Echando a caminar con las manos en la memoria, brota sobre mis pies la geografía de un recuerdo, un camino que me conduce ineludiblemente a la sabiduría e irascibilidad de un tipo único llamado Luis Aragonés Suárez. Único porque de sus viejos zapatones surgió un derechazo desde el distrito de Hortaleza a las mallas de Sepp Maier, que hizo durante seis minutos campeón de Europa al Atlético de Madrid. Y en esos seis minutos congelamos la paradoja porque Luis son 75 años de fútbol y seis minutos colgados de sus geniales pasillos de seguridad. Pues eran seis minutos los que empleaba en su pequeño ritual en la previa de cada partido de la Eurocopa, atravesando la mitad del terreno de juego en solitario para acabar traspasando la línea de gol. Aquella línea que tantos años le separó, nos separó, de la gloria y que gracias a su sapiencia pudimos por fin traspasar. Seis minutos de irascible arrancada y toda una vida de genialidad compilada en los 360 segundos que emplearéis en leer esta cascada biográfica de recuerdos.

El Luis que conocemos no es ni la tercera parte de lo que este sabio del fútbol representa y representó, pues su imagen pública actual no es más que el pico que deja asomar sobre el agua un enorme iceberg, pues se necesitan sumar las experiencias de varias generaciones para expresar con justicia y rigor todas las enseñanzas del maestro, algo de lo que pueden dar fe compañeros, alumnos, árbitros, futbolistas, amigos, enemigos, periodistas… Y dispuesto a recorrer la prolífica, extensa e intensa vida de un sabio con el ‘culo pelao’ cuya erudición se sustentó en la pericia vital adquirida desde pequeño en el pueblo de Hortaleza (hoy barrio de Madrid) en el que nació un 28 de julio de 1938, la primera generación coetánea nos aporta el molde y barro que conforman al personaje.

Luis no fue un niño más de la posguerra pues aunque obligado por la circunstancias creció bajo idénticas dosis de supervivencia, a sus compañeros de juegos debió parecerles un gigante, no en vano sus 1,80 m de estatura superaban en mucho la media de altura de una población menguada por el hambre. Quizás por ello nada más ver el tamaño de sus pies le pusieron zapatones. En aquella época Hortaleza era el descampado con las cuatro casas en las que Luis Aragonés comenzaba a escudriñar entre las viejas costuras descosidas de una pelota el poso de sabiduría, de listeza y vivacidad, que demostró poseer durante toda su vida. Hijo de Hipólito Aragonés, un alabardero del rey Alfonso XIII pudo crecer un tanto más holgadamente por la posición y el trabajo de un padre que destacó además por su solidaridad, convirtiendo su casa en un comedor social que salvó de muchas penurias a la gente.

Entre la calle Mar Cantábrico de Hortaleza y el Colegio Jesuita de Chamartín, mediaba un camino de tierra que hoy es Avenida de San Luis. Cuando no hacía lo que más le gustaba: dormir, Luis tomaba cada día aquel camino para subirse al tranvía de los deseos y las ilusiones afilando su talento rompiendo zapatos. Como parte integrante de una familia de diez hermanos no tardó en despertar esa viveza de los niños de familia numerosa. Entre ellos destacaba Matías, apodado el “Sabio” por su cultura popular, un apelativo que le sería recolocado posteriormente a Luis, que comenzó a jugar en el equipo juvenil de Pinar del Rey y recibió el apoyo incondicional de Ángel Ramos el carnicero del barrio.

Su padre murió joven (a la edad de 52 años) por lo que pronto tuvo que asumir responsabilidades que jamás le apartaron del fútbol. Mientras repartía tejas conduciendo un coche sin carné, inquietaba a Generosa, su madre, que no las tenía todas consigo con el empeño mostrado por su hijo por ser futbolista. La incipiente elegancia que perfiló en el campo del El Pinar le permitió poco antes de cumplir los 19 años, (en abril de 1957) ingresar en las filas del Club Getafe Deportivo, embrión del actual Getafe. Había firmado tan solo por tres meses pero su relevancia en el equipo que logró el ascenso a Tercera División fue tal que se ganó la renovación para el año siguiente. Firmó otra gran temporada en el Getafe y en 1958 el Real Madrid de Bernabéu firmó al talentoso futbolista de Hortaleza. Pero Luis coincidió con Don Alfredo, el mejor, y una serie de futbolistas de grandísimo nivel que le cerraron un hipotético futuro vestido de blanco. Durante las siguientes cuatro temporadas fue cedido sucesivamente al Recreativo de Huelva, donde conoció a Pepa, su mujer, también al Hércules donde marcó 22 goles, al Úbeda, al Langreo. Regresó al Plus Ultra (filial del Real Madrid) y fue cedido nuevamente al Oviedo, club con el que debutó en Primera el 11 de diciembre de 1960, en un Mallorca 1-0 Oviedo. En su debut en Primera Luis responde anotando veinte goles, pero al “Sabio de Hortaleza” se le escapó su sueño por el camino marcado por una generación representada por Di Stéfano, (junto a Stanley Matthews) el futbolista que más admiró.

