Todo parecía indicar que la carrera de Suzuka iba a ser, contra todo pronóstico, una cita de las más tranquilas del campeonato. Corría la vuelta 42 cuando Adrian Sutil se estrellaba contra las barreras en la curva 7. El golpe no había sido fuerte y el piloto germanouruguayo pudo salir sin problemas de su monoplaza. Una vuelta después, mientras el Sauber era retirado por una grúa, ocurría la desgracia. Jules Bianchi perdía, presumiblemente, el control de su coche en el mismo lugar e impactaba contra la parte trasera de la grúa.

Entonces, el Coche de Seguridad era desplegado junto al Coche Médico. Nadie sabía por qué. La realización de la carrera no había mostrado imágenes del impacto del francés, por lo que se pensó, en un primer momento, que era Adrian Sutil el piloto afectado. No pasaron muchos minutos hasta que se despejaba la incógnita: Jules Bianchi había sufrido un grave accidente y estaba inconsciente.

Y entonces llegó el momento de la reflexión. La inmensa cantidad de medidas de protección que existe en la Fórmula 1 parecían quedarse en nada. La exponencial evolución de las medidas de seguridad desde que Roland Ratzenberger y Ayrton Senna muriesen durante la disputa del Gran Premio de San Marino de 1994 parecía ser insuficiente. Aquello que los pilotos recuerdan constantemente, “Nos jugamos la vida cada fin de semana”, se convertían, de golpe, en una cruel realidad y no en una mera ficción o una simple pose.

Duro golpe el que se acaba de llevar la Fórmula 1. Un deporte donde el riesgo y el dramatismo hace tiempo que pasaron a ser cosa de otro tiempo y donde no se tiene verdadera consciencia del peligro y el riesgo al que se exponen los 22 héroes que todos los grandes premios se ponen al mando de sus monoplazas. Tanto es así que las salidas con Coche de Seguridad a causa de la lluvia, que se tenga que arreglar una barrera dañada por un accidente previo, como ocurrió en el Gran Premio de Gran Bretaña de este año, o que no se pueda llevar a cabo una sesión porque el helicóptero no puede despegar son vistos como un incordio por muchos.

No. No lo son. El velo de invulnerabilidad del que se ha rodeado la Fórmula 1 durante mucho tiempo ha quedado al descubierto hoy por una de las pocas rendijas que le quedan a la seguridad. Ni los cables retenedores de las ruedas en caso de accidente, ni el levantamiento de las paredes del cockpit, ni el reforzamiento de los cascos, ni el HANS, ni las grandes escapatorias, ni las incontables protecciones de los límites de la pista, nada ha podido evitar hoy el dramatismo en Suzuka.

Adrian Sutil, tras el accidente de Jules Bianchi | Antena 3

Al igual que le ocurriese a la malograda María de Villota, también con Marussia, la mala suerte se ha cebado con el equipo ruso. La mala salida de pista dirigió al francés contra la grúa que estaba retirando el monoplaza de Adrian Sutil de la pista. La maldita mala suerte ha querido que la altura de esta fuera lo suficiente como para que Jules Bianchi la impactara de lleno a la altura, según parece ser, de la cabeza. El tremendo impacto ha ocasionado un hematoma cerebral al joven piloto de 25 años que ha tenido que ser intervenido de urgencia en un hospital de Mie.

En caliente, no es el momento, pero habría que pensar cómo evitar que otra desgraciada casualidad vuelva a ocurrir en la Fórmula 1. Las primeras voces que se han alzado a favor de los cockpits cubiertos ha sido la de Lucas di Grassi, expiloto, precisamente, de Marussia: "Desde mi accidente de GP2 en 2009, estoy a favor de los cockpits cerrados, como en mi Audi R18 de Le Mans; más seguro y con mejor aerodinámica". No obstante, ni siquiera algo semejante podría haber evitado el accidente.

Ahora, a todos los aficionados a la Fórmula 1 sólo les queda desear únicamente una cosa: “Bon courage Jules!”.

VAVEL Logo