Hace poco más de medio siglo, un entrenador de origen austro-húngaro se encargó de lanzar una maldición que, a día de hoy, todavía nadie ha sido capaz de romper. Bela Guttmann, un famoso entrenador de la segunda mitad del siglo XX, fue despedido del Benfica, pero poco antes de abandonar el conjunto encarnado aprovechó para plasmar dicha maldición que marcó al club lisboeta de por vida: "Sin mí, el Benfica nunca ganará una copa europea". Tras ese día, pasan los años y el maleficio que Guttmann predijo, sigue surtiendo efecto.

No cabe duda de que Bela Guttmann es uno de los personajes que dieron un vuelco al mundo del fútbol. El húngaro fue uno de los partícipes de que el fútbol sea hoy en día tal como es. Fue un innovador y un incansable trabajador, se convirtió en una leyenda del fútbol nacional en Hungría en los años 20, pero pasó a la historia en el mundo del fútbol por una afirmación que publicó en un momento de ira. Pero el veterano técnico no llegó a pensar ni por asomo que sus palabras pudieran llegar a pesar de esa manera sobre el Benfica como si de una ley nefasta se tratara, como lo confirman las ocho finales europeas perdidas desde aquel día.

Testarudo, luchador y siempre con ganas de estar un paso por delante, Béla Guttmann marcó un antes y un después en los banquillos. En su época como futbolista, fue un centrocampista fino y estilista que se convirtió en una referencia en su país. Pero tras tres años jugando en Hungría, se vio obligado a emigrar debido a sus orígenes judíos que lo convirtieron en el foco de injurias por sus propios aficionados, por lo que el que fuera un icono en el país centroeuropeo, se marchó con su fútbol a Austria.

Jugando en el Hakoah Vienna se convirtió en una estrella, lo que le sirvió para continuar su carrera en Estados Unidos. Por aquella época, en el país norteamericano los clubes estaban controlados por judíos, y decidió que, si jugaba allí no se sentiría perseguido. Durante siete años militó en cinco equipos distintos (Brooklyn Wanderers, Gigantes NW, Hakoah NY, Soccer Club NY y Hakoah All-Star), que vieron sus últimos coletazos como futbolista.

Alcanzó la gloria en los banquillos

Tras colgar las botas, decidió convertirse en entrenador. No le costó mucho adaptarse a dirigir el juego, pues durante su etapa como futbolista era él quien lo hacía y estaba convencido de que su manera de ver el fútbol podría ofrecerle grandes logros. Se encargó de perfeccionar el 4-2-4, ya que desde su punto de vista, no era necesario atacar con seis futbolistas y que con cuatro arriba era suficiente, teniendo dos jugadores por detrás que diesen equilibrio. Justo lo que él realizaba como jugador.

Guttmann recorrió medio mundo en los banquillos (Hungría, Holanda, Rumanía, Argentina, Chipre, Italia, Brasil, Uruguay, Suiza o Austria) pero fue en Portugal donde marcó una época. Tras alzarse con el título de liga en su temporada de debut en el Oporto, el Benfica s hizo con sus servicios y la suerte hizo el resto. En un fortuito encuentro en una peluquería con un exjugador le dejó en bandeja el fichaje del que sería el mejor jugador de la historia del conjunto encarnado: Eusebio.

El fichaje del delantero mozambiqueño cambió, de por vida, la historia del Benfica. En dos temporadas consecutivas, los lisboetas se alzaron con dos Copas de Europa (1960-61 y 1961-62). Debido a los éxitos, Guttmann creyó oportuna una demanda de aumento de sueldo, pero la directiva de las águilas consideró inadmisible dicha subida y el húngaro decidió abandonar el club.

Una maldición imposible de romper

En la rueda de prensa de su marcha, fue donde pronunció la famosa frase: "En cien años desde hoy, ningún club portugués se convertirá en campeón de Europa y el Benfica sin mí nunca ganará una copa europea". La primera parte no se cumplió, pues el Oporto sí que logró coronarse campeón de una Copa Europea, pero la segunda sí. Desde 1962, el Benfica no ha sido capaz de volver a lo alto del pódium en una competición europea, llegando a perder hasta ocho finales de una copa continental.

Varios años después, Guttmann volvió al banquillo del Benfica, pero ni él mismo fue capaz de romper su propia maldición: cinco finales de Copa de Europa ((1962-63, 1964-65, 1967-68, 1987-88 y 1989/90) y tres de UEFA/Europa League (1982-83, 2012-13 y 2013-14) contemplan que la maldición de Béla sigue vigente y que las águilas no son capaces de romperla.