Posiblemente os suenen los nombres de Hulk Hogan, El Enterrador, Batista, La Roca, Rey Misterio, John Cena, Stone Cold, Triple H, El último guerrero, Randy Orton, todos ellos leyendas de la World Wrestling Entertainment, lucha libre profesional. Un espectáculo, un entretenimiento deportivo, que atrae a millones de fans en todo el mundo, pese a que estos son conocedores de que la acción está totalmente guionizada, coreografiada.

En este espectáculo televisivo el espíritu de competitividad deportiva no existe, pero tradicionalmente existen otros factores que atrapan al aficionado, como son el carisma de los luchadores, las historias que envuelven al combate y las escenas, las acciones de lucha, perfectamente teatralizadas. Esto no significa que no sea una actividad de riesgo, sumamente atrayente y sacrificada, pues hay que estar muy en forma para simular semejantes golpes y caídas sin hacerse daño, pero en el WWE (antes WWF), el objetivo fundamental, lo que otorga sentido al espectáculo es el entretenimiento. La incertidumbre del resultado y la emoción por sentirse o conocer el ganador, no poseen los valores y el verdadero sentido de una competición deportiva. Y esa es la razón por la que es una actividad lúdica absolutamente diferente al fútbol, o es lo que al menos pensaban todos aquellos que creían firmemente en la pureza y limpieza de la competición.

Y ve la luz este artículo de opinión a pocas fechas de que en la Liga española, en las categorías profesionales y amateur del fútbol español, se diriman los ascensos, descensos y títulos de cada temporada. Pronto los de mitad de la clasificación hacia arriba, se jugarán los puestos de privilegio, los de mitad de la clasificación hacia abajo, pelearán por evitar su descenso a los infiernos, y los de mitad de la tabla, se convertirán en jueces de una competición que cada año pierde crédito y confianza para el aficionado. Todos en mayor o menor medida se estarán jugando algo, y en este terreno enfangado se mueven como nadie los personajes sin escrúpulos dispuestos a todo con tal de salvaguardar su inversión.

No en vano las últimas informaciones, los trabajos de investigación que han destapado tramas delictivas poniendo en tela de juicio la pureza del espíritu competitivo, han revelado la realidad de una competición desvirtuada desde hace años. Descubrimos entonces que la hemeroteca, es esa vasta e inagotable fuente de información, que nos sirve para comprobar y sospechar que nuestro fútbol se asemeja mucho más al World Wrestling Entertainment, de lo que todos desearíamos. De pronto, cuando comienzan a brotar historias comprobadas de adulteración de campeonatos, ponemos cara de sorprendidos, nos llevamos las manos de la cabeza y llegamos a la conclusión de que esta vieja historia la habíamos escuchado antes.

Es en ese momento cuando nos percatamos que El Enterrador ha jugado de defensa, El Rey Misterio de portero, Triple H de delantero, Hulk Hogan de árbitro y El último guerrero de directivo de un club de fútbol o una sociedad anónima. Es entonces cuando dudamos de la pureza competitiva de nuestro fútbol, de la teatralidad de las acciones que se producen en un terreno de juego. Y es por ello por lo que la ley penal y deportiva debe actuar con la dureza adecuada al delito o la infracción deportiva cometida. Parecen justas y lógicas las responsabilidades penales que se solicitan para los medradores de la pelota, pero se echan en falta sanciones deportivas contundentes. Esencialmente el descenso de los clubes implicados, independientemente del poder que ostenten, una circunstancia con la que no se está siendo lo suficientemente firme para erradicar definitivamente la lacra, de un deporte que perdiendo el espíritu competitivo deja de cobrar sentido, para convertirse en un entretenimiento televisivo  más.

Dejemos por tanto que Ted DiBiase, el Hombre del millón de dólares, el hombre del maletín, se dedique a chantajear y extorsionar al resto de los luchadores del WWE, que haga su trabajo en el mundo del entretenimiento, pero no permitamos que se instale en el fútbol, convirtiéndolo en la ficción de lo que en otro tiempo fue un juego, una lucha deportiva de poder a poder en la que disfrutamos y creímos.