El reino Lombardo ya no puede presumir de presente. Quedan tiempos preciosos, meras memorias brillantes como diamantes. Tiempos del Milan de Arrigo Sacchi luego heredado por Carlo Ancelotti. Momentos de gloria, noches de júbilo en San Siro. Luctuosamente, no es noticia de portada que el Milan haya bajado del cielo, pues ha sido un descenso progresivo cuyo final es desconocido y a cuya tendencia Italia ya se ha habituado. Desde el 4-4-2 en rombo de Ancelotti, han despedido a leyendas vivas de la talla de Paolo Maldini, Alessandro Nesta, Ricardo Kaká, Gennaro Gatusso o el actual responsable, Filippo Inzaghi, sin mimar de igual manera el relevo generacional como la imagen y el lucro de la misma. Sin reparar en lo que más beneficiaba en su momento a este titán herido, sino en lo que más miradas capturasen. Véase la intención de dirigir los focos a terreno rossoneri con la compra de Mario Balotelli tras llenar las arcas con Zlatan Ibrahimovic y Thiago Silva, o el burdo intento de complacer a la grada con el regreso express de Kaká junto a la forzosa retirada de Clarence Seedorf del fútbol para, de la noche a la mañana, convertirlo, infructuosamente, en director técnico del Milan sin experiencia previa alguna.

Así pues, melancólico y cautivo en la derrota, el Milan del 'Pippo' Inzaghi sufre el síndrome del viajero eterno, también conocido como choque cultural. Me explico. Este fenómeno se origina debido a las pautas culturales que rigen un territorio como el té de las 17:00 horas británico o la siesta española, que nos aportan la sensación de pertenencia a un lugar, a la ambigüedad de lo nuevo e incertidumbre del futuro y al contraste ya que, tras conocer otra cultura, nos cuestionamos todo aquello que un día nos proporcionó la familiaridad, calma y seguridad necesarias para llamar a un lugar ‘hogar’. El hogar, el cual no es ni un piso ni una casa ni una humilde morada de cuento, es una sensación. La zona de confort de uno donde desarrolla su identidad. Por desgracia, no todo el mundo puede disfrutar de la fortuna de encontrar ese lugar o estado que le aporte familiaridad, calma y seguridad o, de darse el caso de encontrarlo, por diversas circunstancias, verse obligado a moverse, emigrar o hacer el trayecto a la inversa volviendo a casa y viéndose las caras con el contraste de lo conocido. El conjunto rossoneri ha sentido el choque psicológico tras vivir con Allegri, Seedorf e Inzaghi el declive y pérdida de seguridad y de pertenencia al majestuoso San Siro, que se les ha quedado grande, lleno de historias y vacío de emociones.

Consciente de que existieron tiempos de bonanza y felicidad, Inzaghi –viajero eterno y llanero solitario– sabe cuál fue la fórmula de la felicidad de entonces pues la vivió en sus propias carnes. Tras brillar con luz propia en Turín, a la transición de milenios lo acompañó la transición entre bianconeri y rossoneri. Inzaghi fue relevado en la Juventus por David Trezeget y Fatih Terim, lúcido y sabedor del rezumante talento del ‘Pippo’, lo reclutó en el año 2001 para un nuevo Milan que comenzaba a caminar. El director técnico turco implantó el sistema 4-4-2 en rombo cuya alineación dibuja un diamante en el campo. 5 meses después, el turco fue sustituido por Ancelotti, el cual limó las asperezas y pulió y limó las esquinas del diamante que formaron Andrea Pirlo, en contención y creación; Gennaro Gatusso, en ayudas defensivas al ‘arquitecto’; Clarence Seedorf, en recorrido y dominio de la medular honrando al ‘10’ que llevaba en la espalda; y Kaká, siendo la punta, la cúspide que disparaba a gol o brindaba asistencias a Andriy Sevchenko o a Inzaghi, que ha tomado prestado el diamante en un intento de regresar a lo que un día fueron.

El diamante de Ancelotti (izquierda) y el de Inzaghi (derecha). (Fotografía: sharemytactics.com)

Como Marty McFly, Inzaghi ha querido trasladar al Milan al pasado. En lugar de Pirlo, está Nigel de Jong; en el de Gatusso, Poli; en el de Seedorf, el capitán Riccardo Montolivo y, por último, en lugar de Kaká, Giacomo Bonaventura, quien llegó al club esta temporada procedente del Atalanta y está siendo uno de los jugadores que mejor rendimiento está dando. Sobra decir que el diamante de Inzaghi está a años luz del de Ancelotti. No es ni un sucedáneo, no llega ni a simularlo. En términos técnicos, el diamante del ‘Pippo’ se clasificaría como indisociable. Es decir, aquellos diamantes que no cumplen al menos uno de los cuatro criterios de evaluación. La talla, valorada en ángulos y proporciones que suministraba Pirlo con sus precisos y a primera vista imposibles pases. El peso, que ascendía como la espuma con el carácter del robusto Gatusso sumando quilates y quilates al centro del campo. La pureza, la cual es imposible de conseguir pues no existe diamante sin un minúsculo defecto como hilos o penachos. Se consideran puros si estas imperfecciones no son apreciables con una lupa de diez aumentos. Era una ardua tarea sacar peros al equilibrado diamante de ‘Carletto’, mientras que las dificultades en el juego con balón y debilidad defensiva del de ‘Pippo’, no son ningún secreto ignoto. Por último, el color es el cuarto criterio de evaluación, del cual daba Kaká el último matiz de su tonalidad traslúcida; siendo el incoloro transparente, la excelencia.

Hasta ahora, el diamante de Inzaghi es solamente un falso consuelo, una sensación de volver a ser fuertes, un intento de regresar a su terreno de pertenencia y de solucionar su choque cultural particular. Dejar de divagar en el tiempo y recuperar su identidad. No obstante, existe la incógnita de si Inzaghi –tras 9 victorias, 10 empates, 8 derrotas, 37 goles a favor y 32 en contra en 27 partidos como director técnico – continuará siendo entrenador del Milan. El técnico ha recibido un ultimátum y el futuro depende de lo que ocurra en el partido de Serie A del próximo sábado 7 de marzo a las 20:45 horas. San Siro recibirá al Hellas Verona y en 90 minutos averiguaremos si Inzaghi será un segundo Fatih Terim a la espera de que su sucesor desarrolle, pula y afine la idea, repitiendo así la historia. O si, tras el adiós, quede todo en una imperfecta tentativa de readaptación para perpetuar el tanteo hacia una vida mejor que se asemeje a la anterior.