En el juego de la bola, cualquier estrategia es aplicable a la cancha. A quien la teoría del resultadismo engancha, ya se le puede dar por perdido en términos deportivos, éticos o morales, que pecará de un egocentrismo máximo en eso del fair play. Esto aplíquenlo a Ucrania, quien termina la primera fase del campeonato como nunca imaginó, habiendo anotado un único gol, que le valen cuatro puntos, sí, pero que dejan tras de sí una imagen hermética y sucia. Ante Bélgica, que aporreó cuantas veces pudo la puerta de Tsypun, llevó su estrategia hasta el descaro más amoral. Y les salió bien (sólo en la parcela matemática).

Al inicio, cuando Bélgica creyó que su rival jugaría más allá de presentarse en pista, todo parecía cotidiano. No hubo anomalías, pero sorprendió la fiereza con la que la anfitriona encaraba el choque, sostenida siempre por una afición ardiente, incesante en su empeño por animar, dato que más adelante serviría de fuente de energía. El seleccionador belga, Alain Dopchie, pareció haber impartido a sus pupilos ciertas píldoras de mentalidad ganadora, idóneas si tu posibilidad de clasificación pasan por vencer por tres o más goles. Había esperanza y eran superiores, como si en su escudo lucieran más estrellas de las que nunca podrían soñar. Tenían el absoluto (absolutísimo) control del balón.

Hasta se creyó que Ucrania estaba acongojada cuando se agazapaba bajo su arco. Se creyó en los primeros minutos, cierto, si bien no se vislumbraba una prolongación de un planteamiento tan tétrico durante los 40 reglamentarios. Más tarde se comprobó que iban en serio, que los rostros ucranianos, por no expresar, no detallaban ni dolor en plena crucifixión. Mientras, Bélgica, en su ingenuidad, asumía que este engurruñismo, como los males, no duraría más de cien años. Se equivocaban al tiempo que despellejaban el esférico hacia Tsypun, el que más cara de Clint Eastwood tenía.

En 20 minutos, los ucranianos se limitaron a vivir de la renta pretérita cazada frente a Rumanía: un gol de tres puntos después de un gran robo. Y ya, porque el chip atornillado en sus sienes no admitía más tozudez que la de servir de muro a la patria. Una y otra vez. Debieron, concienciadamente, confundir la pelota con el reloj, porque fue el único artilugio con el que juguetearon.

No esperen novedad a la vuelta del descanso. No la hubo. Bélgica continuó derritiendo el iceberg ucraniano con la ayuda de una cerilla: con mucha fe, pero sin acierto. El cansancio acaecería en el Lotto Arena con la misión de dar vidilla a un encuentro que se apagaba al ritmo con el que el cronómetro descontaba segundos, sin oportunidad para recuperar los agasajos perdidos.

La expulsión de Liliu a falta de cinco minutos aumentó a partes iguales dos aptitudes. La primera, el pasotismo ucraniano. Se llegó a pensar en tortura si anotaran gol, puesto que por más ocasiones que conseguían frente a Morant –perfecto siempre-, jamás celebrarían algo más allá que su extrema desidia. La segunda, el valor belga. Diez minutos con portero-jugador construyeron una aureola de grandeza y fe difícilmente efímera. Aguantaron dos minutos con un jugador menos para, después, no probar ni una dulce cucharada en forma de tanto. Así, hasta el final.

De esta forma, Ucrania canjea un gol por cuatro puntos y el liderazgo del grupo A, donde Rumanía finaliza segunda y dejan en la última plaza a Bélgica, con honor, pero eliminada. Rusia será el adversario de Rumanía en los cuartos de final del torneo, mientras que Portugal será el de los ucranianos.

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Sobre el autor
Antonio Pulido Casas
Periodismo cuya máxima vocación es informar de lo que acontece en el plano deportivo. Hijo del año 92 e impulsado por los valores doctrinales del olimpismo. Tú escucha, que yo te cuento.