Pero Luis era de los que nunca se rendían por lo que cuando en 1961 se desvinculó definitivamente del Madrid y fichó por el Betis, Heliópolis fue testigo del despegue de su carrera. El Betis, donde fue dirigido por Balmanya, conoció a un mediapunta elegante que durante los tres años que jugó como verdiblanco (entre los años 1961 y 1964), disputó 82 partidos y anotó 33 goles. Sus números le valieron para regresar a Madrid, pero en esta ocasión para firmar por el Atlético, el que sería sin duda equipo de su vida y donde supo encontrar la simbiosis perfecta con su explosiva personalidad. Pues el Atleti que jamás fue plaza de términos medios y la ‘ciclogénesis explosiva’ de Luis, ese carácter con el que se definió a sí mismo, acabaron encajando como un guante en la mano de la memoria histórica del Atlético de Madrid.

Hacía poco que Vicente Calderón había llegado a la presidencia, cuando Luis, Colo y Martínez fueron fichados por el presidente rojiblanco. El Luis que llegó al Atleti ya llevaba dentro al entrenador, (aprendía de todos y cada uno de los entrenadores que tenía) y difícilmente el equipo colchonero habría sido tan grande en aquella época de no mediar su calidad, elegancia, visión, capacidad goleadora y veteranía, pues como siempre dijo el de Hortaleza el fútbol es para listos y Luis nunca le perdió el paso a aquellos que destacaban por anticiparse al pensamiento de los demás. De aquel Luis media una buena parte de la brillante historia colchonera, en la temporada 64/65 se proclamó campeón de Copa y ese mismo año le llega la llamada de Villalonga, el seleccionador, que le hace debutar en Hampden Park de Glasgow ante Escocia.

Aragonés conoció al último campeón Atlético en el Metropolitano y el primero de una nueva época. Como solía recordar el Atlético disfrutaba en aquella época jugando y ganando, junto a la experiencia de los Medinabeytia, Rivilla, Griffa, Mendoza, estaban los Ufarte, Jones, Luis, Adelardo… El estadio se llenaba todos los domingos y el Atleti hacía un gran fútbol, de la década que va del 66 al 76, ganaron cuatro Ligas y varias Copas del generalísimo. Daba gusto de vivir y jugar en aquel Atlético, pues siempre se tenían las máximas aspiraciones y quizás con aquella conquista de Liga del año 66 comenzó una de las más brillantes épocas de la historia Atlética y sin duda la etapa más bonita de Luis como jugador.

En la 69/70 y con Marcel Domingo como entrenador, además de una nueva liga obtuvo el trofeo al máximo goleador, compartido con Amancio y su grandioso compañero Gárate. Le habría gustado jugar hasta los sesenta años y por calidad bien que podría haberlo hecho, pero ya en los albores de su carrera vivió los seis minutos claves que instalaron al equipo colchonero en esa leyenda de malditismo de una personalidad ganada a pulso durante tantos años. En la final de la Copa de Europa de 1974 ante el poderoso Bayern de Múnich, Luis se encargó de adelantar a los rojiblancos con la ejecución magistral de un golpe franco al que no pudo responder Sepp Maier, pero solo seis minutos después, cuando el Atleti saboreaba el mayor éxito continental, surgió de la caverna un central alemán de infausto recuerdo llamado Swarzenbeck para soltar un zapatazo que habría entrado una entre cien veces.

