Crítica de 'Café Society'
Foto: labitacorademaneco.blogspot.com

Woody Allen es una suerte de semidios, como lo son también a su manera Clint Eastwood, Jean-Luc Godard o Carlos Saura. Son cineastas de nombre y apellido. Son sellos de arte, sabiduría y trabajo bien hecho que trascienden sus propios nombres. Son amor por su oficio. Son un legado de obras que se siguen estudiando y viendo hoy día, con la perspectiva del tiempo y sus huellas en las obras de nuevos realizadores. No obstante, siguen haciendo cine sin el pretexto de tener que demostrar ni asegurar nada.
En el caso de Woody Allen, es una forma de mirar, de moverse, de respirar. De vivir.

La entrega de este año, Café Society, cuenta la historia de amor entre un joven judío (Jesse Eisenberg), que entra a trabajar en la industria del cine gracias a su tío (Steve Carell), y la secretaria de este último (Kristen Stewart). Bajo este pretexto que parece ser el pretexto que justifique el resto de elementos del film, accedemos a unos locos años 30 del cine norteamericano, entre fiestas de adinerados de la industria, glamour, y una vacua belleza recogida por Vittorio Storaro de una manera excelente.

Por debajo de los entresijos de chico y chica discurre, para empezar, un gran Steve Carell, que continúa atesorando cada trabajo en el que aparece gracias a su trabajo (Foxcatcher, The big short, Anchorman). Continúa con la fluidez y los electrizantes diálogos corales que se forman cuando el protagonista se junta con su familia, y donde pesa más el Woody Allen guionista que más puede fascinar. A esto, sumarle los pequeños dejes que tiene la historia del hermano del protagonista (interpretado por Corey Stoll) a Balas sobre Broadway, lo cual anima e infla la película. Y, por último, mención especial a una fugaz, resplandeciente y desaprovechada Blake Lively, con un personaje que supone una antítesis de su otro gran trabajo este año, Infierno azul.

Todo esto son detalles de un pastel, cuyos pilares son un delicioso paseo visual por escenarios, calles y momentos del día cálidamente recogidos por Storaro, y una producción, diseño de arte y vestuario de gran escala. Esto va directamente secundado a una historia de amor que se toma bastantes licencias (además de las habituales en el cine de Woody Allen), y que le hacen estar rozando los apartados menos interesantes de Magia a la luz de la luna.

En definitiva, Café Society es una golosina visual. Un deleite fácil de olvidar. Un escaparate disfrutable. Una galería de personajes que saludan desde fuera, sin lograr entrar a convencerte de por qué están ahí. Hasta el año que viene en cines, Mr. Allen, pero ¡hasta dentro de muy poquito en televisión!


Nota: 6/10

VAVEL Logo