Hace unos días recibí la llamada de Manuel, un jubilado que actualmente ejercía como presidente en uno de los clubs más longevos de esta tierra. Estaba decepcionado y preocupado, por unos incidentes que sucedieron en un partido de cadetes celebrado en su estadio, y por esta circunstancia el árbitro decidió suspender el encuentro. Llevaban disputados solo veinte minutos de juego.

Decepcionado porque varios jugadores de su equipo habían intentado agredir al árbitro y, cuando el equipo arbitral se retiraba a vestuarios varios espectadores intentaron pegarle; "Gracias a nuestros directivos no lo consiguieron", me comentó. Y preocupado porque el colegiado mintió en el acta, puso que varios jugadores le pegaron y, los aficionados le tiraron piedras y botellas llegando a impactar en su cara, teniendo que llamar a las fuerzas del orden público y acudir a urgencias donde tuvo que pasar la noche.

A priori, quería contar mis servicios para mejorar la imagen del club y reconducir la actitud de sus jugadores: "Como castigo, aquellos jóvenes que intentaron agredir al árbitro estaban apartados del equipo, y si quieren volver a jugar tienen que pedir disculpas al árbitro, mejorar su comportamiento y en caso que acepten la oferta, seguir aquellas directrices que tú les marques".

Sus palabras me convencieron, incluso me pareció fantástico prestar ayuda a los jugadores violentos en vez de echarlos. Hay que tener presente que dicho club se encuentra en uno de los barrios más conflictivos del país.

A la semana siguiente me presenté en las oficinas del club, con toda la información que pude recoger por la prensa y aficionados que presenciaron los hechos. Empecé con la directiva haciendo un diagnóstico de la situación, echar un ojo a las actas de toda la temporada, ver las instalaciones, las gradas, acceso a vestuarios, etc.…

Al finalizar la reunión, le comenté a los presentes en la misma la importancia de hacer algunos cambios significativos y que siguieran mis consejos al pie de la letra. De no ser así no aceptaría el trabajo.

Lo primero que tuvimos que hacer es cambiar es el acceso al vestuario del equipo arbitral, ya que no puede ser el mismo que el de los aficionados; y, segundo, tenemos que empezar a respetar la figura del colegiado tanto dentro como fuera del campo. Aún cuando una decisión suya nos pueda perjudicar, hay que respetar su trabajo aunque no nos guste. Su misión sobre el verde es muy difícil.

Necesitamos urgentemente cambiar el chip y mentalizarnos de una vez que son grandes profesionales y honestos por encima de todo. El fútbol es un deporte de errores, donde todos fallamos, aunque nadie quiere errar premeditadamente o a conciencia para dañarse así mismo o a otros.

"No quiero volver a oír a nadie que trabaje para este club o en estas instalaciones, hacer comentarios despectivos hacia este colectivo. Si queremos que nos respeten, primero tenemos que respetar y empezar a crear las bases para el futuro si aspiramos realmente a convertir este club en una escuela de fútbol", les dije.

El presidente me mira y dice, "estoy de acuerdo con casi todo, pero si vienen a mi casa a tomarme el pelo, ¿qué hago, me cruzo de brazos?". Ya empecé a ver el andar de la perrita, y le comenté: "Cuando veas un arbitraje o alguna actitud poco profesional, denuncia los hechos ante el comité o la federación, de este modo designarán informadores o delegados federativos para todos los encuentros". "¡Tú estás loco! Que quieres que me cojan manía los árbitros y, después vengan a joderme todas las semanas". Me quedé helado con su contestación.

¿Cómo podemos acabar con la violencia en general y en especial contra los árbitros? Si todavía hay aficionados, directivos y participantes en este bello deporte que piensan que si te manifiestas o denuncias los hechos, después los árbitros van a tomar represalias con sus actuaciones contra tu club. ¡De locos!

Pero, como es posible que este pensamiento haya cogido fuerza y se ha introducido semanalmente en los debates posteriores a los encuentros, llegando a anular el pilar fundamental en que se sostiene este colectivo, su credibilidad.

Si piensas que por denunciar los hechos, un árbitro puede venir después a perjudicarte, entonces nunca podrás aceptar que el árbitro simplemente se equivocó. Como dice el dicho, “piensa el ladrón que todos son de su condición”.

Señores, este colectivo trabaja con seriedad y la honestidad que exige la competición. ¿Qué hay errores? Pues claro, igual que fallan todos, entrenadores, jugadores, directivos.

El fútbol no se puede separar, es un producto que funciona como una unidad. Cuando no se confía en los árbitros, lo que realmente está sucediendo es que no te fías del sistema y esa desconfianza te hace pensar que todos son como tú.

Si queremos tener una competición de garantías hay que empezar a ver a los colegiados igual que a los otros participantes en este engranaje. Solo así podremos conseguir un campeonato de nivel y para eso hay que empezar a confiar en el estamento arbitral, dejar de poner en entre dicho su honestidad que está más que demostrada.

Por el bien del fútbol hablemos de balompié y dejemos a los colegiados tranquilos.

*Postdata: La oferta económica era buena, pero no la profesional, así que no la acepté.

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Sobre el autor
Manuel Pérez Lima
Exárbitro de Primera División.