En el relato de las batallas terrestres existe una unidad de caballería que encuentra su origen en el Bajo Imperio Romano, que pervivió en Bizancio bajo el termino serbio gusar. Una terminología que tras la conquista turca de Serbia en el S. XIV, y la huida de los gusares a Hungría derivó en Huszár. Palabra que en húngaro significa “veinte” y cuyo plural corresponde a la definición de “abanderados del gran camino”, dos significados atribuibles tanto al factor numérico de la unidad de caballería, como a su condición de veinte guerreros abanderados húngaros que vencieron a los jenízaros bajo el mandato del rey húngaro Corvino. Su ferocidad, fidelidad, vistosa imagen y triunfos, sirvieron de inspiración a posteriores generaciones de combatientes que adoptaron las tácticas bélicas de la mítica unidad de combate. Aunque con el transcurso de los años las unidades de caballería fueron aligerándose, una de ellas se mantuvo firme granjeándose el miedo de sus oponentes. Hablamos de “los húsares alados polacos”, llamados así porque en sus espaldas portaban unos adornos que parecían alas. Muy valientes y feroces en la batalla se solía decir que si un húsar no había muerto antes de los treinta era un traidor, pues lo daban absolutamente todo por la causa y no les importaba morir por ella.

La imagen idílica del húsar alado queda vinculada a la leyenda de estos jinetes, abanderados del camino que en el fútbol encuentran su mítica unidad en las icónicas figuras de Raúl, Pelé, Paolo Maldini, Ryan Giggs, Puyol, Charlton, Beckenbauer… jugadores bandera, húsares alados de la leyenda del fútbol. Una especie en peligro de extinción que acaba de incorporar a uno de sus últimos bastiones, un jugador red nacido el 30 de mayo de 1980 en Liverpool. El último husar de Merseyside porque aquel chico que llegó al mundo envuelto en una toalla roja en la que se podía leer "You'll never walk alone," se consagraría como abanderado del camino en la unidad alada de la historia del Liverpool.

Y lo hizo por la sencilla razón de que el chico creció sintiendo el rojo del Liverpool en lo más hondo de su corazón. En su casa el conjunto red era una religión, y de niño en Ironside Road, un callejón sin salida ubicado en el área de Huyton, al Este de Liverpool, fantaseaba con marcar goles con la camiseta red. En aquella zona transcurrieron veinte años de la vida familiar de los Gerrard, del pequeño Steve, que estaba predestinado a jugar en Anfield, pues nació con alma de husar y abanderado con los colores del Liverpool. También porque era un niño cuando su primo perdió la vida en la tragedia de Hillsborough. Steve veía el partido por televisión y la noticia de que Jon-Paul Gilhooley, su primo de diez años era una de las víctimas, supuso un duro mazazo para la familia, luctuoso suceso que superó gracias a sus padres y que acabó convirtiendo en su gran inspiración. A partir de aquel instante se volcó en la misión de honrar la memoria de su primo y los fallecidos, abanderando el gran camino del conjunto de Anfield como húsar alado de un sentimiento red.

Algo que estuvo a punto de irse al traste en un vertedero situado a menos de una manzana de Ironside. Considerado por los chicos que correteaban tras un balón como una mezcla entre Wembley y Anfield, su sueño pudo haber concluido en aquel terreno baldío. Como cuenta Gerrard en su libro autobiográfico, un balón oculto bajo una maraña de ortigas casi le deja sin sueño, pues al intentar golpearlo se clavó un rastrillo en el quinto dedo del pie de Gerrard. Los médicos indicaron inmediatamente la amputación, pero la decisiva intervención de Steven Heighway, director de la escuela del Liverpool, logró convencerlos de un tratamiento conservador y menos invasivo, salvando de esta forma la carrera de un niño de nueve años que acababa de cumplir su primera temporada con los reds y que acabaría convirtiéndose en jugador bandera del club.

En el centro deportivo Vernon Sangster aún se recuerda la grandiosa sociedad Owen-Gerrard, aquella centella cazagoles, junto a ese chico que era un magnífico pasador que golpeaba al balón con la potencia de un SLS, el cohete más poderoso creado hasta ahora. Causaron sensación los dos chavales, pero uno de ellos llegó con más facilidad al fútbol profesional. Owen irrumpió como un ciclón con su velocidad y un saco de goles, pero Steve llegó a tener problemas por su altura, fue un niño menudo hasta los 16 años de edad, cuando dio un tremendo estirón hasta situarse en 1,88 m de estatura. Hasta ese momento más de un técnico dudó si llegaría triunfar como jugador profesional, por ello le costó un poco más que a su amigo Owen ganarse la confianza de todos, pero cuando lo hizo se convirtió en el Toyota Land Cruiser del Liverpool e ídolo indiscutible de The Kop, vertical de cemento a la que había acudido desde que era un niño y que llegó a verle como un dios.

Nadie ha defendido en las dos últimas décadas con tanta valentía y ferocidad el sentimiento red como Steven Gerard. Capitán extraordinario, caballero eterno, un líder con influencia sobre sus compañeros y la grada mítica de The Kop, fusileros de Lancashire que le han tenido como hijo predilecto durante las diecisiete temporadas que ha jugado en Anfield Road. Como dijo Brendan Rodgers, su entrenador, en una época en la que la palabra leyenda se utiliza con demasiada ligereza, por una vez ha sido utilizada con toda justeza y merecimiento.

Con el santo y seña de 695 partidos con el Liverpool, y 180 goles, resulta tremendamente paradójico que un futbolista del calado de Gerrard, no haya podido ganar jamás un título de Premier League, pero Steve es la mayor demostración de que existen reyes sin corona que han sabido reinar mucho más brillantemente que otros que la portaron por derechos dinásticos y de linaje. The Kop ha marcado generación tras generación de jugadores, pero solo unos pocos han podido influir en toda una generación de aficionados, uno de ellos es Steven Gerrard, que coronó la cima de The Kop con sus diez títulos, muy especialmente con la Champions League conquistada en 2005.

Con la bendición de la mítica colina roja cuenta apesadumbrado los días que restan para su marcha, cuando esta se lleve a efecto, cuando Gerrard cuelgue las alas rojas que lleva a su espalda, cuando baje de su caballo y enrolle la bandera del Liverpool alrededor de su corazón, el número ocho de esa camiseta sentirá el inmenso vacío del capitán, motor, cerebro, impulso y equilibrio, factor de medida y desmedida del centro del campo red. Típico “box-to-box” inglés, capaz de hacer un barrido y convertirse en el mejor atacante, mejor defensa, mejor pasador, el gran capitán demostró inteligencia para asumir todo tipo de roles. A su espalda no solo llevó el peso de un número ocho, sino la historia de un equipo que nunca caminará solo. Un futbolista tremendamente inteligente con balón y sin balón, el último húsar alado de Merseyside y abanderado del gran camino.

Foto1: www.accionunoseis.org

Foto2: http://www.taringa.net