todo aquello que Joseph Pulitzer (fueron galardonados) rezaba en sus artículos Sobre El Periodismo, McCarthy y Singer han corroborado lo que significa el cine en su concepto; relato elegante que no se inquieta cuando el escándalo copa toda la atención, sino que lo somete a juicio, lo reproduce sin ataduras, con una sobriedad que le permite enfocar a cualquier público por lo grave de su alegato. Es difícil encontrar películas donde la premisa sea contraria a la recaudación estrepitosa, donde sea el trabajo de los personajes el que gane enteros y no se vea constreñido por los márgenes del dramatismo. McCarthy retorna a las fórmulas del cine clásico donde la técnica con adrenalina y los diálogos interminables es sustituida por la acción, los movimientos y el proceso evolutivo de la trama en sí misma. Ciertamente, en Spotlight no hay tiempo para que el arco narrativo del reparto se auto-conceda el valor primario, y tampoco lo hay para declararse en rebeldía explícitamente. El tempo de la trama es un agradecimiento constante a la precisión y efectividad de una investigación que apagó las luces y ensombreció, aún más, la imagen de los representantes católicos y la de aquellos hombres-de-ley que taparon el escándalo con cálculos y tratos de favor. El valor de una pieza tan necesaria como absorbente radica en su capacidad para no sentar cátedra y dejar en el espectador la responsabilidad de una conclusión a la altura de su inspirador y poderoso ejercicio.

Si el espectador se ha preguntado alguna vez qué es un reparto coral, Spotlight lo plasma sin descanso. Michael Keaton y Mark Ruffalo, con el peso de la rabia y la obsesión ético-moral, Rachel McAdams y Brian d’Arcy James quitándose el protagonismo con una rigurosidad aplastante, secundados por la diplomacia de Liev Schreiber, un John Slattery acostumbrado a las oficinas de comunicación y Stanley Tucci en su genuino papel de excéntrico civilizado, interpretan a la perfección éste órgano ramificado que por separado aporta grandes cosas y en conjunto es el paradigma de lo irrefutable. La nominación de Ruffalo debería ser para todo el reparto simultáneamente.

"La oportunidad del periodista está infravalorada. A él se le dan las llaves de todos los estudios, la entrada a todas las familias, el oído de todos los ciudadanos cuando están tranquilos y en el más receptivo de los estados de ánimo: tiene un poder de acercamiento y de persuasión superior al de un pastor protestante o un confesor católico", afirmaba Whitelaw Reid, confirmaba The Boston Globe y recalca Spotlight. Excelente.

VAVEL Logo