XVII
¡A Mil Por Hora!
INVERSIÓN Y RETORNO  
Ángelo della Corsa

Para los hombres de las finanzas y los de los negocios es fundamental sustentar cada movida que ejecutan sobre el ROI –Return On Investment– que en cristiano es: cuánto se saca de lo que se mete. El mandato último empresarial debe de ser el beneficio. Lo otro, es ilusión.

No ganar dinero es peor que la maldición gitana: ora los individuos ora las compañías. El Oeconómica Hóminem, se somete a ese estigma implacable hasta que terminan sus días. En los camposantos, reposa en absoluto silencio gente que ha sido muy rica…

Las carreras de autos no escapan a la pregunta ¿cuándo una ganancia ya es suficiente?  Hay que ganar, hasta para proseguir. Varias lecturas muestran lo que es eso de la utilidad contra el costo.

El aficionado es la base de esta competición, parezca cierto o no.

Cuando él compra un billete para asistir el fin de semana a un Grand Prix. Gana poco y desembolsa más de lo pensado, añadiendo la adquisición de Souvenirs, la comida, lo que bebe y más: si se hace acompañar por su mujer y un hijo, por ejemplo. 

¿Es poco o mucho?

La utilidad neta será, haber dejado la rutina y divertirse como lo hacen pocos en el mundo. Ver a mucha gente interesante y dejarse ver. Garbear. El Glamour. Un símbolo de status –o lo que ello quiera significar– pero ciertamente, no es en contante y sonante lo que obtiene. Es con otro valor. Mera pretensión.

El televidente, gasta la porción de lo que cuesta su aparato de TV, lo de la corriente eléctrica, el servicio de cable y también, lo que pone para picar y algún alipús o chupito, sumado a todo lo inherente.

Pero lo pasa formidable ¿o no?

De los patrocinadores, ya se ha dicho que al acertar, ganan a lo bestia. Cuando no, se ahorran algo de impuestos por concepto de inversiones fallidas.

Esto es un Circus. Los acróbatas que van dentro de los vehículos, tienen ingresos magníficos, si son los estelares. Pero hasta los que dan pobres resultados, cuentan con prestaciones envidiables.

Los dueños de equipo, dependen de su habilidad para equilibrar ingresos y gastos; cosa que nada más se logra con autos ganadores –ya que hay un reparto importante de premios según los puntos obtenidos– y como es obvio: paga más la publicidad puesta sobre un auto que se mira mucho, a otro que pasa desapercibido. Tony Fernandez y Nikolai Fomenko patrones de Caterham y Marussia del año previo, perdieron dinero.

Pero no tanto, como los españoles que invirtieron en aquel proyecto, cual sueño guajiro, llamado HRT. No es de suerte, es de colmillo.

Ron Dennis de McLaren y Dietrich Mateschitz cabeza en Red Bull, ganan sustanciosos millones al año. Corporativos como Mercedes o Renault y ni se diga Ferrari: encuentran vías exóticas para que regrese lo apostado. Y más. 

No obstante, hay otro tipo de beneficios que parecen intangibles. Tienen que ver mucho más con la historia del deporte y a lo que se le dice legendario. Lo que ganaron Jim Clark, Gilles Villeneuve, Ricardo Rodríguez o Ayrton Senna es desproporcional, visto frente a lo que vale un ser humano común y corriente.

Medio fantástico y hasta irracional. Se la llama inmortalidad. Y es el negocio de unos cuantos supra humanos. Los poetas, los santos y los héroes.

Hubo un tipo que tal vez sea quien más ha ganado en la historia de La Fórmula Uno, llevó por nombre Enzo Ferrari. A partir de su obsesión por los autos imposibles, dio nacimiento a un emporio y a un mito. A él, se lo cuece aparte.

Twitter: @delacorsa

[ EN LA FOTO DEL ÍNDICE DE AUTORES:  el irrepetible volante mexicano Ricardo Rodríguez a bordo del Ferrari 156 durante el GP de Holanda de 1962 en el que terminó en el podio con su tercer lugar ]