Sin juego, pero con intensidad y solidez defensiva. Así se construyó el triunfo de la Roma en el clásico de la capital. El equipo de Rudi García fue más que una apática Lazio y se quedó con el derbi con un claro 2-0 gracias a los goles de Dzeko, de un polémico penal, y Gervinho. Con los tres puntos, la Loba se mantiene como escolta de los líderes, el Inter y la Fiorentina.

Un Olímpico a medio llenar por un acuerdo entre ultras de ambos equipos diseñó un marco agridulce para el clásico de Roma. El encuentro se presumía equilibrado por el contexto de este tipo de juegos, pero también por las bajas importantes de una Roma en teoría superior. No fue así. El equipo que hizo las veces de la local dominó el partido de principio a fin, aun sin contar con sus mejores instrumentos.

Las bajas de Miralem Pjanic, Francesco Totti, Daniele De Rossi y Alessandro Florenzi no eran un dato menor. Estos jugadores constituyen la base del juego, la distinción y el alma del conjunto de García. Por eso a falta de estas piezas, la Roma apeló a otros recursos. Con Radja Nainggolan y Kostas Manolas como estandartes, la Loba se hizo fuerte en el mediocampo, allí donde se cocinan los partidos, y en defensa, allí donde se sostienen. 

Es cierto que la ventaja rápido conspiró a favor de los intereses romanistas. El argentino Santiago Gentiletti cortó a Edin Dzeko cuando el bosnio ingresaba al área de la Lazio. El contacto se inició fuera del área, pero terminó sobre la línea, por lo que Paolo Tagliavento sentenció la pena máxima. El propio Dzeko se hizo cargo de la ejecución, sin duda alguna: fuerte y al medio, contra un Marchetti que optó por su derecha.

Quizás el jugador con mayor habilidad entre los 22 titulares, Felipe Anderson, respondió con una jugada sublime. Primero, un caño para dejar en el camino a su marcador, y después un soberbio remate que sacudió la portería de Szczesny al dar en el travesaño. Parecía el anuncio de una levantada de la visita, pero sólo quedó en eso. La Lazio nunca pudo manejar con precisión el balón, apretada por los mediocampistas romanistas. La única jugada colectiva que llevó algo de peligro en la primera mitad terminó con una subida de Radu, centro para Djordjevic y despeje oportuno del omnipresente Manolas.

El eje del dominio de la Roma estuvo en el mediocampo. Nainggolan fue el músculo, la intensidad y el despliegue. Vainqueur fue el quite, la ubicación, el primer pase. Juntos se complementaron para hacerse dueños del partido. Desde allí el equipo de García construyó lo mejor de su juego. Primero con una serie de pases, que culminó con un centro de Gervinho para Dzeko que el bosnio no pudo convertir con el arco a su disposición. Después, con un remate del belga que dio en el poste derecho. Ya en la segunda mitad, con el gol que sentenció el partido.

Nainggolan, el mejor de la cancha, asistió con precisión a Gervinho, quien siempre inquietó a los defensores con su velocidad. El marfileño fue demasiado rápido para la cobertura de Dusan Basta, y sólo tuvo que definir al palo izquierdo de Marchetti para aumentar la ventaja. Con el 2-0, la Roma se replegó en el campo para aguantar el resultado, Allí se erigió en estandarte Manolas, el líder de una defensa que respondió con solvencia ante cada envío frontal.

El ingreso de Keita Balde le dio algo de vitalidad al ataque de la Lazio, que padeció a un desaparecido Candreva y la irregularidad de Felipe Andreson. El desequilibrio de Keita complicó al griego Torosidis más de una vez, y pudo haber provocado el descuento, pero Miroslav Klose falló como lo había hecho Dzeko en la primera mitad, con el arco a su merced.

La Roma se quedó así con un clásico que tuvo a los de García como comandantes de las acciones en todo momento. La superioridad en el mediocampo y el rigor en defensa fueron los factores decisivos para la victoria del escolta del Inter y la Fiorentina. Un equipo que busca seguir en la pelea en todos los frentes. Por lo pronto, ya se quedó con el derbi de la capital.