Han pasado 18 sufridos años hasta que el Atlético de Madrid ha logrado una nueva Liga para su vitrina. La décima de su centenaria historia. Algo que no sucede todos los días. Ni todos los años. Y, por desgracia, ni todas las décadas. Un heroico triunfo ante todo tipo de adversidades, logrando 90 puntos en una época en la que el botín de la Liga española se reparte, en todos los sentidos, entre Real Madrid y FC Barcelona. Una hazaña de Diego Pablo Simeone y sus jugadores que el Atlético de Madrid, como institución, no ha tenido a bien saber reconocer como la gesta se merece.

El despropósito que la RFEF ha montado en torno a la entrega del título liguero al Atlético de Madrid ha tenido un capítulo más que añadir a la barbarie perpetrada. Tras ganar al Éibar por la mínima y con la mitad de la entrada del público tomando el camino de los vomitorios para salir a la calle, la megafonía del Vicente Calderón espetó a los aficionados que aguardaran su salida. “Los jugadores van a dar una vuelta de honor al campo con el título de Liga y la Supercopa de España”, anunciaron.

Lo que se encontraron los jugadores a su salida de los vestuarios, una vez recogidos los dos títulos, es la imagen que ningún futbolista se querría encontrar cuando quiere celebrar un trofeo obtenido con mucho esfuerzo y trabajo. Tanto los que jugaron el encuentro como Toby Alderweireld y Bono, que no estaban convocados, saltaron al césped y vieron un Vicente Calderón desangelado, vacío. El ambiente no invitaba a la fiesta y apenas cuatro o cinco jugadores disfrutaron de la vuelta de honor al Calderón.

La organización de la celebración del título de Liga merece cualquier calificativo menos de conmemoración o de festividad. Un esperpento de gestión. La institución no anunció ni en la previa ni en el descanso que los jugadores darían la vuelta de honor al término del partido, por lo que muchos aficionados se marcharon del estadio antes de tiempo para coger con antelación los servicios de transporte hasta casa. Como resultado se pudo ver a un Calderón desaliñado, apático y a unos jugadores cabizbajos. Ni la televisión captó siquiera el momento en directo. Una celebración a olvidar. Una vuelta sin ningún honor.