En el partido de desempate los alemanes impusieron su superioridad física con la pegada de Müller y Hoeness, el Atleti lo había entregado todo aquel 15 de mayo. Fue un duro golpe para Luis y la familia atlética, que reaccionó cesando a Juan Carlos Lorenzo y dando los galones de entrenador al “Sabio de Hortaleza”. De la noche a la mañana tras 372 partidos oficiales con el Atlético y un bagaje de 171 goles, Luis pasó de tratar a los que habían sido sus compañeros, de usted. Irureta lo recordó en más de una ocasión y dejó muy claro que no les sorprendió para nada, pues Luis hacía tiempo que ejercía como entrenador sobre el campo. Poco después tras la renuncia del Bayern a disputar la Intercontinental, logró resarcirse un tanto de lo vivido en aquella amarga tarde, logrando el título Intercontinental ante Independiente de Avellaneda.

Luis nos hizo creer brasileños con mentalidad alemana

De esta forma nacía el Luis director técnico, un tipo con un componente de viejo maestro de escuela, con una mirada directa y desafiante, con el carácter de aquel que pretende exigir el máximo rendimiento y compromiso de sus jugadores, capaz de matarlos con un chispazo de humor y defenderlos como nadie ante aquellos que los trataban injustamente. Ese fue el Luis que enamoró a sus jugadores, que se peleó con dirigentes y periodistas, el que siempre se mantuvo firme en todas sus decisiones por muy dolorosas que estas fueran. Ese fue el profesional y el ser humano que cambió sus zapatones por un viejo maletín del que jamás se separaría. En su interior los conocimientos adquiridos de todos sus técnicos, la listeza de un tipo con tanta calle y tanto fútbol que siempre iba un paso por delante de los demás. También las anotaciones tácticas de un enamorado del fútbol, del buen juego, igualmente de la suma importancia del contragolpe, los pasillos de seguridad y sobre todo de creer y querer ganar.

Y fueron más de treinta años en los banquillos de más de media Liga, por ello todo entrenador, todo futbolista le tuvo como referente, pues una charla de Luis no se parece a nada que haya podido escuchar un jugador. Era único y pueden dar fe de ello muchos clubes, el Atleti al que otorgó una personalidad que le acompañará siempre e hizo campeón de Copa en la 75/76 y de Liga en la temporada 76/77 con los Leivinha, Ayala, Pereira, Gárate y compañía. Pues el Atleti llegó a pensar que no podría vivir sin Luis, por ello peleó su vuelta incesantemente durante más de una década. Luis regresó sucesivamente para apagar fuegos y para permanecer durante cuatro temporadas hasta convertir en campeón de Copa y Supercopa al Atleti en 1985.

También puede dar fe de su personalidad aquel Barcelona del motín de Hesperia, con el que ganó la Copa en 1988, tomando la difícil y firme postura de ponerse del lado de sus futbolistas. Le conocen y respetan en Oviedo, Sevilla, Betis (al que clasificó para la Copa de la UEFA en 1998), Espanyol, Valencia, Mallorca, Fenerbache757 partidos dirigidos en Primera en nueve clubes, repitiendo incesantemente en el club de sus amores, en el que llegó incluso a sobrevivir a un Atlético de Gil, logrando la histórica Copa del Rey de 1992, con Schuster, Frute y una oda al contragolpe, aquella que a día de hoy sigue siendo la razón por la que muchos colchoneros saben por qué son del Atleti.

Luis tuvo el valor de creer antes que nadie

Por todo ello cuando en julio de 2004, la Federación presidida por Ángel María Villar anunció que le había elegido para suceder a Iñaki Sáez en el cargo de seleccionador, todo el mundo supo que Luis no sería uno más. Con más de 30 años de carrera técnica y gran estima entre la mayoría de futbolistas que habían trabajado a sus órdenes. Con una relación curiosa con la prensa, de respeto, de distancia, pero a su vez de cercanía, con defectos visibles pero la virtud de poseer un carácter tan singular como para hacerse fuerte en el vestuario, consiguiendo así el apoyo incondicional de sus futbolistas, Luis se dispuso a escribir la novela más brillante de la historia del fútbol español. Pues no nos equivoquemos aunque Del Bosque y los suyos hayan culminado un sueño, Luis tuvo el valor de creer antes que nadie, de cambiar la mentalidad del futbolista español.

