La respuesta es que no hubo pregunta. A los 30 segundos Torres recogió un despeje en largo de Siqueira, se deshizo de Mascherano y puso el 1-0 en la base del palo de Ter Stegen. Desmontadas todas las hipótesis, partido nuevo con la balanza equilibrada. Por delante, 90 minutos para disputar una plaza en semifinales de Copa.

La vehemencia y el optimismo que acarreó el tempranero gol, les iba a jugar una mala pasada a los locales. En el 8', una contra iniciada en banda derecha por Messi supuso el empate de Neymar. La simple recepción del argentino resultó como un imán para atraer a Mario, Griezmann, Siqueira e incluso al central Giménez. Bastó un caño al primero y un pase a Suárez para provocar una superioridad numérica y espacial del uruguayo con Neymar, y éste superó en su desmarque a Juanfran para batir a Oblak por abajo.

La vehemencia y el optimismo que acarreó el tempranero gol, les iba a jugar una mala pasada a los locales

Sobrevenía a los rojiblancos un escenario mucho más delicado y donde se sentirían más exigidos por la obligación de hacer dos goles y no encajar más. Simeone adelantó sus líneas para presionar al Barcelona en el inicio de la jugada. La lección estaba más que explicada por Luis Enrique y aprendida por sus pupilos. Cada combinación en la zaga culé terminaba en las botas de Ter Stegen para desplazar en largo a Jordi Alba en amplitud a la altura del medio campo; o bien Suárez era el destino. El uruguayo tenía que disputarla con su compatriota Giménez. Choque de trenes.

Ante la insistente y agresiva presión rojiblanca, el Barcelona evitó a toda costa la otrora habitual salida por dentro cuando conectaba con Busquets. La proximidad de Mario, Gabi, incluso Griezmann, era una amenaza de la que Luis Enrique huía sistemáticamente. 'Busi' es uno de los grandes damnificados en esta mutación del modelo Barsa. Ha desaparecido su elemental presencia en la elaboración y su papel de enlace entre los centrales e interiores -antes Xavi e Iniesta-, para que éstos transformaran de manera mágica cada jugada. Busquets ya no es Busquets. Parece haber entristecido. Le han robado todo el protagonismo ofensivo.

Ya en el ecuador del primer tiempo, las contras rojiblancas sucedían a las azulgranas y viceversa. El balón iba con la misma facilidad que venía. Pero con un matiz: que para un lado corrían Messi, Neymar y Suárez. 

El Atleti decidió pelear a cuerpo descubierto

No apareció la habitual destreza del Atleti para adueñarse de los partidos. La sincronía y perfección de su entramado defensivo es lo que, en muchos partidos, le ha permitido reducir a la nada las teóricas carencias ante equipos de alta gama. Era la terrible condición de equipo intenso y solidario lo que amortiguaba la inexistencia de estrellas top en su plantilla. Pero decidieron pelear a cuerpo descubierto, yendo arriba y desarropándose detrás. Y de manera abierta, sin precauciones, hoy no hay equipo que resista las respuestas a la contra de Messi, Neymar y cía.

En el 28', un dudoso penalti de Mascherano sobre Juanfran supuso el 2-1 de Raúl García. Más tensión para un partido ya revolucionado. En el 36' la primera llegada amenazante en ataque estático del Barsa terminó en un córner, tras un disparo de Rakitic. A la salida de éste, Miranda introdujo el balón en propia puerta después de una prolongación de Busquets.     

El choque no daba tregua. En el 40' penalti de Alba tras disparo de Griezmann que el colegiado no vio. Acto seguido, contra llevada por Messi y el 2-3 de Neymar. De nuevo, la aceleración y la verticalidad del Barcelona resultó mortal para su rival. Este modelo puede ir en detrimento del fútbol control que parecía genético en Can Barsa, pero ya nadie duda de que es exageradamente efectivo. Su solvencia al contraataque no tiene límites, máxime cuando el rival tiene que ir arriba obligado por el marcador y el crono.

La solvencia del Barça al contraataque no tiene límites, máxime cuando el rival tiene que ir arriba obligado por el marcador y el 'crono'.

Así agonizaba el primer acto. Los azulgranas habían disparado dos veces entre los tres palos de Oblak y habían conseguido tres goles. Para más inri, dos a la contra y uno a pelota parada. Y frente al Atlético de Madrid, que había sido tratado con su propia medicina.

En el túnel de vestuarios sería expulsado Gabi. Era el final del partido. Quedaba un calvario de 45 minutos para los atléticos y una situación embarazosa para los azulgranas, que en superioridad numérica y emocional resultaron respetuosos con su rival. No había partido ante un Atleti exhausto y frustrado. Los culés se limitaron a temporizar con la posesión por la posesión, sin clara intención de agredir la puerta de Oblak.

45 minutos de fútbol sirvieron para aclarar que si el corazón del Barsa tenía dos ventrículos: en el derecho residía la organización y el control de Xavi; y en el izquierdo, el desequibrio de Iniesta. Ahora Messi y Neymar, con la complicidad de Luis Enrique, se han encargado de destrozarlo, de inutilizarlo. Este nuevo Barsa es letal a la contra y no tiene juego interior. Para bien o para mal -de momento para lo primero-, Messi y Neymar son los rompecorazones de este Fútbol Club Barcelona.