Además de borrar del mapa la dignidad, el orgullo, la excelencia, el decoro, la elegancia y demás calificativos que denotan la entereza del ser humano, la Segunda Guerra Mundial fue capaz también de eliminar dos ediciones de la Copa del Mundo de fútbol. Habría que remontarse al año 1938 para recordar el último campeonato, el de Francia, aquel en el que el combinado azzurro defendía el título ante Hungría doblegándola finalmente por cuatro goles a dos en el Estadio Olímpico de Colombes en París ante unos 45.000 espectadores.

En 1946 la FIFA se reunió para restablecer el Mundial de Fútbol

Un año más tarde las tropas alemanas invadían Polonia, marcando así el inicio del conflicto armado mundial y extendiéndolo hasta 1945. Como consecuencia, no se celebraron las dos siguientes ediciones que hubieran correspondido a los años 1942 y a 1946. A pesar de esto, Alemania, Argentina y Brasil se postularon como candidatos para la organización de la Copa del Mundo del cuarenta y dos, aunque fue definitivamente cancelada por la FIFA. Cuando la guerra finalizó, el organismo presidido por Jules Rimet se reunió por primera vez en Luxemburgo con el fin de restablecer tan importante evento. Una de las primeras conclusiones fue llevarlo a cabo en Suiza tres años después, en el 1949, pero la falta de infraestructura deportiva del país helvético, junto con la negativa de los países transoceánicos para que se realizase un tercer mundial consecutivo en el viejo continente, originó que Brasil se postulara como candidato a la organización, siendo finalmente aceptado.

Jules Rimet

Varias fueron las razones para que el congreso de la FIFA celebrado aquel 25 de julio de 1946 en Luxemburgo cobrara tintes tan importantes. Como ya se citó anteriormente, en él se sentaron las bases del Mundial de Fútbol venidero que a la postre se terminaría celebrando en Brasil. También se quiso rendir homenaje al presidente del organismo por aquel entonces, Jules Rimet, quien trató de mantener vivo el balompié a pesar de que la crisis política y social estuviese asolando al mundo de tales maneras. Para ello, aprovechando los veinticinco años del francés al frente del organismo en cuestión, se decidió bautizar con su nombre a la obra creada por su compatriota Albert Lafleur. La Coupe du Monde pasaría a llamarse desde ese instante Copa Jules Rimet, que conservaría este nombre -y forma- hasta el Mundial que se celebraría en México, en el año 1970.Cartel del Mundial de Brasil 1950.

Tras pasar por distintas manos en los siguientes veinte años y después de vivir algún que otro episodio desastroso más, el trofeo de campeón terminaría definitivamente en las vitrinas de la CBF, en Río de Janeiro, al conseguir Brasil su tercer título mundial de manos del equipo encabezado por Pelé. Años más tarde el galardón sería robado para nunca más volver a saberse de él. Aunque presuntamente fue fundido con el fin de vender los metales preciosos que lo componían, nada de esto quedó totalmente clarificado. En la siguiente Copa del Mundo y siguientes ya se utilizó el actual trofeo.

Inscripciones y fase de clasificación

Fijados lugar y fecha, comenzaban unos preparativos que debían cumplir las expectativas mundiales de la época. Asimismo, los distintos países se inscribían como participantes. De los treinta y siete apuntados en la primera lista, varios de ellos no formaron parte de la composición final alegando diversos motivos ya fueran políticos, económicos o simplemente porque renunciaron una vez finalizada la eliminatoria. Bélgica, Birmania, Bulgaria, Ecuador, Filipinas, Francia, Indonesia, Perú o Portugal fueron algunas de las selecciones que se retractaron.

A Alemania no se le permitió participar

Argentina tampoco se inscribió ya que un año antes la albiceleste rechazó participar en el Campeonato Sudamericano organizado también por Brasil. El gesto desagradó de tal manera a la Confederación Brasileña de Fútbol que prohibió a los equipos brasileños disputar partidos contra los argentinos. Como contraprestación decidieron no formar parte del Mundial. Austria, al no haberse repuesto aún del yugo nazi decidió no sumarse entregando su invitación a Turquía. La India, por su parte, se retiró al no permitir la FIFA a sus componentes jugar descalzos. A Alemania no se le permitió la participación como repulsa a los abominables crímenes cometidos en la Segunda Guerra Mundial. Tampoco se extrañó en demasía la ausencia de las selecciones de Europa del Este (URSS, Polonia, Checoslovaquia, Rumanía, Hungría...) por razones políticas.

Por el contrario, quienes sí participaron en el proceso de selección fueron los equipos del Reino Unido después de su reincorporación a la FIFA. Formaron un grupo clasificatorio entre los cuatro en el que el campeón y subcampeón del mismo tenían pasaporte a para el Mundial. Fueron Inglaterra y Escocia quienes consiguieron esa final, pero los del país del cardo renunciaron al no haber obtenido el primer puesto en el último encuentro. Esa vacante fue ofrecida a Francia, pero también renunció. Junto con los ya mencionados Turquía y la India sumaban los dieciséis equipos participantes, pero las deserciones dejaron el campeonato en trece y la FIFA decidió no buscar más y ponerse manos a la obra con la ejecución de la Copa del Mundo.

