"¿Te importaría irte cedido a otro equipo la próxima temporada o prefieres quedarte en el primer equipo?",le preguntaba un periodista el día de su presentación a un joven brasileño de 18 años que acababa de ser fichado por el Atlético de Madrid. Tras entender la pregunta con ayuda de su presidente Enrique Cerezo, Diego Costa respondió contundente "¡Aquí! ¡Mejor!". Así comenzaba la vida en España de este prometedor jugador, quien a pesar de su insistencia por estar desde sus inicios en el primer equipo de la entidad rojiblanca, se vio obligado a demostrar su valía lejos del Manzanares, primero en el Celta de Vigo y en el Albacete en Segunda División para después dar el salto a la división de oro defendiendo la camiseta blanquivioleta del Real Valladolid.

Es en estos equipos donde el fútbol español comienza a descubrir un diamante en bruto, pero que había que pulir. Se trataba de un delantero diferente, un punta capaz de encontrar con grandiosa facilidad la portería rival de la misma manera que era superado por sus impulsos. Era un jugador que destacaba por su potencial, pero que carecía de base alguna para un deporte como el fútbol. Este lastre arrastraría y arrastra Diego Costa hasta nuestros días, cuando aún es criticado por sus características de juego que muestra en el área rival y que le han costado desde su llegada a España, 67 tarjetas amarillas y cuatro exulsiones directas por tarjeta roja.

Desde la humilde Lagarto llegó el fútbol de Diego Costa, un juego sin educación por el que el delantero no conocía respeto por el rival

Su primera temporada en la ribera del Manzares fue durante los años 2010 y 2011, ocupando una de las cuatro plazas que el Atlético de Madrid tenía para jugadores extracomunitarios. Lejos de lo vivido durante su último año vistiendo la elástica rojiblanca, Diego Costa era el tercer delantero del equipo, por detrás de Diego Forlán y del Kun Agüero. A pesar de esto, La Pantera supo aprovechar pacientemente sus oportunidades, las cuales se multiplicarían en detrimento del goleador uruguayo, a quien los rifirrafes con el técnico rojiblanco de aquellos años, Quique Sánchez Flores, le costaron la titularidad.

Ya en la temporada siguiente, las cosas se torcieron para Diego Costa. Como había ocurrido en la campaña anterior, el Atlético volvía a tener límite de plazas para los jugadores no comunitarios y la continuidad de Diego en el club pendía de un hilo. Una grave lesión en el mes de julio desbancó totalmente a Diego Costa del vestuario rojiblanco: rotura del ligamento cruzado anterior y del menisco de la rodilla derecho. Obligado a permanecer lejos de los terrenos de juego durante seis meses, el hispanobrasileño fue cedido al Rayo Vallecano, equipo con el que jugaría desde el mes de febrero hasta el fin de la temporada.

El carácter guerrero y peleón de Diego Costa ensombrecía sus buenas actuaciones. En sus entrevistas como jugador del Rayo el delantero reconocía su juego poco respetuoso con el rival, pero defendía que era el fútbol que él había prendido en las calles de su humilde Lagarto, la pequeña localidad brasileña donde nació. "En el campo me peleaba con todos, no podía controlarme. Insultaba a los demás, no tenía respeto por el contrario", reconocía el propio Diego Costa en una entrevista a El País. "Pensaba que había que matarse. A los chicos que tienen formación se les enseña a controlarse y a respetar a los demás. Yo siempre he sido de los que se calentaba. Ahora he aprendido que si no respetas al rival te quedas atrás", explicaba el delantero defendiendo el porqué de su actitud.