Llegó con un discurso muy claro, intentando con una simbólica “gran sentada” unir a todos los sectores del fútbol, pero fue perdiendo fuerza, especialmente por la decepción sufrida en el Mundial de Alemania de 2006, donde Aragonés llegó a la firme convicción de que no sabíamos competir. Antes de Luis nadie nos había hablado de la inferioridad del futbolista español en la condición física de base, del puntito de competitividad que nos faltaba para ser alguien en el concierto internacional a nivel de selección. Por ello y con esas premisas tomó las decisiones necesarias para fomentar el cambio de mentalidad. El seleccionador potenció las características de una generación en la que Luis identificaba las virtudes técnicas de aquellos para los que no había sido tan trascendente la superioridad física: los brasileños. En su novela Luis nos hizo creer brasileños con mentalidad alemana y lo que nos acabó de convencer de ello fue la histórica tanda de penaltis en la que superamos a Italia. Pero para llegar a la citada gesta en la que el de Hortaleza nos enseñó que lo de las maldiciones no eran más que sandeces, tuvo que tomar la decisión más compleja de la historia del fútbol español en las últimas décadas: dejar de convocar a Raúl.

Bajo una tremenda presión mediática trabajó en su idea de selección, un proyecto de innovación y liderazgo con el que pretendía conformar un equipo, proceso que inevitablemente llevó consigo el hecho de prescindir de futbolistas consolidados, dando entrada a otros que por estado de forma o progresión le aportaron justo lo que necesitaba para equilibrar su teoría. Rentabilizando de forma exponencial las virtudes que adornaban al prototipo de jugador con el que construyó su equipo tipo y el estilo que define hoy día a la selección. Y ahí no estaba Raúl, uno de los mejores jugadores de la historia del fútbol español, al que quizás su pesada jerarquía convirtió en obstáculo para el nuevo modelo.

Aragonés fue siempre de cara y el fútbol le quiso devolver todo lo que había trabajado, aquellos seis minutos que Swarzenbeck le arrebató en 1974, se convirtieron en seis partidos hacia la gloria. Cuatro décadas de maldición, y como decía el “Sabio”, de ostias por todos lados escenificadas en el paseo reflexivo sobre el verde del Ernst Happel Stadion, de Viena hacia esa línea de gol que cambió le mentalidad de nuestro fútbol. El prólogo de su maravillosa novela, la que nos hizo cambiar porque Luis creyó e hizo creer a sus jugadores con sus arengas, sus anécdotas que han pasado a la historia y llevamos grabadas a fuego en nuestros corazones. Dos sistemas de éxito (4-4-2 y 4-5-1) pero sobre todo y como soñó Luis un equipo y no una selección. Para el recuerdo la ya mítica formación: Casillas; Sergio Ramos, Puyol, Marchena, Capdevila; Senna, Iniesta, Xavi, Cesc, Silva; Torres.

Luis era un genio y como tal su forma de ser, de expresar y de enseñar era la eterna discusión entre los viejos demonios de su cabeza y el ejército de querubines que tocaban trompetas en su corazón, por lo que todo lo que surgía de su interior irradiaba genialidad y picardía. Por ello se marchó en silencio, como los genios con el gesto torcido, pero con la tranquilidad de aquel que acababa de dar una lección de sabiduría a varias generaciones y sobre todo a un país. Y como el genio que fue quiso marcharse como siempre, dándonos una nueva lección de lucha y sabiduría vital, en el más absoluto de los silencios, plantando y mirando cara a cara su destino. Demostrando que para aquel entrañable viejo entrenador al que Eto’o llamaba abuelo, ese maestro de escuela al que vimos hacer el calentamiento más genial en El Plantío de Burgos, la retirada no existe, sino que es el silencio que precede a su siguiente y genial pase, genial frase, genial anécdota, pues los sabios nunca mueren tan solo descansan, perdurando para siempre en la memoria de la gente.

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Sobre el autor
Mariano Jesús Camacho
Diez años escribiendo para medios digitales. Documentalista de la desaparecida web Fútbol Factory. Colaboré en la web deportiva italiana Sportvintage. Autor en El Enganche durante casi cuatro años y en el Blog Cartas Esféricas Vavel. Actualmente me puedes leer en el Blog Mariano Jesús Camacho, VAVEL y Olympo Deportivo. Escritor y autor de la novela gráfica ZORN. Escritor y autor del libro Sonetos del Fútbol, el libro Sonetos de Pasión y el libro Paseando por Gades. Simplemente un trovador, un contador de historias y recuerdos que permanecen vivos en el paradójico olvido de la memoria.