Distribución de los grupos

Con los combinados nacionales finalmente seleccionados se procedió a la distribución de los mismos. Al tratarse de trece equipos decidieron hacerse dos grupos de cuatro, uno de tres y otro de dos. El primero de ellos estaba compuesto por Brasil, México, la antigua Yugoslavia y Suiza; en el segundo estaban Chile, Inglaterra, España y Estados Unidos. La tercera liga la formaban Italia, Paraguay y Suecia y la última la conformaban Uruguay y Bolivia

GRUPO A GRUPO B GRUPO C GRUPO D
Brasil Chile Italia Bolivia
México Inglaterra Paraguay Uruguay
Suiza España Suecia
Yugoslavia EEUU

La competición se organizó en forma de liguilla en la que se enfrentarían todos los combinados del grupo entre sí. Después no se disputarían cuartos ni semifinales, sino que el Campeonato del Mundo se resolvería mediante una fase final que sería exclusiva para los líderes de cada uno de los bloques.

En el grupo A, Brasil se impuso por cuatro goles a cero ante México en el primero de los partidos de la fase. Posteriormente tuvo que enfrentarse a Suiza para acabar empatando a dos goles. Yugoslavia, que había salido victoriosa ante México y Suiza tan sólo necesitaba un punto para proclamarse campeona y pasar a la siguiente ronda, pero los anfitriones hostigados por 150.000 aficionados en el estadio de Maracaná doblegaron a los balcánicos por dos goles a cero.

En el segundo de los bombos, a pesar de que Inglaterra partía como favorita, acabó cayendo por la mínima ante Estados Unidos y España después de ganar a Chile en el primero de los partidos. Fue precisamente la selección española, quien tras ganar los tres partidos de la liguilla, encabezó el grupo B y participó en el cuadrangular final. Fue el único equipo que ganó todos los partidos de la fase de grupos -sin contar a Uruguay al disputar tan sólo uno en esta primera ronda-.

Suecia terminó como campeona del tercer bloque tras vencer a Italia y empatar ante Paraguay. La escuadra transalpina defendía el título por segunda vez consecutiva, pero la tragedia aérea de Superga en la que perdieron la vida los treinta y un pasajeros del equipo de Torino (integrado por la mayoría de seleccionados del país) un año atrás mermaría tanto la calidad como la moral del equipo.

Por último, en el Estadio Independencia de Belo Horizonte se disputó el único partido correspondiente al grupo cuarto, que enfrentó a Uruguay ante Bolivia y que terminó con un escandaloso 8-0 para los celestes.

El preludio del Maracanazo

Ya solamente quedaba poner el punto final. Los cuatro combinados mejores del evento se enfrentarían entre sí en la última liguilla para saber quién se convertiría en el próximo Campeón del Mundo. Brasil, España, Suecia y Uruguay fueron los equipos cabezas de serie que lucharían por obtener la mayor gloria futbolística.

En los primeros enfrentamientos el combinado anfitrión vencía cómodamente al conjunto nórdico por un imponente 7-1, mientras que Uruguay empataba con España a dos goles. El golpe en la mesa local fue sonoro. Con el aliento del Estadio de Maracaná (Brasil jugó todos sus partidos en este estadio, a excepción del segundo) entrar los goles en la puerta contraria resultaba infinitamente más fácil y sencillo. Un estadio que llevaba en volandas al equipo con cientos de miles de almas que aplaudían a su selección y vapuleaban al rival.

Estadio de Maracaná.

Tras la cómoda victoria frente a Suecia, tocaba ahora vencer a la España de Zarra para seguir demostrando a propios y extraños las intenciones de la canarinha. Mientras los celestes doblegaban a la selección sueca por tres goles a dos, la insultante superioridad local se volvía a traducir en el resultado ante el combinado español. Su victoria, por 6-1, no sólo otorgaba dos puntos y el liderato en solitario, si no que infundía más que respeto a la que sería su definitiva víctima. Restaba el último de los envites y Brasil necesitaba tan sólo un empate para hacerse con el trofero Jules Rimet...

Las ruinas del templo brasileño

Más de 200.000 gargantas gritaban al unísono en esa majestuosa mole de cemento ávida de victoria, goles, fiesta. Las apabullantes goleadas del combinado auriverde en los dos últimos encuentros hablaban por sí solas, infundían pánico tan sólo de pensar en esos trece goles a favor. Ya nadie dudaba de quien iba a ser el Campeón del Mundo. Casi nadie. Sólo un puñado de hombres fue capaz de escribir una de las historias más míticas de este grandioso juego.

"Llegamos a Maracaná tres horas antes y nos aguantamos todos los gritos, las bombas y los silbatos de los brasileños. Fuimos antes porque teníamos hasta miedo de llegar tarde al partido y perder los puntos, por el tránsito y los festejos que había en la cancha. Cuando salimos, la cancha era imponente. Pero no nos aflojó, al contrario, el marco nos unió aún más", declaraba años más tarde el guardameta uruguayo Roque Máspoli para la revista El Gráfico y el Mundial en el año 1977.

