Yoni tiene mucho que perder. Llegó como máximo goleador de Colegios Arenas Gran Canaria para sustituir al máxima goleador del Jaén Paraíso Interior. Primer bache. Era más veterano, más lento y más canoso que Dani Martín, la sensación de la precampaña en tierras jiennenses y mejor jugador de éstos. Debía estar a la altura, al menos, de tal efigie. El segundo obstáculo era emocional (y climático). Nunca es fácil abandonar el calor tropical del archipiélago canario nativo para llegar, en pleno invierno, a la península. Hasta ahora, no pasa frío en el parqué.

Borrando el partido en Peñíscola, una poca propicia carta de presentación, Yoni ha arribado a Jaén con menos timidez de la sospechada. Ya en el segundo choque frente a Burela, entró a pista casi sin querer porque el muslo derecho de Ureña amagó con romperse. Saltó a pista entre incógnitas. La primera, desde la grada, cuyos aplausos no sabían si hacer acto de presencia al estar más pendiente de la lesión que de la incorporación. Fue un fichaje tan relámpago que la afición no esperaba novedad. El sprint inicial, eso sí, diferenciaba el ímpetu del novel por estrenarse ante su nuevo público.

Y no crean que no manda, porque se le nota, y mucho, su experiencia. No escatimó en regañinas a sus compañeros cuando vio conveniente ni eludió responsabilidades frente a los jóvenes. De alguna manera, sus 35 años pesan más allá de su cabello blanquecino y sus piernas conllevan tantos años en la élite nacional como casi la totalidad de la plantilla en su conjunto. Con impetuosidad, ha inyectado adrenalina a una máquina que perdía esperanza y se erige como el impulso que Dani Rodríguez precisaba a un plantel alicaído.

Insisto. Se le nota. Por pequeño cambio que resulte, compensa la dinámica atacante si aplacamos los automatismos propios de un recién llegado. Entra fuerte al choque, sin miedo, esperando siempre llevarse el cuero por mucho empeño que el adversario imponga. Junto con Bellvert se convierten en un dúo propio de Travolta y Jackson en Pulp Fiction. Asustan. En serio. En el aspecto defensivo, en cambio, no es tan entusiasta.

En Jaén se conforman con que marque goles, que ya sabe. La primera vez que pisaba el nuevo tapiz de La Salobreja aprovechó para anotar, también, su primer gol. Llegar y besar el tanto. Y en su rostro se apreciaba la liberación. Y su felicidad sincera. Y su entusiasmo. Se apreciaba claramente que su paso no es testimonial, sino funcional y, sobre todo, útil. Pero agarren el adjetivo aquél de la sinceridad, una prueba que desprende fiabilidad y despierta, esta vez sí, aplausos valientes, hasta orgullosos incluso.

La costumbre del fallo lleva al engaño de no acertar nunca, pero potencia el agrado del éxito inesperado. La parroquia andaluza estaba abogada al parche, a la tirita solucionachapuzas y a conformarse por la humildad de aceptar remedios poco certeros. Ahora, con un soplo de brisa canariona, cierra sus suturas.