El mundo del fútbol se levantó esta mañana de sábado con la luctuosa noticia del fallecimiento repentino de Luis Aragonés, santo y seña de la época dorada de la selección española o el Atlético de Madrid, entre otros. Pero más allá de ello y aparte de sus éxitos, primero como jugador y después en los banquillos, el de Hortaleza quedará en el recuerdo de la gente por su carácter, tan caústico en su caparazón como afable y cercano en el fondo.

Luis era un tipo directo, algo que al final siempre se termina por apreciar. Y jamás, ni un solo segundo de su vida, renunció a tal característica. Solo así pudo erigirse líder del Atlético de Madrid durante diez años, en los que estuvo a punto de hacer a los suyos campeones de Europa en el Heysel. Y solo así pudo convertirse en referencia de los banquillos, en los que debutó casi de casualidad apenas meses después de la debacle en el desempate abte el Bayern. 

Desde entonces, casi cuarenta años dedicados, con muy pocas etapas de parón, a su auténtica pasión: el fútbol, pero desde la banda. Allí, dictó cátedra con su temperamento, gracias al cual manejó los banquillos más complicados con total soltura, con una posición de dominio y respeto gracias a la que nunca avasalló al futbolista. 

"Míreme a los ojitos"

Una de las frases más populares del 'sabio' vino en un enganchón de los que poco menos que popularizó. Quien por aquel entonces sintió la ira de un entrenador volcánico, que respetaba a sus pupilos pero exigía para con él y su equipo lo mismo, fue el mítico jugador brasileño Enzo Leonel Vai, más conocido como Romario. En la temporada 1996/1997, ambos coincidieron en la disciplina del Valencia CF. 

Aragonés jamás se escondió de nada ni de nadieHarto de la falta de compromiso de su jugador, un auténtico lastre para el grupo pese a llegar apenas dos meses en la ciudad del Turia, Aragonés le cogió por banda en un entrenamiento, porque a él no le hacía falta esconderse ni ocultar nada cuando quería abroncar a alguien. Quiso que Romario le explicara, cara a cara, los problemas que tenía y que le habían llevado a decir a la directiva, que le contrató en agosto como gran estrella, "o el entrenador o yo".

El delantero carioca agachaba la cabeza y no se atrevía a enfrentarse a Luis, lo que le sacó de los nervios. "¡Míreme a los ojitos!", le exigía voz en grito y asiéndole el brazo el de Hortaleza, que apenas logró lo que buscaba. Eso sí, ganó el pulso, y poco después Romario abandonó la entidad ché cedido al Flamengo. Ya no volvió hasta que Aragonés dejó de entrenar al Valencia.

Otro enfado del abuelo

También pasará a la historia su bronca con Samuel Eto'o. En el Mallorca, y en un encuentro ante el Zaragoza, corría el minuto 51 cuando el camerunés fue sustituido por STankovic, con su consiguiente enfado, que no se preocupó en disimular. En el banquillo no solo no se calmó, sino que continuó con sus quejas, lo que terminó con la paciencia de Luis. El técnico le cogió por la pechera zarandeándole varias veces, sin que Samuel hiciera el más mínimo gesto. "Siempre me cambia a mí, no puedo aguantar más esto", declaraba tras el partido el ariete.

Al día siguiente, cuando se esperaba que las aguas se calmaran, Aragonés hizo todo lo contrario. En pleno entrenamiento, formó un corrillo y aprovechó para dar un nuevo rapapolvo al punta. Como hiciera años antes Romario el africano, avergonzado, no se atrevía a mirarle a la cara, y ya se sabía que eso no era plato de buen gusto para el preparador. "'Míreme a la cara, que ayer estuve a punto de darle un cabezazo", gritaba sin cortapisas.

Todo esto se unía al expediente que el jugador ya tenía abierto por aquel entonces, y parecía que su salida del club balear sería la solución. Sin embargo Luis, con su carácter, logró domar a un Eto'o que poco a poco terminaría siendo santo y seña de los bermellones, y agradecería por siempre al de Hortaleza lo que hizo para él. "Es como un abuelo para mí", decía desde ese momento que cambiaría su carrera. Hoy, el abuelo nos ha dejado, pero su recuerdo jamás se irá.