Palma Futsal trazó un plan premeditado, preparado y trabajado. Ejecutó con maestría lo que había previsualizado Juanito en su mente desde que tuvo el primer punto de la eliminatoria en el bolsillo. Es indiscutible que los baleares fueron eficientes en cuanto a trasladar a la pista lo que se les pidió, que no era otra que estar en semifinales, de una forma más o menos estética, pero presentarse en el siguiente cruce. Y lo hicieron merced a un hermetismo a base de continencia, como si desde pequeñitos les enseñaran que al fútbol sala se juega entre cuatro líneas y que el resto es simple palabrería.

Hay que dejar claro este punto antes de apreciar lecturas disuasorias. El Jaén Paraíso Interior no es inferior al Palma Futsal, pero se mostró vulnerable frente a él, lo que se puede achacar al sistema de pero-mejor-mejor tan criticado, a la presión que se le exige al cabeza de serie, a la necesidad de ganar o al roto en las medias. Lo cierto es que, desde la grada, algo no terminaba de carburar en los ojos acostumbrados al Olivo Mecánico, cuyo tronco estaba más torcido que de costumbre. Para empezar, las zapatillas insulares derritieron su suela en los primeros minutos, lo que infundía cierto respeto a los locales. Fueron cinco minutos en los que la nuez jiennense subía y bajaba saliva por su garganta con el miedo de si aquello duraría eternamente.

Fue una especie de aviso, durante ese tiempo, hasta que el Jaén FS se sacó la camiseta y se soltó, buscando su identidad. No la encontró hasta que Solano calmó las cosas, con el desahogo propio que da un pívot de referencia, y entraron Dani Martín y Jordi Campoy en pista, lo que añadió más chispa al ataque en el desborde. Hasta entonces, los jiennenses no estaban finos en el uno contra uno, lo que posibilitaba rápidos contraataques de los de Juanito en cuanto la pelota les rozaba. Siempre en superioridad numérida, Joselito, Chicho o Burrito tenían en La Salobreja un parque de atracciones, pues se hincharon a robar hasta que se les puso cara de Lute.

La consigna de Palma era clara: defensa zonal, poco agresiva y focalizada en aguantar para armar transiciones rápidas, en pocos toques. En esa maniobra se apuntalaron en la primera parte y finalizaron en la mayoría de ocasiones, algo en lo que los andaluces erraban. Varias fueron las oportunidades en las que los amarillos no finalizaban y eso, con la electricidad contraria, le creaba incordios a Dani Cabezón —que estuvo excelso en todo lo que estuvo en su mano—, incluso en un mano a mano contra Chicho. Con el Jaén asentado y el Palma bien calibrado, La Salobreja se lo empezó a creer. Una recuperación de José López o una falta bien lanzada de Cuco fueron los prolegómenos al tanto de Jordi Campoy, que condujo la pelota y realizó un juego de tobillos de su cosecha para provocar un esguince de ojos a su contrario, que acaba mareado y recupera la conciencia para ver el balón en su propia portería. Fue su cuarto gol en los últimos tres partidos.

El gol tiene eso que alegra hasta al más infeliz vagabundo, por lo que aquello resultó ser una inyección de moral para la grada, deseosa de comerse el primer punto. Palma optó durante unos minutos por la elaboración, pero sus movimientos denotaban poca naturalidad, como si un atún fuera a corriente. No era lo suyo. Lo que le gusta a Palma es ir dando bandazos y adquirir confianza a base de impulsos. Con Burrito, además, puede uno estar seguro de quela incomodidad estaba servida. Carlos Barrón, no nombrado hasta esta línea, había desactivado con éxito varias acometidas a su zona y evitó que su marcador luciera más goles al descanso.

Por inercia o por obligación moral, Palma Futsal ya apretó tras el intermedio, como si no quisiera dejar nada a la suerte. Una puntera de Vadillo, otra de Chicho, un juego de pase-chut de Joselito o algún que otro engaño de los que gustan de Burrito inquietó a Dani Cabezón, que ya empezaba a ver abejas y no oler la miel. Se mascaba, utilizando otro verbo, que la placidez no iba a ser el sentimiento que experimentara Jaén en la segunda parte. Tanto, que la pillería le hizo saltar de su sillon por un muelle mal ajustado. Sintió un pinchazo, el que propinó Burrito cuando recibió un balón —de una falta que sacó Vadillo con celeridad— y pilló a la zaga jiennense preguntando el futuro a Gutiérrez Lumbreras. Lo que vieron fue un saque de centro y un empate.

El encuentro se volvio entonces incoherente y miedoso. Un empate terminaba a ambos por guardar los riesgos en el cajón, aunque Jaén seguía optando por el 1vs1, inefectivo durante la primera parte y reincidente en la segunda. Palma estaba feliz con robos y cabalgadas, era su hábitat, su jardín, su diversión. Fueron momentos en los que Dani Cabezón salvó a su equipo de una goleada, francamente, y no se entendía cómo un equipo que había cimentado su progresión en la fortaleza defensiva se mostraba en ese momento como unas ruinas mayas. Parecían haber pasado siglos desde la fase regular a los playoffs.

Hubo un periodo de diez segundos en los que el Jaén Paraíso Interior se vio con dos postes con Carlos Barrón en el suelo y se le vino el mundo encima. Un agobio les recorrió el cuerpo, que se tornó en temor cuando, casi acto seguido, Taffy estrelló otro balón en el larguero. Otro aperitivo, de nuevo. Otro prólogo. A falta de un minuto, Palma Futsal dispuso de un córner y Burrito introdujo la pelota en el corazón del área jiennense. Ahí Taffy bailó tres sambas antes de recibir la pelota, aún sin pareja, y perforó a Dani Cabezón, el que le pillaba más cerca.

Después de aquello, desolación en La Salobreja. El portero-jugador fue inefectivo e incluso Vadillo pudo ampliar la ventaja, al igual que Taffy, con un doble penalti. Tras el pitido final, Palma se clasificó para las semifinales y una tangana envolvió al capitán balear. La Policía intervino para formar un cordón de seguridad en la entrada del vestuario visitante. Más tarde, con lágrimas en los ojos y aplausos en el corazón, La Salobreja despidió por última vez en esta temporada a su equipo, dueño de un año histórico.