Crítica de 'Buscando a Dory': la memoria de la animación
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La memoria define nuestro pasado, supone la relación de nuestro ser con lo que alguna vez fuimos y carecer de ella nos acerca a la sensación de vacío. Con una premisa tan pesimista de la memoria los creadores de Pixar jamás hubieran concebido la historia del pececito azul. El vitalismo cinematográfico de la franquicia siempre intenta paliar los dramas sociales con un punto de vista que se mueve en la estrecha línea entre lo mágico y lo sentimentalista.

Tras 13 años del estreno de la magistral Buscando a Nemo, Pixar bucea en la historia personal de uno de los personajes más profundos que la animación ha podido dar en los últimos tiempos. Dory, el pez de ojos saltones con pérdidas de memoria, se bate entre la total soledad que roza incluso la mendicidad oceánica y el positivismo vital de un pez que puede olvidar las desgracias de su sola existencia. Pese a lo profundo del personaje, la historia repite muchas de las sensibilidades que su original. Básicamente la historia se traduce en una suerte de casualidades oceánicas con menos épica que su predecesora, ya que la acción transcurre en una especie de acuario y no en la inmensidad del océano.

Lo que hay que destacar es la facilidad con la que Pixar es capaz de crear  un elenco de personajes carismáticos sin apenas inmutarse. Es fácil enfatizar con todos ellos, personajes nuevos que refrescan y agilizan este mar animado que en sus primeros vaivenes se queda algo predecible. Aunque los nuevos personajes son de agradecer los antiguos quedan algo relegados, Marlin queda ahogado en un papel de contraposición a Dory dejándolo en una posición de ogro payaso que actúa como vocecita de lo que hay que hacer en cada momento. Las soluciones narrativas son algo menos originales que a lo que nos tienen acostumbrado y también es posible que los diálogos menos emotivos pero de nuevo vuelven a dejarnos con un sentimiento satisfactorio y algunas imágenes perdurables en nuestra memoria.

El pececillo azul ha vuelto a refrescar de un golpe de mar las ilusiones de una generación que creció pensando en visitar alguna vez P. Sherman 42 Wallaby, Sydney a lomos de una tortuga gigante australiana. La gigante Pixar puede haber concebido una obra menor pero sus obras menores superan ampliamente las cientos de producciones huecas que crea Hollywood al año. Cuando muchos se han olvidado de crear magia Pixar lo consigue cada año, solo es cuestión de recordar, como hizo Dory.

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