Esta claro que la final de Taça de Portugal es algo más que fútbol, algo más que dos equipos que se disputan un título. Algo más que aficiones ansiosas, a la espera de que el árbitro inicie el partido para ver si el club de su alma acaba levantando al cielo de Jamor la copa. La final, es una fiesta, es casi una manera de vivir el fútbol, alejado de rivalidades y enfrentamientos estúpidos. Es la mejor forma de sentir un acontecimiento deportivo.

Es más si hubiese algún dios que pudiese apadrinar el acontecimiento seria Loki, el dios de la mitología nórdica que hace de la fiesta una manera de vida. Y en realidad, la taça, la final es precisamente eso una forma de vivir. Es increíble como la gente se identifica con el partido, cómo siente los colores. Llegar al parque deportivo de Jamor es adentrarse en los sentimientos de los equipos participantes.

Porque desde el momento en el que pisas el complejo del estadio Nacional la alegría inunda todos los rincones. Los colores, el rojo y el blanquinegro en esta ocasión, lo llenan todo. Hay familias que se reúnen en torno a una barbacoa, a una nevera llena de víveres, pandillas de amigos que vienen a pasar el día como el que se va de romería, porque lo importante no es el resultado, lo esencial es pasar un día alegre, alejado de la realidad que nos ahoga. Para eso también sirve el fútbol.

De hecho, impresiona ver como un padre viste a su hijo de apenas cinco años, con la camiseta del Benfica para que todo esté acorde con el ambiente para que sepa, que aunque el conjunto encarnado lleva 8 años sin ganar la copa -desde 2004- las águilas son más que resultados, son sentimientos. De igual modo que es precioso como las dos aficiones se hermanan bajo un mismo objetivo, sin peligro, sin incidentes: sólo fiesta y concordia, como las banderas blanquinegras ondena al viento pensando en que por fin es el día en el que Gimarães rompa la maldición que le ha llevado a perder cinco finales y puede inscribir su nombre entre los vencedores de la Taça portuguesa.

Ayer en rueda de prensa, decía el míster de Benfica que el partido de hoy no serviría “salvar la temporada” y llevaba razón. El partido de hoy sirve para salvar al fútbol para demostrar que el deporte une y no separa, para demostrar que por encima de todo el fútbol es un espectáculo, una celebración que merece ser celebrado en familia.

Ahora sólo falta una cosa ¡Qué gane el mejor!