Cuando hablamos de fútbol de selecciones y de la Copa del Mundo, es inevitable mencionar, recordar y engrandecer constantemente a Brasil. La canarinha es la máxima entidad de este deporte, lo más grande que se ha visto nunca, el combinado dominador de la historia del balompié, lugar de nacimiento de la amplia mayoría de reyes del fútbol, y sobre todo, país arquitecto de una leyenda mítica, carismática, atractiva y, el adjetivo más importante, exitosa. Brasil es sinónimo de magia, sí, pero también de grandeza y de victoria. Brasil es el orgullo de llevar cinco estrellas en el pecho.
 
Pero la singularidad de la verdeamarelha recae en que transmite alegría. No es una historia pragmática, enfocada únicamente a ganar de cualquier manera, anteponiendo el resultado al estilo y a la forma de conseguir los triunfos. Para que nos entendamos, Brasil no es Italia o Alemania, siendo estas selecciones gloriosas. Por eso conecta mucho más y emociona. Es difícil ir en contra de los brasileiros en una competición mundial. Y esto se debe en gran parte al estilo que cimentó sus éxitos más mitificados y memorables. Una idea que a día de hoy lleva desaparecida ya más de dos décadas.
 
Tras el tremendo varapalo que supuso el Maracanazo de 1950, historia que indica la dimensión de la pasión por este deporte, Brasil se encontró con Pelé y Garrincha, sus dos futbolistas más importantes de siempre, probablemente. En torno a O Rei, para muchos el mejor de la historia, y a Garrincha, un genio desequilibrante de piernas torcidas desde la banda, que es considerado el mejor extremo de la historia, pese a que nunca terminó de asentar la cabeza, pues le gustaba demasiado la noche y la fiesta y acabó muriendo prematuramente debido a complicaciones producidas por su adicción al alcohol, rodeados de complementos de nivel como Vavá, Didí o Zagallo, por entonces en delanteras de 5 hombres, la selección brasileña se presentó en Suecia y ganó la Copa del Mundo de 1958 con cierta suficiencia y practicando un juego atractivo.
 
Brasil empieza a cimentar su gloria sobre las figuras de Pelé y Garrincha, sus dos futbolistas más importantes de siempre
 
Por entonces, la cultura futbolística brasileña anteponía el talento individual, la capacidad de generar cosas por pura destreza, en definitiva la presencia de los genios, al orden táctico, la solidez defensiva, el trabajo físico y ese tipo de conceptos más europeos en esos tiempos. La técnica lo era prácticamente todo. Y en ese aspecto iban absolutamente sobrados.
 
En 1962, en el Mundial más sangriento y duro de la historia, como fue el disputado en Chile, Pelé es sacado del torneo a patadas y golpes, pero Brasil se sobrepone con relativa facilidad a la baja de su máxima estrella, gracias principalmente a las actuaciones de Garrincha y al buen hacer de Amarildo, quién sustituyó al rey del fútbol en el once brasileiro. Manteniendo la esencia del jogo bonito, la canarinha siguió triunfando.
 
Tras imponerse en dos Copas del Mundo seguidas, Brasil llegaba a Inglaterra '66 con la etiqueta de máxima favorita, pese a que la preparación fue deficiente. La convocatoria para el stage previo a la cita la conformaron más de 40 jugadores, divididos en 4 equipos, sin decidir un lugar fijo de entrenamiento, y con Garrincha ya encarando su decadencia. Se puede decir que la canarinha fue víctima del jogo bonito, ya que en la CBF se creyó que simplemente con la superioridad a nivel técnico se conseguiría la tercera copa, no dando mucha importancia al trabajo o a la organización. En el torneo, Pelé fue castigadísimo por la dureza de la época y Brasil se volvió a casa al finalizar la fase de grupos.
 
En pleno auge del jogo bonito, la CBF choca con su propia idea y la selección fracasa en el Mundial inglés en parte por ello
 
Eso sí, tras el fracaso en tierras británicas, Brasil formó su equipo más legendario de todos los tiempos, el que llevó el jogo bonito a su máxima expresión. El Brasil de los Cinco Dieces, una oda al fútbol liderada por el último Pelé, rodeado de superclases como Gerson, Tostao, Jairzinho o Rivelino, además del lateral diestro Carlos Alberto o del mediocentro Clodoaldo. La clave era que los cinco genios eran, en su origen o desempeño por aquel entonces, mediapuntas. De los que visten la '10' con suma clase y elegancia. Como esa zona era para Pelé, que había vuelto a la selección, los demás se adaptaron a otras posiciones, como Gerson, que se convirtió en el cerebro del equipo, Tostao, que jugó en punta con total movilidad y una enorme capacidad de asociación, o el driblador Jairzinho y Rivelino, que hicieron de extremos. México '70 fue el primer Mundial moderno, en el que se introdujeron las tarjetas para limitar la exagerada dureza vivida en los años anteriores y también los cambios, televisado para millones de espectadores.
 