Una grave lesión obligó a La Pantera a abandonar el Atlético de Madrid para demostar su valía en el Rayo Vallecano, donde marco 10 goles en 16 encuentros

Tras el buen rendimiento que Diego había ofrecido en Vallecas, anotando 10 goles en 16 encuentros, el Atlético de Madrid no dudó en hacerle un hueco en el equipo que Simeone estaba forjando. Cierto es que al igual que en su primer año en el Calderón, Costa comenzó el año ensombrecido por los dos delanteros titulares del Cholo, Falcao y Adrián. Sin embargo, el trabajo y esfuerzo que Diego Costa demostraba en cada entrenamiento y en los minutos que disputaba le hicieron abrirse un hueco en el once titular que el Cholo ofrecía cada partido. Fue este empuje durante la temporada 2012/2013 el que le abrió el camino para convertirse en el líder goleador indiscutible que tenía la difícil misión de hacer olvidar a Radamel Falcao y sus goles cuando el colombiano se marchó al Mónaco.

El Atlético de Madrid tenía entre sus manos una fabulosa piedra preciosa capaz de deslumbrar a cualquie amante del fútbol con sus galpoddas y sus definiciones de cara al gol; una preciosidad que, sin embargo, había que limar. Se trataba de dar una educación al fútbol de un jugador que nunca antes había tenido interés por ello. Sus encontronazos contra los rivales hacía que diese una imagen de agresivo, violento, irrespetuoso e indisciplinado para con sus rivales. El nombre de Diego Costa ocupaba titulares y noticias deportivas, muchas de ellos centrándose en su comportamiento dentro del terreno de juego y en sus peleas con los contrarios. Precisamente, su personalidad peleona fue la crítica principal que recibió el hispanobrasileño para no ser convocado con España, si bien su rendimiento goleador y su mejora de comportamiento recibió la recompensa de ser llamado por el seleccionador Vicente del Bosque, lo que supuso además el fin de la disputa que Scolari mantenía por hacerse con el delantero para Brasil de cara al Mundial.

Con Simeone en el banquillo se evidenció la necesidad de retener a Diego Costa. Había que educarle en el fútbol y el Cholo era el encargado de hacerlo. Si todos sus entrenadores habían visto algo en el '19' rojiblanco que había hecho que jugase en todos los equipos que había militado, Simeone no iba a ser menos. Charlas y charlas sobre fútbol y respeto sirvieron al delantero para modelar su carácter y centrar toda esa energía e impulsos de cara al gol. El insaciable Diego Costa necesitaba de una mente apacible como la de Diego Pablo Simeone y así se constató su mejor temporada.

Simeone se encargó de modelar una personalidad guerrera insaiable. El resultado: 38 goles en los 50 partidos de la última temporada de Diego Costa como rojiblanco

Resulta curioso cómo Diego Costa, aquel que iba y venía de un equipo a otro, aquel que parecía no tener hueco en el Vicente Calderón, aquel que llegó a tener pie y medio fuera del Manzanares, ha sido clave en la evolución que el Atlético de Madrid ha sufrido en esta última temporada del hispanobrasileño como jugador colchonero.Su espectacular inicio de temporada firmada con goles, goles y más goles comenzó a depsertar el interés de algunos grandes de Europa, como el propio Chelsea. Los medios internacionales se hacían eco del buen fútbol con el que Diego Costa deleitaba en la ribera del Manzanres, ese fútbol que tiene su origen en la modesta Lagarto y del que solo había que eliminar los rastros de irrespetuosidad para que floreciese aún más el resplandor que se escondía. El Atlético de Madrid había encontrado su líder indiscutible, aquel jugador que era tan luchador como el propio escudo que tenía en su pecho. Sus disputas eran defendidas al unísono por la grada rojiblanca, quien siempre veía en Diego Costa aque luchador que su equipo necesitaba para ahuyentar fantasmas del pasado, para dejar de ser el pupas del fútbol español.

Diego Costa se marcha, sí, pero deja en Estadio Vicente Calderón los 27 goles en 35 partidos que acercaron la décima liga rojiblanca, esa que rompió la hegemonía de Madrid y Barça por improbable que parecía. Deja sus 8 tantos en los 9 encuentros que disputo en la Champions League con los qu el Atlético llegó a la final de Lisboa. Deja 38 goles en los 50 partidos que ha disputado esta última temporada, 64 goles en total con el Atlético de Madrid. Porque Diego Costa se marcha, pero no sus goles, pero no sus logros.