Aunque de vez en cuando no nos acordemos, las carreras acarrean demasiado peligro. Cuando los pilotos se enfundan en el mono, lo hacen por una pasión, pero se juegan algo más que una victoria. Este pensamiento crece cuando nos salpica de repente la cruda realidad, cuando te frena en seco después de varios años de letargo, como nos ha ocurrido últimamente a todos los que rodeamos el gran circo y, en especial, a Max Chilton, pues fue vecino de box de Bianchi: "La muerte de Jules fue dura para mí. Nuestro coche era el último de la parrilla en términos rendimiento, también era el que tenía la menor carga aerodinámica, y yo tuve mi momento en esa curva. Podríamos haber sido cualquiera de los dos".

El británico, tras su paso por la categoría reina, puso rumbo al otro lado del charco para acumular experiencia compitiendo en las Indy Lights y, finalmente, ha podido llegar a un acuerdo para subirse a bordo de los monoplazas de la escudería Ganassi, que es un equipo puntero de la Indycar. Sin embargo, el fallecimiento de Wilson volvió a hacerle reflexionar al coincidir con un momento clave: "Cuando estaba tomando la decisión, Justin tuvo su fatal accidente al mismo tiempo. Eso lo hizo diez veces más difícil. Me decía a mí mismo que eso podría haber pasado en cualquier momento. Fue, como lo que le pasó a Jules, un accidente raro".

Como la mayoría de las personas, a lo largo de los años Chilton ha cambiado su opinión acerca de la competición americana: "Es muy emocionante. Nunca pensé que pasaría. Era como el 99% de los pilotos, la Fórmula había sido siempre mi meta. Recuerdo todas esas veces en las que dije que nunca pilotaría en Indycar porque nunca me resultó atractiva; pero nunca se puede decir nunca. La vida cambia".