Combinando todo el talento puro, Brasil '70 se convirtió en un conjunto de leyenda, practicando un fútbol de poesía. Posesión del balón, toques, paredes, pases milimétricos, filigranas... La danza canarinha se elevó como uno de los mejores equipos de todos los tiempos, para muchos el mejor, y marcó el devenir del fútbol y de un estilo, el jogo bonito, que se perpetuó para siempre como una de las exquisiteces del fútbol. Y, por supuesto, ganó el Mundial. Sobre la camiseta verdeamarelha ya se colocaban tres estrellas y la Copa Jules Rimet, que tiempo después sería robada, ya era propiedad de la Confederación Brasileña de Fútbol.
 
Brasil 1970, el Brasil de los Cinco Dieces, liderado por Pelé, fue el equipo más legendario de la historia canarinha. Brasil 1982 pudo ser su continuación
 
Tras la marcha de la élite de Pelé, quién aunque se retiraría definitivamente en 1977 dejó la selección en 1971, Brasil abrió un periodo de entreguerras, en el que solo fueron semifinalistas en Alemania '74 y terceros en Argentina '78 (el Mundial de Videla). Y en esas llegó la selección de 1982, que pudo ser tan grande como la del 70 y se quedó en un cuadro con un halo romántico incomparable. Ese que consiguen los equipos atractivos pero a su vez perdedores.
 
Telé Santana conjugó todo el talento del país para su selección. Falcao, Sócrates, Toninho Cerezo, Zico. Un centro del campo de ensueño. Laterales largos que simbolizaban la filosofía del carrilero ofensivo brasileiro, como eran Leandro y Junior. Talentosos, altos (menos Zico), resistentes, geniales interpretando el juego... Menos un delantero centro de garantías ("ay, Careca, qué lástima que no viniste a tiempo", dirán en Brasil), lo tenían todo. Practicaron en esas semanas en España un juego que enamoró, en la línea del tan cacareado jogo bonito. Pero, en la segunda fase de grupos que daba acceso a las semifinales, llegó el instintivo delantero Paolo Rossi y finiquitó a los del país de la samba. A Brasil '82 le faltó... ganar.
 
Brasil 1982 fue un conjunto memorable, que practicó un fútbol de ensueño, pero se quedó a las puertas de la victoria
 
Su momento pasó, y en 1986, ya con sus estrellas algo envejecidas, aunque dejaron detalles de calidad, Francia eliminó a Brasil en los penaltis, pese a que Zico tuvo en sus botas el pase a semifinales. Aquel penalti llegando al final del partido. Aquel maldito penalti. El '10', un auténtico especialista, falló en el día D, en la hora H. Y esa generación se acabó para siempre, siendo considerada por muchos uno de los mejores equipos de la historia. Pese a no triunfar. Y con ellos murió el jogo bonito. 
 
Porque a Italia 90, ese Mundial feo, Brasil se presentó con la peor convocatoria que se recuerda a la canarinha, nada que ver con las grandes selecciones del país amazónico. Aquel eslalon de Maradona, con el tobillo como una pelota y llegando al fin de su reinado, fue el golpe de muerte definitivo para el estilo más preciosista que se ha podido ver sobre un estadio de fútbol. 
 
Aquella carrera de Maradona en el verano de 1990 supuso la muerte del jogo bonito
 
Mostrando un juego más europeo, ante la urgencia de recuperar para sus vitrinas una copa que, en el orgullo brasileño, es perteneciente a su patrimonio, centrados en buscar la solidez defensiva, el orden y creando equipos ciertamente pragmáticos, como fue la canarinha de 1994, que con un centro del campo formado por Dunga, Mauro Silva y Mazinho devolvió el trofeo más preciado al país de los campeones tras 24 años de sequía (mucho, demasiado para Brasil), con Romario como estrella y elemento diferente en el sistema, o la selección de 2002, la que estableció a los pentacampeones, los brasileños volvieron a tocar la gloria. 

Evidentemente, Brasil ha producido y seguirá produciendo talento ofensivo y diferencial, auténticos genios del balón que podrían encajar en el estilo, los Romario, Rivaldo, Ronaldo, Ronaldinho y cía, pero la idea global de los equipos ha sido otra. Ahora suma el hecho de trabajar más la organización defensiva y la vertiente táctica del fútbol, convirtiéndose en una fábrica de grandes defensores, como actualmente Thiago Silva, quizá el mejor central del mundo, David Luiz o nombres como Emerson, Lúcio... en el pasado. Y la Brasil de Scolari, uno de los referentes de esta nueva escuela brasileña, se nutre de este estilo. 
 
El jogo bonito brasileño ha muerto en la élite. Es una idea extinta, anticuada, que ya no se corresponde con lo que se ve en el césped cuando hay once futbolistas vestidos con la gloriosa verdeamarelha. Pero aún hoy muchos se aferran a su esencia. Quién sabe si algún día podría revivir.
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Sobre el autor
Alejandro Rodríguez
Una persona es juez de sus actos, y árbitro de su destino. Un cabezazo de Basile Boli en Munich, una volea de Zidane en Glasgow. Escribo sobre fútbol internacional en VAVEL.