Cuando parecía que volvía a tener cuerda para otros cuatro años, el reloj se detuvo, marcando 16 años, 11 meses y 23 días. Cuatro mandatos y cuatro días. El pasado jueves celebraba su reelección por quinto mandato consecutivo como máximo responsable del principal organismo que rige el fútbol mundial, pero ayer rompió esquemas y anunció su dimisión por sorpresa. Joseph ‘Sepp’ Blatter (Visp, Suiza, 1936) dejará de ser presidente a finales de 2016, y la FIFA tendrá que celebrar otras elecciones. La dimisión de su mandatario no es un hecho aislado, pues la gran estructura piramidal que controla el organismo con sede en Suiza consta de un gran tejido de redes que abarcan muchos países, cargos y confederaciones. Ha sido en uno de los territorios donde su red gozaba de menos extensión y consideración, en los Estados Unidos, donde han hecho una de las mayores contribuciones para forzar su marcha.

El argentino Julio Grondona (mandamás de la AFE hasta su fallecimiento, y vicepresidente de la FIFA), el brasileño Ricardo Teixeira (presidente de la CFB, esposo de Lucía Havelange, hija de quien fue presidente de la FIFA durante 24 años, y persona muy ligada al organismo); o Joao Havelange, así como el ruso Vitoly Mutko, el paraguayo Nicolás Leoz, el camerunés Issa Hayatou o el tailandés Worawi Makudi, por citar algunos, han sido acusados todos ellos de distintas tramas de corrupción. Todos se sintieron inmortales, pero a todos les llegó la hora. Solamente son algunas de las puntas de un iceberg que muchos intuían, varios imaginaban y algunos pocos denunciaban desde hace unos años. Estaba bien escondido, gracias a su férrea y poco transparente coraza, que contaba con el amparo digno de una multinacional global que ha gozado de amplia impunidad hasta ahora y que, a raíz de las detenciones de siete de sus dirigentes la pasada semana por parte del FBI, ve ahora peligrar su estructura.

El Departamento de Justicia de los Estados Unidos, en una acción coordinada con el FBI y la agencia tributaria, presentaron 47 cargos contra 14 personas que incluían sobornos, chantajes, fraude, crimen organizado y conspiración para el blanqueo de dinero. Así lleva años funcionando la misma institución que impone el Fair Play financiero a sus clubs, o sanciona a canteras ejemplares por sendas irregularidades en los fichajes de menores. La crítica y los castigos siempre son de recibo, si se merecen, pero deben ir acompañados de una organización ejemplarizante, y ésta está muy lejos de hacer una profunda autocrítica y una gestión honesta. No ha sido este el caso de la FIFA, como tampoco lo es de organismos como el COI, del cual Blatter dejará de ser miembro ex-officio en cuando se formalice su dimisión (es parte del cupo reservado a presidentes de federaciones internacionales).

Una burocracia mal ejecutada

Sepp Blatter, hijo de una familia pobre y rural, empezó de joven trabajando como relaciones públicas de la relojera Longines y dando conferencias en bodas. Graduado en Comercio y Economía Política en Lausanne, fue a raíz de su pronta vinculación con la Federación Suiza de Hockey Sobre Hielo que le permitió estar involucrado con la organización de los Juegos Olímpicos de 1972 y 1976. Así empezó a entablar conexiones con miembros del COI y, por ende, de la FIFA, donde en 1975 empezó a ejercer de director de desarrollo, para luego ser su secretario general. Su escalada resultó imparable, hasta que en 1998, con 62 años, reemplazó a Havelange (68) como presidente de la FIFA. No era, sin embargo, más que una prolongación de lo que había creado su mentor, pues ambos contribuyeron a engordar un gran negocio que fue ganando en adeptos comerciales a medida que la FIFA entendió que el fútbol era un gran business, y que su soberanía podía ir más allá del fútbol. No reciben dinero público, o eso pregonan, pero ello no debe impedir que su poca transparencia permita la corrupción. En los últimos siete años, la organización ha duplicado sus ingresos: de 578 a 1.370 millones de euros. Dinero que se reparte por todo el mundo, y que retorna en forma de votos e influencias. El poder tiene un precio, y Sepp lo conoce bien.

