La búsqueda y el camino hacia la perfección es infinito y sus sendas pueden ser tremendamente tortuosas, el ser humano imperfecto por naturaleza  siente la ávida necesidad de enfrascarse a nivel personal, físico, o profesional, en el citado tránsito, en el que fortalecemos nuestro corazón, agilizamos nuestra mente y aumentamos nuestro vigor vital.  Todos con más o menos éxito hemos experimentado la necesidad de tocarla con la yema de nuestros dedos. Situada en las fronteras de lo genial, a un lado del precipicio encontramos la divina proporción y al otro el ego nos reta a una caída libre hacia el abismo. Y es que a veces la citada búsqueda puede acabar convirtiéndose en una debilidad si bordeamos los límites de lo enfermizo y nos adentramos en los insondables terrenos de la obsesión.

Quisiera por ello exponeros en estas líneas el relato de la búsqueda personal, física y profesional de la perfección de un portentoso y fenómeno de la naturaleza que comenzó su ávida carrera hacia el centro del Universo en Funchal, capital de la Isla portuguesa de Madeira. 

Por las calles de la madeirense Funchal un jovenzuelo corretea ansioso enfrascado en su habitual búsqueda de la perfección con una pelota. Para sus paisanos no pasa de ser un chico más que mitiga la hiperactividad de sus sueños vitales mareando a sus compañeros de juego a golpe de bicicleta, pero en su carrera y su desarrollo corporal se perfila el esbozo genial y los retazos de una de las grandes obras del maestro Leonardo.

Aquella en la que el maestro Da Vinci basándose en las teorías del arquitecto romano del siglo I a C Marcus Vitruvius Pollio, realizó una visión del hombre como centro del Universo al quedar inscrito en un círculo y un cuadrado. E inscrito en aquel cuadrado, la base de lo clásico, aquel jovenzuelo del Andorinha utilizó la circunferencia de una pelota para emprender con su carrera de cien bisontes su incesante búsqueda de la perfección, la proporcionalidad del cuerpo humano y el canon clásico o ideal de belleza.

La perfección geométrica, aquellas 24 palmas que según Leonardo, hacían a un hombre, las proporciones áureas que el maestro florentino logró plasmar en la imagen de aquel hombre de brazos y piernas extendidas. La ilustración inmortal sobre la que un futbolista enfundado en las camisetas de Sporting Clube, Manchester United y Real Madrid, basó las teorías de su estudio y experimentación de la geometría esférica.

Aquel estudio, sobre el que encontramos más que nunca, la vinculación de la arquitectura con el cuerpo humano y la interpretación de las citadas teorías haciendo uso de la superficie esférica engendrada por una circunferencia. El hombre como modelo del Universo llevado a su máxima expresión en su centro de gravedad, su ombligo, el centro de la circunferencia. La cuadratura del círculo en la extensión de sus brazos y su fútbol, iguales a su altura. El triángulo equilátero que dibujan sus piernas extendidas en el momento previo de golpear la pelota. Aquella búsqueda de las telarañas áureas, perfecciones geométricas y ángulos imposibles para los guardametas.

La búsqueda implacable del gol trazando verticales y diagonales hacia el infinito, la imparable carrera de un símbolo que perfila su leyenda a base de contragolpes de puro estilo renacentista. Cristiano como medida de todas las cosas, equilibrio, proporción y demás. El hombre de Vitruvio, un futbolista de números áureos que nos fascina con la rotundidad de su fútbol. Aquel genio que pintó Leonardo hace más de cinco siglos, ese que encuentra su mayor fortaleza y su única debilidad en su incesante búsqueda de la perfección. Un camino en el que seguro le espera, nos espera, la cuadratura del círculo y la circulatura del cuadrado, su próxima meta.