Ucrania siempre fue una selección histórica en Europa. Rocosidad, arraigo y mucha disciplina eran sus señas de identidad, como en la mayoría del este del continente, pero con un pelín más de táctica respecto a otras, lo que le hizo ser finalista en las Eurocopas de 2001 y 2003. Nadie esperaba, antes del encuentro ante Hungría, que al acabar sería considerada como una de las selecciones candidatas al título —si es que prosigue a este nivel— y, sobre todo, la más preciosista de lo visto hasta el momento. Ganó a Hungría (sostenida bajo el manto de Dróth, otra vez) y demostró que la efectividad más simple puede ser bellísima, justo antes de escupir al pasivo 5vs4.

En las quinielas nunca se debe tachar a Ucrania. Sobre el papel, ante el combinado magiar, era favorita, aunque de otra manera. Desde el primer minuto maniató a la selección de Sito Rivera, que viraba para un lado y hacia otro a riesgo de tortículis en sus jugadores. Ucrania jugaba sencillo, a dos toques, pero siempre ocupando el espacio correcto e imprimiendo el pase en el momento oportuno. Tan fácil que daba envidia. Un par de disparos exteriores de Zhurba y las primeras arrancadas de Bondar, que tiene el culo como una paellera y se las pela como el que más, fueron los primeros síntomas de que los de Kosenko van en serio. Era una delicia verles, además de que no rehuían el contacto con los armarios húngaros.

El primer gol, obra de Dmytro Sorokin, dio muestra de que también son inteligentes. Ejecutaron un 2vs1 contra el cierre magiar, que se discernía entre dos opciones: salir del pabellón en cohete o dejarse atracar. La UEFA todavía no permite propulsores, por lo que acabó en el suelo y el balón, en la portería de Tóth. Tenía que pasar, parecía que estaba escrito por el planteaminto ucraniano, mucho más rico en recursos y variables. Un palo de Rábl tras una descordinación en la zaga amarilla fue su único fallo en el marcaje durante la primera parte, que pareció un preámbulo aislado de la obra de arte que fabricaría Bondar a los pocos segundos. El ucraniano recibió un pase en largo de su guardameta, controló con el pecho y con un ligero toque se desembarazó de su marca, unas décimas antes de superar a Tóth con una vaselina bellísima. Ucrania era puro espectáculo sin aspavientos, como si el virtuosismo formara parte de su día a día.

A la siguiente contestó Dróth, algo enfadado, al enganchar una pelota desde el suelo. El proyectil fue a la escuadra porque, al parecer, las leyes de la física obligan a que cada golpeo del pívot sea espectacular. A pesar de ello, Hungría no tenía esa personalidad que destilaba Ucrania, y a veces se ahogaba ante su impertérrito adversario. Bondar seguía con su maravilloso recital de fintas, arranques y asistencias, y mantenía un áurea tan de obediencia que en cada jugada volvía a perfilarse los cuellos de la camiseta. La defensa individual de Ucrania contenía a Hungría, que apenas pudo llegar gracias a un disparo de Horváth o una dejada de Dróth a Dávid antes del descanso. Yvanyak, el meta ucraniano, seguía seguro.

La corta renta era el único malestar en la mente de Kosenko. Cualquier acción magiar a balón parado o alguna idea de Dróth podría acabar en el empate. Por suerte, parecía que Ucrania siempre elegía la mejor opción, cual empollón, y hasta era capaz de filtrar un balón entre dos defensores rivales para que Bondar ejecutara una volea preciosa que Tóth atinó a despejar para lamento de los puristas.

Sito Rivera se vio en la necesidad de aglutinar más balón y empujar a sus jugadores a generar peligro. Lo consiguieron poco a poco, aunque sufrieron un corte de digestión con el gol de Ovsyannikov, quien aprovechó un rechace del disparo de Bondar (tras robo a Dróth). Fue un golpe a la autoestima húngara, que parecía incapaz de resquebrajar a su oponente. Por suerte para ellos, Dróth se empeñó en ofrecer un clínic gratuito de hacer jugar a un equipo. Balones para él y multitud de dejadas tanto interiores como exteriores para posibilitar disparos de sus compañeros con peligro. Rábl, en otra volea, también dio un palo y Hosszú, que seguía desde lejos un reverso de Dróth, acertó a recortar distancias con otro tanto. Volvía a subir el termómetro de los de Sito Rivera.

Y volvió a bajar, pues Mykola Grytsyna aumentó, de nuevo, la distancia hasta los dos goles, después de acariciar la pelota en soledad en el segundo palo gracias a que Koval se desembarazó de su defensor de una forma sutil (y humillante). Otra vez apareció la efectividad ucraniana, a la espera de que Hungría albergara alguna ilusión para machacarla sin piedad. Rivera dispuso el portero-jugador a falta de diez minutos y, como marca la costumbre en Belgrado, no sirvió para nada, puesto que el tercer gol húngaro llegó después de otro truco de Dróth. Recibió un pase desde su campo y, estando en área contraria, controló con la izquierda y remató de volea con la derecha sin que el balón tocara el parqué. Demostró dos cosas en ese momento: su fichaje por el Kairat Almaty kazajo y por qué lo he nombrado tanto en esta crónica.

Volvía la esperanza y el tradicional bofetón ucraniano. Esta vez, por partida doble. Bondar (os juro que es la última vez que lo nombro) culminó una excelsa jugada colectiva del equipo de Kosenko. Nada que objetar, ya que, a pesar del esfuerzo de Hungría durante todo el partido —digno de elogio—, no pudieron evitar sentirse como conos inmóviles. La puntilla fue el sexto tanto, en el que Valenko acarició la pelota desde diez metros y esta, como si lo llevara aprendido de casa, entró por la escuadra. Ucrania convenció.

De esta forma, Hungría se marchó de Belgrado con una gran figura y —de momento— máximo goleador del torneo: Dróth (cuatro tantos). Ucrania, por su parte, se jugará el primer puesto del Grupo B con España a las 18:30 horas de este sábado, las dos selecciones que mejor fútbol sala han practicado en lo que va de torneo.

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Sobre el autor
Antonio Pulido Casas
Periodismo cuya máxima vocación es informar de lo que acontece en el plano deportivo. Hijo del año 92 e impulsado por los valores doctrinales del olimpismo. Tú escucha, que yo te cuento.