Blatter ama los relojes y los coches de lujo. Junto a los crucigramas, sus humildes pasatiempos aparte del fútbol cuando requiere de juguetes con los que distraerse. Con un sueldo de más de un millón de dólares anuales, puede permitirse algunos caprichos. No le ha faltado trabajo en la sede de la institución que ha presidido hasta ahora, pues a lo largo de estos casi 17 años años ha tenido que idear la manera de mantener el apoyo de cuantas federaciones nacionales fueran posibles. Ahora, comparte, desde fuera su objetivo pasará a ser “plantear reformas fundamentales”, algo que no hizo desde dentro. El organismo que preside tiene sede en Zúrich, la ciudad más cara del mundo, situada en un paraíso fiscal. Nada es casualidad, y menos con la FIFA de por medio. Desde el punto más alto de la ciudad más cara del mundo, semiescondida en una colina rodeada de campos de fútbol, Blatter ha venido dirigiendo desde su cómodo búnker las marionetas del fútbol mundial, con esa envidiada juventud que desprende pese a sus casi ochenta años.

Años ha, en 1975, cuando la FIFA era aún un organismo austero, Blatter ingresaba en la misma como su duodécimo trabajador. Hoy son más de 400. Y su facturación, miles de veces superior a la que obtenía hace cuatro décadas. Algo de mérito tendrán los negociadores de los derechos de televisión y de marketing. El crecimiento de la FIFA es innegable, y buena culpa de ello, para lo bueno y para lo malo, tienen personajes como Havelange o Blatter. Ellos entendieron su potencial y lo elevaron a los niveles actuales. En su mandato, la Copa del Mundo ha visitado países tan remotos como Corea y Japón (el primer Mundial en Asia) o Sudáfrica (el primer Mundial africano, que debía celebrarse en 2006), y hará lo propio en Rusia o Qatar. Nada es casualidad. Da igual la nacionalidad del dinero. No es azarosa la felicitación de Vladimir Putin por la reelección de Blatter, ni que la FIFA haya accedido a disputar el primer Mundial de la historia en diciembre. Todos hablan de limpieza, pero nadie sabe cuánto esconden los armarios y las alfombras de cada casa. Todas las dictaduras buscan una foto con un balón, y es deber de los dirigentes el no permitir manchar dicho esférico, pues éste no tiene la culpa de su corrupción.

Los casos de corrupción en la FIFA han situado el foco sobre su presidente, Sepp Batter. (Foto: Charles McQuillan / Getty Images)

Un ascenso meteórico

El gran auge de la FIFA llegó de la mano de la gestión que hizo Havelange, con Blatter como uno de sus principales ayudantes, mejorando la explotación de los derechos televisivos y comerciales de los Mundiales a través de ISL (International Sport Leisure), empresa encargada de dicha gestión, y cuya posterior fallida permitió a la FIFA relanzar su negocio, adeñuándose de los derechos conseguidos. Los vínculos con otras multinacionales como Adidas, Visa, CocaCola o Emirates permitió a la FIFA engrosar su mercado, ampliando a 32 el número de selecciones que pasaban a jugar su más reconocida competición, el Mundial. Nuevos mercados, más dinero. Más votos favorables, más años en el poder.

Blatter era un actor secundario obediente, fiel a su tutor, sabedor de la ruta que llevaba a lo más alto. Siempre ambicioso, es un hombre al que le enamora el poder, ser el epicentro y disponer de la capacidad de gestionar cuantos recursos encontrara a su paso. Junto con Samaranch y Havelange, encabezaron la comitiva en el funeral de Horst Dassler, hijo del fundador de Adidas. De nuevo, nada es casual. Hoy Adidas es un patrocinador fijo y muy bien tratado en las Copas del Mundo, en las que reinvierte inmensas cantidades de dinero. Codearse con hombres de poder implica gestionar aún más poder, así fue como la FIFA se blindó, permitiendo solamente la entrada a algunas élites económicas muy concretas. Un auténtico coto cerrado para vips. Tan cerrado como Blatter, un experto en desaparecer de todas las polémicas habidas. Guido Tognoni, ejecutivo de la FIFA, le llegó a comparar con el mago Houdini, por su habilidad de desaparecer de todas las polémicas. Lleva años ocultándose. Eso hizo 2012 tras las acusaciones de corrupción: “¿Crisis, qué crisis?”.