A Brasil le bastaba con cosechar un empate

Brasil y Uruguay eran los protagonistas de ese último encuentro que la casualidad quiso convertirlo en una final. A la Canarinha le bastaba un empate, mientras que los charrúas tenían que ganar fuera como fuese si querían convertirse por segunda vez en campeones del mundo.

La pasmosa tranquilidad uruguaya contrastaba con el demente griterío local. La escuadra amarilla (por aquel entonces de blanco) trató de amedrentar a su rival desde el primer momento endureciendo el juego, pero la frialdad visitante quedó de manifiesto mostrándose imperturbables a golpes y bravatas. Hubo que esperar hasta el minuto cuarenta y siete para que Friaça convirtiera el estadio en un escenario extraordinariamente sobrecogedor poniendo el 1-0 en la pizarra. Una vez dado el primer paso y a pesar de que el equipo no se mostraba muy suelto, toda la gente aguardaba la tercera y última goleada, esa que pondría punto final a la primera Copa del Mundo de Brasil y que coronaría además al equipo anfitrión.

La epopeya celeste

"En el minuto sesenta y seis de partido Ghiggia me hizo el pase justo y como venía, de perfil al arco, la empalmé de lleno con el empeine derecho. Cuando Barbosa se tiró la pelota ya había entrado cerca del primer palo y vi que la red se inflaba allá arriba", recordaba Schiaffino, El Pepe, autor del primer gol charrúa, en un número especial del año 86 de la revista El Gráfico.

Gol de Schiaffino 'El Pepe'.

Aunque el empate coronaba campeona a la Canarinha, los ánimos generales decayeron y se entró en un patio de hierba, lúgubre, solo, austero, con paredes altas sencillas pintadas en un color blanco amarillento, castigado por el paso del tiempo, agrietadas. Delante una columnata, sombría, en la que la oscuridad no permitía discernir lo que allí aguardaba. El griterío de fondo se oía por encima del mural, pero demasiado arriba, demasiado lejos. Además, había perdido el calor que irradiaba apenas dos minutos atrás. El ambiente enrarecido que se respiraba hacía sentir leves pero presentes tiriteras. Eran cientos de miles, pero el sentir general era de soledad.

"Yo veía que me acercaba a los palos blancos y corría, corría... derecho al arco, pero con poco ángulo. Tiré con efecto. Barbosa la alcanzó a arañar pero no la contuvo. Me di vuelta gritando el gol y los muchachos casi me matan con los abrazos. ¡Éramos los campeones!", describió Ghiggia en el año 1977.

El fútbol entró en una nueva era cuando a falta de once minutos para el final, Ghiggia adelantaba a los suyos. El Altar del triunfo de los Dioses del fútbol como así bautizaron los periodistas a Marcaraná enmudeció, tan sólo se escuchaba el grito de once celestes festejando el gol ante 220.000 brasileños que no daban crédito a lo que estaban presenciando, el varapalo fue terrible. Los minutos finales transcurrieron tan rápido que cuando el público estaba reponiéndose del tremendo golpe, aún inhalando la segunda bocanada de aire, se decretó el final del partido convirtiéndose la selección uruguaya en la Campeona del Mundo por segunda vez en la historia.

Gol que otorgaba la victoria a Uruguay, de Ghiggia.

...pero desde aquella tarde de descorazonador vacío y tristeza para unos y de gloria infinita para otros, ya nada volvería a ser igual. La Celeste, victoria imposible, hazaña inigualable, hubo de recibir el galardón que irradiaba un valor infinitas veces superior al propio precio físico de manos del presidente de la FIFA, casi a escondidas, cuando la multitud abandonaba el graderío, sin discurso oficial, sin himno. Las autoridades brasileñas, aturdidas, petrificadas, heridas, inmóviles, incapaces de despegar la vista de ese grupo celeste que les había arrebatado sin poder hacer nada ya no sólo su trofeo, su tesoro, sino la alegría, la sonrisa, el carnaval, el color, el alma, no fueron capaces de moverse y entregarles la Copa del Mundo que desde el primer momento creyeron suya. Ese grupo celeste hizo que todo el mundo recuerde la tarde del 16 de julio de 1950. Ese grupo celeste acuñó un nuevo término que perdurará por siempre en la memoria colectiva. Ese grupo celeste fue el que matando a cientos de miles de personas dio vida al mítico, memorable y celebérrimo Maracanazo.

El escaso olor a amateurismo que aún se podía percibir se esfumaba cielo arriba observando a una piña celeste que ahuyentaba figuras auriverdes ya sin alma…

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Sobre el autor
Borja Garcia
Seguidor del CD Lugo. Redactor y excoordinador en @Lugo_VAVEL, coordinador Liga Adelante. www.VAVEL.com Escritor aficionado. Walkman. Toda persona es tonta de remate al menos durante cinco minutos al día. La sabiduría consiste en no rebasar el límite.