La final de Estambul es, probablemente, el partido más memorable de la historia de la máxima competición europea a nivel de clubes. El mejor Milan del siglo XXI, con una plantilla extensa y envidiada por todo el paronama futbolístico internacional, llegaba pletórico a la cita, tras haber firmado una buena trayectoria en las fases anteriores. En ningún momento del torneo estuvo eliminado el conjunto rossonero, plantándose en dicha final con paso firme y con todo merecimiento. Por su parte, el Liverpool accedía a la competición desde la fase previa, en la que tuvo que hacer valer dos tantos de Steven Gerrard en tierras austriacas para justificar la derrota por 0-1 en Anfield en el partido de vuelta. El camino del Milan hacia el Estadio Olímpico de Atatürk había sido intachable, pero quedó manchado por la derrota en la final en un partido que perdurará siempre en la mente de todos los amantes del fútbol. Pero la historia pudo haber sido diferente. Porque de lo que muy pocos se acuerdan es de que el Liverpool, a falta de cuatro minutos para el pitido final, estaba eliminado de la competición seis meses antes de ese 25 de mayo de 2005.

Liverpool y Olympiacos llegaron a última jornada se la fase de grupos de la Champions League 2004/05 jugándose entre ellos el segundo puesto del grupo A, y que daba la clasificación para los octavos de final. Las gradas del templo liverpudlian se llenaron a rebosar ante la necesidad imperiosa de los tres puntos. Los de Benítez necesitaban ganar por 1-0 o, si encajaban un gol, ganar por diferencia de dos tantos como mínimo. Empezó fuerte el cuadro de Benítez, con dos saques de esquina consecutivos. Cantó gol la parroquia local con un remate de Baros al fondo de las mallas tras uno de esos córners, pero el árbitro lo anuló por falta sobre Anatolakis. Siguieron apretando los de Merseyside con un nuevo lanzamiento desde el banderín por parte de Gerrard que Hyppia cabeceó ligeramente por encima del travesaño. Poco a poco y conforme avanzaba la primera mitad, el equipo griego comenzó a hacerse dueño de la posesión del esférico y a limitar al mínimo las ocasiones del Liverpool. Rivaldo suponía un quebradero de cabeza constante para la zaga, y el brasileño tuvo un primer aviso con un tiro de falta directa que dio en Gerrard y se marchó levemente alto.

En la jugada siguiente, Baros estrelló la pelota contra el poste, antes de que Anfield quedase completamente mudo: a la media hora de juego, Rivaldo clavó una falta que le había hecho Hyppia a él mismo, estableciendo el 0-1 en el luminoso y poniendo la tarea muy cuesta arriba a los reds. La barrera se había abierto y Kirkland podía haberse estirado más para evitar el tanto -que entró por su palo-, pero el gol contó igualmente y Benítez negaba con la cabeza en la banda. Djordjevic tuvo una buena ocasión de ampliar la ventaja de su equipo, pero le salió demasiado centrado y lo pudo atrapar el guardameta inglés sin problemas.

Rivaldo marca el primer tanto del partido. (Foto: PA)

“Es tu culpa”, dijo Gerrard a Kirkland, camino de vestuarios. Inmediatamente, se arrepintió. Lo importante era estar unidos para intentar la machada. Con las mismas, se giró y se puso cara a cara con el joven portero: “Olvídalo, Kirky. Traeremos los goles de vuelta”. En el vestuario, Benítez mostró su carácter ganador y espoleó a su equipo. Por aquel entonces, no sabía que tendría que repetirlo -multiplicado por mil- varios meses después en Estambul: “Tenemos 45 minutos para permanecer en Europa. Salid ahí y demostrad cuánto queréis quedaros en Europa. Demostrádselo a los aficionados. Olympiacos no es mejor que nosotros. Las ocasiones llegarán. Si no cometemos más errores atrás, podemos ganar”.

El madrileño no lo pensó dos veces y comenzó la segunda parte con tres defensas, quitando a Traoré para meter un delantero más como Sinama-Pongolle. El francés, instantes más tarde, estableció la igualada al culminar un pase de Kewell, pero el Liverpool aún necesitaba dos goles más para clasificarse a los octavos de final. Siguieron empujando, pero los visitantes estaban muy bien plantados sobre el tapete y superar su férrea defensa se antojaba imposible. Gerrard empezó a echarse al equipo a sus espaldas, si bien recibió un jarro de agua fría al serle mostrada una cartulina amarilla que le impediría jugar la ida de octavos de final en caso de que los ingleses se clasificasen.

Pero no había más allá de esos 90 minutos. Olympiacos se defendía con uñas y dientes, y la mala suerte se alió con los locales al tener otra ocasión que resultó nuevamente anulada por falta de Baros sobre Schurrer. Kewell falló lo más difícil, cuando cabeceó desde apenas metros un balón franco que le dirigió directo a las manos de Nikopolidis. A falta de doce minutos para el final, Benítez metió a un delantero joven y sin apenas trascendencia habitual en el equipo, Neil Mellor, en sustitución de un desafortunado Baros. Cuando apenas llevaba un par de minutos sobre el césped, conectó una volea desde fuera del área que resultó inalcanzable para el portero griego y se coló por la esquina inferior derecha. Pero el trabajo aún no había terminado.

El tiempo expiraba. Benítez miraba el reloj. Los aficionados se desesperaban ante un gol que no llegaba. Pero los once del Liver Bird en el pecho no se rendían. A falta de cuatro minutos para el final, en ese inolvidable minuto 86, Gerrard agarró un pase de Mellor con la cabeza y disparó desde más allá de la frontal con fuerza, con su alma, con su guante en la bota derecha. El esférico se introdujo en la red, imposible de parar para Nikopolidis. Y Anfield enloqueció. Todos los de rojo fueron a abrazar al '8', que corrió con los brazos en alto en dirección a The Kop.

Olympiacos intentó reponerse y marcar un gol que les clasificaría pese a la derrota, pero ya era demasiado tarde. El Liverpool estaba clasificado para los octavos de final de la Champions League 2004/05, donde les esperaba el Bayer Leverkusen. Y el resto, como suele decirse, ya es historia.