El salto a la gran escena lo dio al imponerse, en 1998, a Lennart Johansson, hombre procedente de la UEFA, y enemigo de los sobornos. Varias promesas de dinero, encubiertas con programas de desarrollo, cambiaron a última hora el sentido de muchos votos del sueco al suizo, intuyendo el inicio de una era marcada por los escándalos en un organismo que se viene vendiendo como democrático. “¿Blatter corrupto? Estrictamente no, porque no coje dinero, pero tolera que otros lo hagan y es parte del sistema. Compra votos con inteligencia, destinando dinero en proyectos de federaciones de países pequeños”, apuntaba el periodista suizo Jean-François Tanda en una entrevista a Panenka. “Son casos aislados”, así definió las detenciones de la semana pasada Blatter. La duda se cierne sobre la FIFA y sobre su persona a raíz de estos últimos escándalos, y su propia dimisión no hace más que inducir su involucración. “Somos conscientes que hay que solucionar problemas en la FIFA, se necesita una profunda reestructuración”, aseguró tras su reciente reelección, en la que ganó por 133 votos a 73 al vicepresidente de la FIFA, el príncipe jordano Ali Al Hussein.

Platini es uno de los princiipales candidatos para sustituir a Blatter. Foto: Michael Steele / Getty Images.

La dimisión y un futuro incierto

Él sabía perfectamente lo que ocurría en su organización. Las sospechas, tras su renuncia, van a enfocar sus sombras y las de sus círculos. Como por ejemplo su sobrino Philippe, que lidera la empresa que distribuye los derechos de los Mundiales en Asia. Una vez más, no existen las casualidades. “Amo las federaciones de Oceanía. Son 11 federaciones, mis ‘Ocean’s Eleven’. Además, son delegados fuertes y atléticos”. Un piropo poco gratuito, pues le resultó en votos vitales, el de la mayoría de federaciones asiáticas, africanas y americanas, entre otras. Su secretario general, Jérôme Valcke, podría estar también metido en uno de los casos de corrupción, si se confirman las informaciones del The New York Times acerca de una transferencia de 10 millones de dólares de la organización hacia cuentas de otro miembro de la FIFA, Jack Warner, como pago por apoyar la candidatura de Sudáfrica en 2010. Warner es, junto a Chuck Blazer, uno de los acaudalados miembros de la FIFA imputados por corrupción. Se adueñaron de la CONCACAF durante 21 años (claves para prolongar los mandatos de Blatter, pues le proporcionaban 35 votos), y mientras la policía persigue a Warner, Blazer se ha convertido en un informador del FBI.

“¿Retroceder? Ni para tomar impulso. Yo soy como una cabra en las montañas suizas. Yo avanzo, avanzo, avanzo, y nada me puede detener. Yo continúo”, contó el propio Sepp al diario suizo Neue Zürcher Zeitung. Los mundiales le auparon, y ahora los mundiales le han hundido. Hasta el punto que el Departamento de Justícia y el FBI le investigan también a él, según informó el NYT. El poder engancha, y sino que se lo digan a Platini. “Hace cuatro años nos dijo que le votaramos, que sería su último mandato, y ahora busca el quinto, por eso le he retirado mi apoyo”. El francés no participó en las últimas elecciones al ser Blatter, con el que se ha enemistado en los últimos meses, un escollo imposible de batir por su enorme control y dominio. Sin el suizo, todo parece posible, y ante este escenario, el actual presidente de la UEFA podría dar el salto. Una vez más, suena Michel. El francés es su más probable sucesor. Luis Figo y Ali Bin el Hussein podrían ser sus rivales en la lucha por la presidencia. La FIFA requiere de un cambio, porque el balón no merece más manchas.